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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

XV

LOS INTELECTUALES Y EL MARXISMO

 

(Battaglia Comunista, nº 18 del 4 a 11 de mayo de 1949)

Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 

AYER

En la recta línea marxista están conjunta y claramente estos cuatro puntos, en su época y lugar, tantas veces desarrollados.

  1. El movimiento proletario socialista no es en ningún modo un movimiento de cultura y de educación. Las posibilidades de desarrollo del pensamiento son derivación y consecuencia del mejor desarrollo de vida física y por tanto llegarán después de la eliminación de la explotación económica. Los pertenecientes a las clases con bajo tenor de vida, para luchar no tienen necesidad de saber, basta con que se revelen contra el hambre. Comprenderán después.
  2. El partido revolucionario de clase no rechaza el acoger en sus filas como compañeros y militantes cualificados a individuos de las clases económicamente superiores, y de servirse de su mejor desarrollo intelectual en la propia lucha, cuando son verdaderos desertores del campo social adversario. En todas las luchas de clase victoriosas, ésta ha sido una de las primeras rupturas del frente contrarrevolucionario, aun presentando inconvenientes, crisis y recaídas en casos individuales.
  3. La clase proletaria, igual que tiene necesidad, para su victoria, de la formación del partido político, tiene necesidad de claridad, continuidad y coherencia teórica, y le da a la defensa de la doctrina de clase (no la confundamos con el término conciencia, insidiosamente subjetivo y no colectivo, que se lo regalamos a posiciones conformistas y tradicionalistas con todos los otros trastos viejos) un lugar de primerísimo orden.
  4. El movimiento comunista revolucionario computa entre sus peores enemigos, con los burgueses, con los capitalistas y con los patronos, y con los funcionarios y jenízaros de las distintas jerarquías; a los «pensadores» y a los «intelectuales» indiscriminados, exponentes de la «ciencia» y de la «cultura», de la «literatura» o del «arte», asentados como movimientos y procesos generales fuera y por encima de las determinaciones sociales y de la lucha histórica de las clases.

Cualquier desviación de tales puntos, por evidentes razones, entra en contradicción incurable con las bases del marxismo y conduce a la degeneración oportunista y a la derrota de la revolución.

La desviación del primer punto conduce a la recaída en las tendencias liberaldemocráticas con su educacionismo del proletariado por parte de la burguesía, que con la riqueza monopoliza el Estado, la escuela y la prensa y todo lo demás, para sus fines de clase.

La desviación del segundo punto conduce al crudo obrerismo, laborismo y sindicalismo puro, que condena a los proletarios dentro de los límites de un economicismo sin salidas y niega la lucha política de partido, la conquista del poder revolucionario, único medio para superar el capitalismo.

La desviación del tercer punto conduce al revisionismo, al reformismo, al oportunismo socialdemócrata, al politiqueo del día a día, al comercio con los principios, al cinismo del dicho bernsteiniano: «El movimiento es todo, el fin no es nada», donde se sobreentiende el cierre: «para los bonzos».

La desviación del cuarto punto conduce a todas las tres precedentes, a los saturnales del bloquismo, conduce breviter[1] al vómito incluso a un estómago de acero.

Tales eran los de don Carlos y de don Federico que no pudieron evitar, en los orígenes del movimiento obrero y en los esfuerzos iniciales para conseguir fundar partidos de proletarios, en la época de la Liga de los Justos y de las Alianzas universales, los contactos con algunos de estos hombres del pensamiento. Se refirieron a ellos ampliamente con aversiones críticas radicales hasta llegar a ser feroces, y con sarcasmos despiadados. Entre las cien citas que se podrían tomar, en una carta a Engels, Marx, envidiándole por no haber tenido que presenciar en un encuentro, donde había no pocos filósofos, filántropos y humanitarios de tal linaje, le dice que, habiendo sido delegado para redactar el llamamiento final, no había podido substraerse de poner las habituales palabras de Libertad, Humanidad, Justicia, Civilización, Pensamiento, etc. Para excusarse añade: he tenido el cuidado de meterlas en los pasajes donde, no significando absolutamente nada, no podrán hacer daño.

No somos místicos y admitimos que, por deber de partido, un marxista deba decir o escribir una necedad. Sin embargo, hay dos condiciones: la primera es que él no la crea, la segunda es que trata de no hacérselo creer a los demás. Pocos de los «leninistas» de hoy llegan aún a la primera condición, pero esos y todos los otros socios se arrojan bajo los pies la segunda veinte veces al día.

En los años de la gran revolución de Rusia, los «intelectuales», navegantes en el cataclismo de la guerra entre escuelas filosóficas y estéticas, a cuál de las dos más sosa y decadente, escucharon ruido, y siendo tan fáciles en girar sobre su eje, se volvieron hacia oriente. Surgió entre tanto en Francia un movimiento «Clarté» que reagrupaba a escritores y artistas simpatizantes con el victorioso (sobre todo por ser victorioso) bolchevismo. Era una claridad que no sabía de dictaduras en la adhesión integral a una doctrina y en la conversión radical a nuevos principios, sino de vacío «iluminismo» cerebral que reproducía tras siglo y medio al burgués que, sin embargo, había tenido el coraje de preceder y de preparar, no de seguir con el vago propósito de explotarla o esquivar los daños, una revolución.

Los compañeros bolcheviques rusos, marxistas por el estómago pero también por las cabezas de hierro, utilizaban o se propusieron de utilizar incluso este removerse en las vísceras de todo un mundo enemigo, pero no obtuvieron de toda aquella gente, aunque en parte fuese gente con coraje pero nada más, mayor resultado que de su indígena «inteligentsia», a la que conocían intus et in cute[2] por haberla visto en todas las pruebas de la historia y de la lucha, voluble a menudo, vil siempre, desmoronarse sucesivamente en las filas de todos los antirrevolucionarios en gradaciones más numerosas que los colores del arco iris, liberales, populistas, campesinistas, anarcoides y también emigrados derrotistas más allá de las distintas fronteras.

Un óptimo compañero francés de no falsa cultura, Raymón Lefévre, perecido en el viaje de vuelta tras atravesar el Ártico, en 1920 en Rusia, recordaba en muchas reuniones, como una prueba más de la difusión del comunismo en Francia, que nuestro partido recogía «les quatre plus forts tirages de France», los cuatro escritores cuyas obras alcanzaban la difusión más fuerte. Eran Henri Barbusse, George Duhamel, Anatole France (hacemos una excepción para este potente cerebro que ha dado muchas páginas verdaderamente vibrantes de la aversión de los fundamentos de un mundo y de sus hipocresías dominantes), Romain Rolland. La cosa hacía efecto y era dicha en un buen francés, pero entre nosotros, militantes marxistas, no habíamos pensado nunca en derrocar a la burguesía con la impresión de los «bouquins» de cien mil copias, es otra cosa lo que hace falta dispararles en los cuernos. Sonreíamos: Raymond, fuerte y sincero, se enfadaba.

Después, la indescriptible sonrisa y el relámpago de los ojos de Lenin cuando el discurso se refería a Máximo Gorki, que dentro de la dégringolade general de los intelectuales había permanecido con los bolcheviques, y al que, por la demasiado grande notoriedad mundial, además de la indiscutida buena fe, no se le había podido negar la hospitalidad, el carnet y a veces la palabra, y se debía renunciar a hacerle comprender cuando trataba los problemas sociales y políticos, lo tonto que era.

 

HOY

No queremos escribir la historia de los movimientos políticos provocados en el terreno y con la acogida de los «intelectuales» de las distintas actividades y orillas. Habría demasiado que decir y sería notable tratar, además del «mundo» artístico–literario, el no menos interesante de la ciencia, y ver cómo las contribuciones de los Gorkis, o de los Barbusses no son gran cosa, superados en el grado de desconsolante inconsistencia por los de Joliot Curie y de los Einstein.

Manifiestos de intelectuales los hicieron los aguerridos germánicos en 1914, para gritar con la autoridad de literatos, músicos, poetas y pintores contra la campaña antialemana un famoso «¡es ist nicht wahr!» (¡eso no es verdad!). Los hicieron ¡ay de nosotros! los antifascistas italianos para parar a Mussolini y fue pensado como genial repliegue para un contraataque después de que no hubiesen conseguido pararlo las cámaras del trabajo y los grupos de obreros armados. El desastroso balance ya lo conocemos todos, algunos se debieron replegar para no perder cátedras y hogazas, otros se entristecieron, se amargaron en una oposición impotente y acabaron políticamente atontados. Caído el fascismo bajo la no intelectual presión del tritonal[3] y de la melinita[4], salieron a la superficie, y se dijo que Italia recuperaba finalmente las fuerzas de la ciencia del pensamiento, de la técnica más sana, que la banda fascista había arrojado fuera. Como ciencia, pensamiento, cartas y arte nunca han estado en circulación tantos productos de desecho, y en esta época posfascista vamos descendiendo otras rampas llenas de escalones.

La receta de la libertad de pensamiento, de escritura y de palabra, y la mentira de la «imparcialidad» frente a las distintas opiniones del mecanismo público, son ulteriores condiciones de descenso, y estamos en el caso opuesto de la potencia incluso doctrinal y científica que emanó de la victoria de la revolución totalitaria rusa. Baste pensar en aquellas piadosas transmisiones por radio del tratamiento de los problemas sociales o políticos en la Convención de los cinco en la que se exhiben en enunciaciones temerosas y en objeciones castradas, si bien ácidas por indigesta celosía de profesión, ciertos cantamañanas de agárrate.

Pero donde se prepara y se inicia en pleno y gran estilo la movilización mundial de las fuerzas del pensamiento es en el movimiento contra el Pacto Atlántico y en los Congresos de la Paz.

Llamando en su ayuda a los artistas, el simbolismo pasa a primer plano, y aquel extraño animal diseñado por Picasso ofusca gravemente el ojo incorpóreo del viejo Noé, que frotándoselo vigorosamente desde el otro mundo se pregunta si no ha cometido un gran error embarcando en el arca y luego lanzando por los cielos apacibles al originario, vulgar y zoológico pichón.

Arte futurista. En su momento nos atacaron porque negábamos valor revolucionario al movimiento futurista. Es una fuerza del pensamiento, apoyémoslos, decían los habituales y muy hábiles, que ciertamente no han sido inventados en Rusia, patente Cominform. Son subvertidores como nosotros de las formas del pasado; ¡Lacerba di Papini osa incluso definir el monumento al gran Rey como «un gran meadero del que sobresale un bombero dorado»! ¡Marinetti exalta la fuerza física y se lanza a golpes con los contradictores en los teatros y en las plazas! ¡Unámonos a éstos! No hace falta recordar como Papini entre frailes y Marinetti entre camisas negras, hayan dado la medida de lo avanzado de sus posiciones. No han derribado ni siquiera el monumento, sagrado para la actual república y para las superintendencias al arte moderno.

Este llamamiento de subordinación y de insuflación a la vanidad de los intelectuales del mundo burgués, resume y sintetiza, empujándola a su estadio más agudo, la prostitución de la lucha de clase en el aspecto teórico, organizativo y de acción.

El manifiesto o declaración por las firmas para la Paz, además del recurso a la forma tontamente legalitaria, es ensalzado como obra de un escritor católico; y contiene la invocación a la divinidad. La misma burguesía había colocado una antítesis entre el esperar la salvación de Dios o de liberales emanaciones de la libertad de los pueblos...

Los jirones de la teoría y de la coherencia se arrojan uno tras otro como lastres para salvarse del hundimiento. Evidentemente, con estos últimos lanzamientos el lastre ha terminado, y la navecilla del oportunismo deberá acabar en la vergüenza del naufragio.

Un fin más próximo de lo que no se podría esperar, sería la no improbable proclamación del pacto de amistad internacional y social con las fuerzas de la plutocracia de occidente, el digno abrazo del gavilán imperialista con la furcia paloma.

 

[1] N.d.T. En breve, en latín.

[2] N.d.T. Por dentro y por la piel, en latín.

[3] N.d.T mezcla de 80% de TNT y 20% de polvo de aluminio, usado en varios tipos de artefactos explosivos

[4] N.d.T Sustancia explosiva cuyo componente principal es el ácido pícrico.

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