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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

XVI

LA DOCTRINA DEL ENERGÚMENO

 

(Battaglia Comunista, nº 20 del 18 al 25 de mayo de 1949)

 Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 

 

 

PRESENTACIÓN

Para desviar al proletariado de la lucha revolucionaria, la burguesía y los traidores al comunismo siempre toman un SEÑUELO en sus manos: en el lugar del SISTEMA CAPITALISTA nos ponen al Franco de turno. Al fantoche encarnado en un personaje, tirano, dictador, emperador, energúmeno o criminal. Nos dicen, en este momento, lo primero es acabar con el criminal de turno, o con la forma de gobierno, cambiemos la monarquía constitucional por la república..., para que todo siga igual y siga reinando con poderes absolutistas el verdadero rey: EL CAPITALISMO.


AYER

Desde las grandes a las pequeñas cuestiones, cualquier desviación oportunista del movimiento de clase ha tenido este carácter: sustituir ante los ojos del proletariado al adversario, al enemigo, al obstáculo constituido por el actual ordenamiento social y por la clase capitalista, con otro objetivo sobre el que dirigir los golpes, bajo el pretexto de que fuese un objetivo transitorio e intermedio, superado el cual se habría vuelto a la gran lucha. Y para la acreditación demagógica de este método, que bien se puede llamar intermedismo, con palabras tan feas como lo es la cosa, lo mejor ha sido siempre, para los fines del pregonero, la personificación del enemigo.

En los partidos socialistas de otra época, se luchó siempre contra estas fallas que se abrían por todas partes, y a veces con éxito. En los falsos partidos socialistas y comunistas de hoy, que falsamente se pretenden incluso partidos de la clase obrera, este método derrotista ya no aparece en una serie de episodios y de paréntesis, sino que forma su misma vida: nada saben hacer, o decir, o agitar, sin este objetivo fantoche encarnado en un personaje, tirano, dictador, César, energúmeno o criminal, como quiera que lo llamen.

Estos bufones se presentan siempre como «marxistas» y tienen la infinita desfachatez de decir: sí, las bases económicas de las luchas históricas, las clases en oposición y en lucha, la sustitución del capitalismo por el comunismo, todo eso está muy bien, pero en este momento lo primero es acabar con este o aquel fulano (ejemplos: Guillermo II, Cecco Beppe, Mussolini, Hitler, Franco, Pavelich[1], De Gaulle...) que con su vasta personalidad obstruye el camino a la historia, suspende las leyes del marxismo, retrasa el retorno a la lucha de clase. Quitado de en medio el susodicho fulano ¡ah! estad seguros entonces de que la doctrina y el método clasista nos tendrán entre los más ardientes seguidores. Pero estos hitos históricos caen uno tras otro, y el momento de volver a la lucha de clase no llega nunca.

Nosotros somos tan testarudos como para no creer que se puede ser marxistas a pedazos, pero admitamos por un instante que fuese lícito, como se ve hoy en todas las manifestaciones, hacer pasar por una bandera roja el traje de Arlequín. El hecho es que la teoría del Cesarismo, la doctrina del energúmeno, destruye TODO el marxismo, con la infeliz consigna elimina el último cerrojo rojo, zurcido del mejor modo en el tablero multicolor (de hecho, la han descubierto y reivindicado; la estrategia del tablero de ajedrez).

A costa de ser parangonados con Pío XII, cuando cita con libro y versículo a Isaías o Mateo, abriremos los de Marx. Si os escandaliza, nos alegramos.

En el «Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte» está ilustrado en escritos casi contemporáneos, que el autor renuncia a revisar en cualquier sentido (esto clarifica que se trata de posiciones científicas y políticas al mismo tiempo, válidas para la crítica teórica como para la propaganda de partido, señores que os jactáis de tener la doble alma, a lo mejor por haberle vendido la única que tuvisteis al Capital) la vicisitud del 2 de diciembre de 1852, a través de la cual, Napoleón III se proclamó emperador de los franceses. Marx dice: «Yo espero que este escrito mío contribuirá a liberarnos de la frase escolástica del llamado cesarismo», y tiene la sensación de haber dicho, hace un siglillo: yo espero que quien grite por el Cesarismo se dignará declararse antimarxista.

De la distinción decisiva que se encuentra en esta misma página entre la función del César (a menudo benéfica) en las sociedades antiguas, y la naturaleza de las modernas luchas civiles, que tienen como protagonistas a clases y no a individuos, hasta el orgánico y potente análisis contenido en el trabajo, todo establece la despiadada antítesis entre los dos métodos enemigos de descifrar la historia.

En el mismo preámbulo, Marx cita a otros dos autores. «De los escritos que se ocuparon, casi contemporáneamente al mío, del mismo argumento, dos son dignos de análisis; el Napoleón le Petit de Victor Hugo, y el Coup d'Etat de Proudhon. Sin embargo, si el primero de los dos escritores se limita a amargas y sarcásticas invectivas contra el autor perjuro del golpe de estado, no concibiendo el acontecimiento en sí mismo, sino como un inexplicado rayo con cielo sereno, como el acto violento de un individuo, ni se da cuenta de agigantar a dicho individuo, reconociéndole una potencia personal de iniciativa sin parangón en la historia del mundo; Proudhon, por su parte, trata de exponer el golpe de Estado como consecuencia de los acontecimientos históricos que lo habían precedido. No obstante esto, y sin saberlo, la reconstrucción del episodio se le transforma en una apología de su héroe, y precipita en el acostumbrado error a nuestros llamados historiadores objetivos». Tomad aliento y poned de relieve que, a lo largo de tal avenue del Retroceso, tan bien empedrada, no sólo habéis descendido al proudhonismo, diagnóstico ya insustituible e instituido con datos seguros hace veinte años, sino que ahora ya os habéis hundido por debajo del victorhuguismo, distando, sin embargo, mil millas de aquella potencia expresiva y literaria. De hecho, habéis agigantado y apologizado con gestos ridículos, para poder hacer vuestro bajo juego de éxito político, a los Benitos, los Antes y los Franciscos, y en cuanto a los historiadores oficiales objetivos, se puede leer con toda una admirada revalorización en el discurso de Togliatti sobre Gramsci, que parece querer hacer perdonar a ambos lo que era precisamente un título de mérito, el haber estado fuera de los gelatinosos y escurridizos umbrales académicos.

Marx no ha terminado: «Mi escrito, por el contrario, tiende a demostrar cómo fue el antagonismo entre las clases sociales el que creó las susodichas condiciones en Francia, que hicieron posible que un personaje mediocre y grotesco jugase el papel del héroe».

Si existiesen las discusiones objetivas y si el mejor medio polémico no fuese el de no escuchar, en este punto se debería mover la cabeza y decir: en efecto ¡aquí no se había comprendido un carajo!... Por el contrario, se continúa consumiendo borracheras de «bonapartismo» y de tal pecado, tan formidable es la tiña, también se peca en la «izquierda» en cuanto que no pocos están convencidos de que la degeneración rusa deba hallar explicaciones, más que en las relaciones económico–sociales, en golpes de mano o golpes de estado de Napoleón–Stalin o de su hinchadísima «banda».

Todos vuestros Barbazul, Poglavnici o conducatores –no menos que vuestros Mejores, Óptimos y Supremos– a la luz del marxismo son personajes mediocres y grotescos, y tenemos llena la bóveda craneal de escuchar pedir en cada reunión, tanto a humildes como a gente muy culta que anhelan orientarse, la mayor parte de las veces para esconder el bulto alabando, ¿quién es el hombre? ¿qué valor tiene el Hidalgo de los Condes? Y con el mismo tono son capaces de pedirlo de Lenin y de Velio Spano[2]. Luego existen, también, aquellos que de un momento a otro cambian de color, los Tito y los Dimitrov, pasando de golpe del Valhalla al papel de Judas. Demasiado expuestos siempre a la luz, y creemos que, de personajes verdaderamente notables por los dos lados de la historia, hasta ahora, sólo se haya adjetivado bien la Divina Popea.

 

HOY

Igual que se citan en los supercolosos de la pantalla las explicaciones del técnico de los «efectos especiales de luces», así también en los despachos políticos y en las redacciones de los periódicos «populares» están los especialistas prestos para el lanzamiento clamoroso del energúmeno de turno. A veces escasea el tipo adecuado, y no se sabe si sondear hábilmente entre los recién llegados a escena, o quedarse con los viejos por mayor seguridad. El tipo se lanza según las situaciones. En Italia la fortuna de Mussolini no se tendrá tan pronto, hay hombres por debajo de la mediocridad y de lo grotesco. El epíteto de Canciller para De Gasperi ha producido una poliuria en la evocada sombra de Bismarck; en cuanto a Scelba, se reducen a acusarle de mal carabinero, y al despacho de tipos le recomendamos de verdad la figura de Giuliano[3], no hay nada mejor en el mercado interno. Se puede envidiar a los de L'Humanité con un De Gaulle a disposición, aunque sólo fuese por su nariz. Los rasgos en estas cosas tienen importancia primaria. Su subhéroe (no antihéroe como para los tontos) hacía sudar a Marx (para traducir un modo de decir galo), hasta en efigie: «el aventurero Luis Bonaparte, que se esforzaba por esconder sus rasgos triviales y repugnantes bajo la bronceada máscara napoleónica».

Pero las sondas en el campo mundial son lanzadas por expertos de primera fila. Entre los americanos no parece que haya mucho que pescar, Truman tiene el estilo, cuando más, de un funcionario judicial; Roosevelt tenía fuertes connotaciones, parálisis aparte, pero se ha muerto y, por tanto, mejor hacerle una estatuilla para el Museo de los elegidos, acreditando el bulo inverosímil de que la América burguesa es plutocrática y negrera solamente en cuanto que ha abandonado la directriz rooseveltiana. ¡Uy si todavía estuviera vivo! Los otros americanos, diplomáticos o generales, son distintos, van y vienen, y no le ofrecen un gran blanco a los fisgoneadores. Los ingleses en el gobierno, son laboristas, no parecen de relieve fuerte, imitan la política económica soviética, podrían tener alguna diferencia respecto a los americanos.

Como ya sabéis, colocada la sonda en las capaces manos de Togliatti –sin que haya faltado la segura vibración de un la dado desde Moscú– sale a flote el cetáceo Churchill. Como hemos explicado, no precisamente una revelación. Pero faute de mieux[4], si se hubiese debido comenzar el montaje a lo grande, la elección podía recaer, aunque no fuese por otra cosa, en el hocico de perro Bulldog. ¡Y además, el cigarro! He aquí el comentario a los discursos de Churchill en América, he aquí las citas apropiadas, he aquí el recuerdo del inveterado antibolchevismo, he aquí el grito triunfal: ¡Hemos descubierto quien hace estallar la guerra! ¿El capitalismo, el imperialismo, la plutocracia? Qué va, dejamos que se pierdan estas viejas teorías, que dan poco juego. ÉL, el energúmeno, que según el subrogado del marxismo, tendrá el mismo fin «de aquel otro energúmeno guerrero que se llamó Hitler».

Pero el hecho está en que precisamente la historia Hitler–Churchill demuestra que el jueguecillo de matar a los energúmenos no tiene fin, el segundo prometió que, si le ayudaban a suprimir al primero, habría triunfado la paz eterna; ahora ¡Por Bacco! ¿estamos en el inicio? Uno de los más sólidos teoremas de la togliattiana (en realidad muy pre–togliattiana) doctrina del energúmeno, es éste: los energúmenos son como las cerezas, una llama a la otra.

La sonda no ha podido pescar nada mejor, en cuanto que Winston es tan viejo como coriáceo, y podría venir a menos antes del estallido de la guerra con grave perjuicio para la doctrina. Sería la tercera guerra que fabrica ¡santas las dos primeras, diabólica ésta! ¿lo conseguirá? En el despacho de «efectos especiales» no teníamos mercancía más fresca, estamos un poco lejos de los Dardanelos.

Pero la sonda podría estar visible sin rodeos a bordo y no ser lanzada ulteriormente si acaeciese este otro magnífico milagro, para uso interno y externo, y también para uso de los Dardanelos, la distensión. Entonces podríamos ver a Churchill en alguna reunión de los grandes, cogido del brazo con los estalinistas, o formando parte con ellos de una Presidencia de Europa ¡Elasticidad, por dios! ¡Gobierno de De Gasperi–Nenni–Giuliano!

Palmiro había anunciado el descubrimiento en su casi académico latín: habemus confitentem reum. Tenemos al reo confeso, en el viejo mastín anglosajón. Pero en nuevas situaciones, fases y desarrollos de la iluminada política mundial, podemos pasar del reo confeso. Sin embargo, hay una cosa de la que no pueden pasar, y es la de hacer el tonto.

Tonto el público que lee o escucha, y, por desgracia, pero no eternamente, el proletariado.

Sólo había pasar una página: «las revoluciones proletarias (…)  se critican constantemente a sí mismas, (…) parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta!»

Latín, éste, marxista, que recuerda a la clase obrera por dónde deberá pasar, sin ellos, contra ellos, y por encima de ellos.

 

[1] N.d.T.: Se refiere a Ante Pavelić, fundador de la organización fascista croata Ustaša.

[2] N.d.T.: miembro del PCI Italiano defensor del antifascismo. Fue senador del 1945 al 1964.

[3] N.d.T.:  Salvatore Giuliano, político y mafioso siciliano.

[4] N.d.T.: en francés en el original. A falta de otro mejor.

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