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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

XVII

 TENDENCIAS Y ESCISIONES SOCIALISTAS

 

(Battaglia Comunista, nº 20 del 18 al 25 de mayo- 1949)

Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 

 

AYER

También Nenni ha dicho que la historia del socialismo italiano se encuentra en la de las escisiones y divisiones del partido, y esto es en parte verdad, si bien Nenni mismo no haya salido de ninguno de estos procesos selectivos y haya por el contrario entrado, no se sabe bien cómo, desde las filas republicanas agrarias intervencionistas-fascistas y no ciertamente de crisis del marxismo, y si bien desde cuando está Nenni el partido socialista italiano no haya tenido nada más que decir históricamente por su parte ni siquiera por ese camino.

Tales crisis han tenido un significado seguro en cuanto que cada vez se ha tratado de escoger sobre problemas de método en la acción del proletariado; y el choque de métodos opuestos, o la declaración de incompatibilidad de un método determinada, afirmada desde la derecha o desde la izquierda, han dado lugar a vivas discusiones sobre la doctrina y a clarificaciones sucesivas de la dirección de la lucha de clase, del camino hacia el socialismo.

En 1892, en el congreso de Génova tuvo lugar la división con los anarquistas, dado que estos rechazaban aceptar el método de la participación en las elecciones adoptado por el partido: pero la divergencia alcanzaba toda la cuestión del poder político como medio revolucionario para la transformación económica socialista, y sobre la función del partido de clase, gran cuestión que había determinado en 1871 la ruptura entre Bakunin y Marx, no ciertamente porque el segundo tuviera veleidades parlamentarias.

En 1907 se separaron los sindicalistas, también ellos a-eleccionistas si no anti-eleccionistas, pero sobre todo afirmadores de la acción puramente económica como medio de lucha y de dirección de la sociedad revolucionaria y devaluadores de la tarea del partido político. La separación estaba en relación con la difusión de tal tendencia en Francia, en España y en algún otro país con la fundación de sindicatos autónomos escindidos de las confederaciones asociadas a los partidos.

En 1912 se escindieron del partido los reformistas de derecha, propugnadores de la participación en los gobiernos burgueses que el partido prohibía en su mayoría, problema que se planteaba urgentemente en muchos países, si bien siguieran permaneciendo dentro del partido dos tendencias, la intransigente revolucionaria análoga a las de los marxistas radicales ortodoxos alemanes y la reformista que se acercaba a la visión de los revisionistas del marxismo que, con Bernstein a la cabeza, vislumbraban un desarrollo evolutivo gradual del capitalismo al socialismo y el advenimiento legalitario del proletariado al poder.

Sin verdaderas y propias escisiones el P.S.I. en 1914 expulsó de su seno a los masones y a cualquier propugnador de bloques con partidos burgueses incluso para objetivos contingentes, y a continuación a los intervencionistas propugnadores de la guerra democrática y nacional. Este segundo proceso histórico se ligó a la ruptura por parte de los marxistas revolucionarios con los socialpatriotas, que en los varios países se habían coaligado con la burguesía en guerra, conduciendo a Zimmerwald y luego a la tercera Internacional de Moscú.

Sobre la base de la revolución en Rusia y del leninismo los marxistas de izquierda precisaron sus posiciones sobre puntos que hicieron imposible cualquier convivencia de partido con los socialdemócratas, incluso cuando como los italianos a la Turati no eran reos de socialpatriotismo. El empleo de la fuerza armada para la conquista del poder por parte de la clase obrera, la dictadura de esta para llevar a cabo el socialismo contrapuesta a la democracia parlamentaria burguesa, las condiciones establecidas por el II congreso de Moscú en 1920, fueron la base de la escisión de Livorno en 1921 y de la fundación del Partido Comunista de Italia. Permanecieron en la otra parte no solamente los socialdemócratas declarados, sino todos lo que aun llamándose revolucionarios y “maximalistas” de palabra (de la vieja distinción entre programa máximo y programa mínimo del socialismo) no comprendían la fundamental exigencia de romper con los pacifistas de la guerra de clase, con los ilusos de la conquista incruenta del socialismo.

Desde entonces el partido socialista italiano va prácticamente a la deriva. El tronco dejado fuera en Livorno tuvo otras crisis, dado que no sólo salió del mismo otro grupo tercinternazionalista aceptado por el Comintern (Maffi, Serrati, Riboldi, etc.) sino que los maximalistas se separaron también de los turatianos que formaron, incluso antes de la llegada del fascismo, el Partido Socialista Unitario.

Tres grupos de diversa metodología, delante a hechos históricos como el fascismo y la segunda guerra mundial, habrían debido dar posiciones bien distintas entre ellos. No hubo nada de esto. No seguimos aquí la crisis del movimiento comunista italiano e internacional. Recordemos que de hecho no sólo los tres partidos consideraron que debían unirse en una misma línea para combatir el fascismo en el interior y para apoyar en el extranjero la guerra antialemana, sino que sobre tales objetivos constituyeron un bloque general con todas las fuerzas burguesas “democráticas” en el cual prácticamente se confundieron hasta la “Victoria”.

 

HOY

En el congreso del partido socialista se ha puesto de relieve que, después de ese evento, o sea, en cinco años, ha habido por lo menos seis, en cada uno de los cuales se han enfrentado por lo menos tres tendencias, y ha habido una escisión, la de los saragatianos. Esta escisión no ha conseguido darse una fisonomía de principio, ya que a su vez el nuevo P.S.L.I. tiene un alma múltiple, y algunos decían haber salido porque eran decididamente socialdemócratas y posibilistas, y contrarios a la violencia y a la dictadura de clase, otros porque eran críticos de la desviación hacia la derecha de los partidos socialista y comunista.

En sustancia no es necesario recordar como después de la guerra, socialistas y comunistas han estado en el gobierno con todos los partidos antifascistas y también con el partido democristiano. Ambos partidos han proclamado de comprometerse a una acción legalitaria y constitucional. Los saragatianos han salido cuando el acuerdo de gobierno se ha roto, no por cuestiones de método de acción proletaria, porque rechazaran la vía legal y denunciaran el orden constitucional del país, sino por las notorias relaciones internacionales de aceptación de la influencia económica y política de los países occidentales y de América.

En la actual situación del partido socialista el problema central parece el de las relaciones con el partido comunista. En efecto, los denominados izquierdistas del partido no dicen nada diferente de los comunistas sobre las cuestiones italianas y mundiales, incluso quizás se expresan tanto más crudamente. En plena maniobra propagandística sobre el efecto pacifista por parte de Moscú, y en plena fase de distensión de la guerra fría, los varios Basso no dudan en decir que no sólo el estado ruso representa la clase obrera, sino que sus fuerzas militares lucharán por la revolución en todos los países como en las guerras que siguieron a la revolución francesa.

En efecto hoy no hay ninguna razón de doctrina o de método que discrimine el partido comunista del socialista, y si nos ponemos en el terreno artificioso del llamamiento de todos los exponentes a la clase obrera e incluso a la lucha de clase en el sentido marxista, nadie los distingue de la misma tendencia de derechas y del partido saragatiano.

Comparando los varios grupos con las viejas cuestiones cruciales del movimiento ninguna de esas les divide. Todos están por el método electoral y la acción legalitaria. Todos han demostrado que no excluyen por motivos de principio la subida al poder junto con partidos burgueses. La gran cuestión de la insurrección armada y de la violencia está para todos ellos completamente privada de sentido; mientras todos excluyen recurrir a ella en la lucha política actual en Italia. Basta la hipótesis de un neo-fascismo, o de lo que les gustaría presentar a las masas como tal, desde levante o desde poniente, para verlos a todos volver a convertirse en propugnadores de la guerrilla y de la resistencia.

Y, si por un momento se plantea la eventualidad de la tercera guerra mundial, se muestran igualmente enemigos de la autónoma, radical, clasista acción proletaria para derrocar el poder capitalista allí donde este reine. Todos se declaran demócratas, todos progresistas, todos evolucionistas. En el más orgulloso de sus discursos antiamericanos, el de la gran reunión, Togliatti ha definido inequívocamente el método político de su partido y del estado ruso. “colaboración de todas las grandes y pequeñas potencias… en la construcción de una Europa en la cual todos los pueblos sean libres, independientes y se ayuden recíprocamente sin hacerse la guerra”. ”Con esta línea son coherentes todas las declaraciones de los jefes de la política soviética, particularmente cuando ellos modificando en parte precedentes afirmaciones para tener en cuenta los hechos como son ahora (¿no os parece oportuno decir: aquí tenemos a revisionistas confesos?) afirman que los dos sistemas, el socialista y el capitalista, pueden coexistir pacíficamente, no deben por fuerza hacerse la guerra”. No es pues la apología y la oferta de la paz entre los estados, sino de la paz entre las clases. ¿Quién podría romitear o saragatear[1] más que eso? ¿Qué queda de la lucha de clase y del marxismo? Un momento, sigamos leyendo y lo sabremos. “Naturalmente esto no quiere decir que el socialismo no deba progresar; esto no significa que el capitalismo no deba defenderse. Pero que lo hagan sin hacer la guerra, esto es, a través de los sistemas de competición y de emulación que no pongan en peligro la existencia misma de cualquier civilización”. Escuchad pues: ha dicho competición, emulación y civilización.

Y añade que “nadie ha demostrado nunca que la doctrina y la práctica de los hombres que dirigen la Unión Soviética sea distinta de esta”. Pero nosotros queremos demostrar que es precisamente ésta, y no es ya declarada una práctica hábil para descuajeringar al adversario, sino una doctrina. Teníamos mucha razón en sostener rabiosamente que no hay práctica oblicua que no se vuelva inevitablemente doctrina. La doctrina de la emulación, diez veces peor que la doctrina de la colaboración. No proponen ya solamente a los proletarios de colaborar, sino de imitar la burguesía.

El choque, la batalla, la sustitución en el poder de las clases sociales no es más tomar un mundo y ponerle la cabeza donde tenía los pies, sino que es una emulación pacífica y civil. No es la única doctrina de la revolución proletaria sino toda la visión de la historia que es reducida a un caldo tibio de partes bajas. Sabemos bien que tanto candor podría esconder el golpe prohibido: armas submarinas en fondos de bidet.

Donde los Lelios ven un nuevo trágico ’93 con las termópilas de Rusia y las columnas épicas de los sansculottes, el frígido Palmiro representa un minueto danzado por Marat entre lánguidos movimientos con la señora de Montespan, y asigna a la revolución proletaria este modelo que es suficiente como para deshonrar la historia de la burguesía.

Tres partidos, tres tendencias, seis congresos, veinte oradores; la doctrina de la emulación puede explicároslo todo; competición y emulación civilísima, en la oferta de servicios al orden infame del capital.

 

[1] N.d.T.: Se refiere a Giuseppe Romita y a Giuseppe Saragat.

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