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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

XIV

 LOS SOCIALISTAS Y LAS MONARQUÍAS

 

(Battaglia Comunista, nº 17 del 27 de abril al 4 de mayo de 1949)

Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 

 

AYER

¿Los partidos socialistas en tiempos de la segunda Internacional debían plantear en su política una cuestión previa antidinástica? Como todas las cuestiones abusadas y fáciles en cuanto a su uso demagógico, era una cuestión mal planteada. El socialismo como movimiento revolucionario del proletariado no tiene cuestiones previas que no sean con base de clase, tiene una sola reclamación sustancial contra el poder de la clase burguesa, en la forma institucional republicana o dinástica que sea.

La cuestión previa habría significado que, en el campo de la acción parlamentaria entonces dominante, un socialista francés podía hacer de ministro de la tercera república, uno italiano no habría podido ser el ministro de los Saboya. Bien diferente pensaron los socialistas de izquierda desde entonces, y trataron de traidores a Millerand o Briand no menos que a Bissolati o Vandervelde, posibilistas de paz o de guerra.

Desgraciadamente todas las cuestiones de partido se juzgaban, y lamentablemente se juzgan aún, no ya con los datos de experiencia y de teoría propios y originales de la lucha proletaria de clase y del marxismo, sino tomando como modelo de comparación las grandes revoluciones burguesas, aunque sea en la forma clásica y más violenta. Las victorias revolucionarias de la clase burguesa han acompañado en muchos casos el paso del poder de la vieja clase dominante a la nueva con luchas armadas insurreccionales, con la violenta ruptura de las viejas instituciones, y con un período de terror dictatorial, y nosotros consideramos ésta una analogía histórica con la revolución proletaria que esperamos y preparamos, pero ésta es siempre una analogía formal mucho menos importante para plantear nuestras cuestiones que la despiadada antítesis entre burguesía y proletariado, entre capitalismo y economía comunista, base sustancial de las valoraciones y de las decisiones del movimiento obrero revolucionario que no acepta modelos en la historia burguesa y preburguesa.

Cromwell y Robespierre hicieron caer cabezas reales, pero equivocadamente esto los consagra a una errónea admiración por parte de los militantes socialistas. En la ruptura de las relaciones de producción precapitalistas y en la fundación del orden burgués con todas sus características de servitud del cuarto estado proletario, la función de aquellas primeras repúblicas revolucionarias continúa sin conflictos en la de sucesivas dinastías “burguesas” orangistas, hannoverianas, bonapartistas y orleanistas que sean, como sin contradicciones la revolución capitalista se insirió en las formas políticas de “constituciones” por parte de las monarquías, concedidas o arrancadas significa poco, tanto más que monarquías liberales y parlamentarias las hubo con las mismas dinastías que habían luchado en las filas de la restauración antiburguesa, y ponemos en evidencia inmediatamente a los Saboya.

El totalitarismo de las primeras burguesías republicanas es radical contra el antiguo régimen[1] como lo es contra las tentativas de reconquista obrera, y era un banal error pensar que en un cuadro republicano puro y estable las conquistas de los trabajadores se abrirían camino más directamente que en un cuadro de régimen burgués monárquico. La relación está en otro sitio.

Francia es el “país experimental” de la historia y en algunos de sus ciclos breves ofrece el material de análisis de las relaciones históricas generales, como sugestivamente se lo ofreció a Carlos Marx para elaborar la doctrina de la lucha de clase y de la guerra civil obrera, en los años 1848, 1852, 1871. Estos ciclos nos muestran tanto monarquías progresivas y reformistas como repúblicas policíacas y reaccionarias, nos muestran también un proletariado audaz y heroico que ha sabido odiarlas y asaltarlas a ambas, después de haber sido por ambas muchas veces engañado, traicionado y masacrado.

Después de la primera república Francia había tenido con Napoleón una monarquía tan revolucionaria como autocrática; tuvo después la restauración borbónica y después de la revolución de 1830 la monarquía “burguesa” de Luis Felipe. La segunda república nace de la lucha contra éste de los partidos burgueses republicanos y de los obreros revolucionarios. “Si París domina Francia gracias a la centralización política, son los obreros que en los momentos de convulsiones revolucionarias dominan París”. En base a estas palabras de Marx, elaborará y combatirá Lenin una gran revolución.

Pero a mediodía del 25 de febrero de 1848 el gobierno había caído, ejército y policía habían perdido el poder ante la guardia nacional, había un gobierno provisional de coalición, sin embargo, la república no se había proclamado aún. Se temía la repetición de la mistificación de Philippe Egalité[2]. El argumento aducido es del todo “democrático”: para cambiar la constitución se requiere la mayoría de Francia, debemos esperar el voto de la provincia. Pero las barricadas están aún en pie y doscientos mil parisinos amenazan con marchar hacía el Hôtel de Ville: el nuevo gobierno burgués no se ha vuelto policíaco[3]: cede. Al cabo de dos horas brillan sobre las murallas de París las históricas gigantescas palabras: ¡República Francesa! ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad![4] No hay en Marx un fragmento lírico, sino tremenda ironía.

La nueva república no es proletaria y se resiste incluso a dar un programa reformista y social bajo la presión de las peticiones de los dirigentes del proletariado. Estas páginas de Marx deberían ser releídas línea por línea en todo el desarrollo que conduce de la lucha de febrero a la del 22 de junio, del error de creer que la república como hecho institucional fuese una victoria, del error en la confianza de reformas sociales que puedan quitar al régimen los caracteres patronales capitalistas, los obreros de París pasan a la correcta posición de la lucha de clase contra todo el andamiaje del Estado. Esta vez la guardia nacional que habían aplaudido está contra ellos: les han dicho que la Asamblea nacional reunida en mayo ha, mediante la votación, ordenado legalmente Francia en formas liberales, pero siempre burguesas. Los trabajadores se lanzan aún a la lucha: esta vez caen en un mar de sangre, pero es esta tremenda derrota la que Marx ensalza como la única conquista de clase en el dramático acontecimiento, como ensalzará veintitrés años después a los comuneros masacrados por la república de Thiers.

 

HOY

Aquí, donde vivimos en la flor de las penínsulas y en la escoria de las repúblicas se habla en estos días de una cuestión institucional y de un legitimismo monárquico. ¡Cuántos militantes incapaces de encajar o de sentir aunque sea por instinto la relación de los intereses y de las luchas de clase no están dispuestos a agitarse por un desprecio que no han sentido por el régimen de los Comités de Liberación, por la Triarquía comunsocialcristiana o por la actual república del aspersor! Se encontrarían militantes de estos incluso a la “izquierda” y en un malentendido trotskismo: un intento de retorno de los Saboya podría “levantar al pueblo” en un frente de insurrección, maniobrando dentro del mismo con desbloqueos y desbloqueadas podremos “hacer la revolución”. ¡Qué diferente de tales niñerías es el análisis marxista de los posibles desarrollos de la situación!

¡Cuestión previa republicana! Repetimos las tonterías de hace treinta años y no hemos entendido aún las verdades deslumbrantes de las que la doctrina revolucionaria dispone desde hace un siglo. Los mismos republicanos históricos italianos se dieron por satisfechos de la guerra irredentista por el hecho de gobernar con el rey. Los mismos fascistas de 1919 se hicieron la pregunta y se llamaron tendencialmente republicanos. Llegó el 25 de julio y tuvieron el hígado - los bloquistas antimussolinianos – de contentarse con que las armas aliadas estuvieran en Sicilia y no en Centocelle, para hacer el paso ultrarevolucionario de hacer meter mano por primera vez al Duce ¿por parte de quién, por dios?, por Su Majestad el Rey.[5]

Las cuestiones previas no clasistas conducen todo sobre la vía del retroceso, de la cual no se ha visto aún el fondo. Cuando en vez de las máximas reivindicaciones tan fácilmente alardeadas en tiempos de bonanza, pidiendo la sangre de los burgueses o gritando ni dios ni patrón, nos replegamos a reivindicar que se echara ya sea a Guillermo, a Benito, o a Adolfo, fuimos reducidos a tener que tragar de nuevo como excelente comida a capitalistas, monarcas y papas.

Un siglo después de las jornadas de París los dirigentes avanzados del movimiento italiano no supieron pedir ni siquiera la república burguesa o la república laica, cosas distintas que república social. El hecho histórico es que no hubo movimiento, sino sólo traición, que con un trabajo de años quitó a la clase obrera el hacer de protagonista del drama histórico, y no le consintió ni siquiera intentarlo. Si no se hubiera pactado en la resistencia, reducida a una bien prudente intriga subterránea romana, con collares de la Annunziata[6], mariscalones fascistas y cardenales acaparadores, la liquidación de Pippeto[7] era cosa de un minuto. Bastaba en 1943 Nápoles, bastaba Salerno, no era necesario un París. Tal honor fue dejado a los republichini[8] del norte. En 1945 el triángulo proletario Milán Turín Génova era veinte veces más que suficiente para echar a una dinastía putrefacta e ir más allá, si la traición de dirigentes aún más “derechistas” que los Raspail, los Albert, o los Ledru Rollin de 1848 no hubieran intercambiado todo por el caramelito de Plaza Loreto[9] para los soldados rasos y el de Dongo[10] para los conspiradores.

Un siglo después –estadísticamente a juzgar por  la literatura política postmussoliana, que pululó rápidamente de manera nauseabunda, teníamos un buen noventa por ciento “marxista”, incluidos los católicos que hoy redactan las proclamaciones por comisión de Stalin – no se encontró a NADIE para denunciar la ignominia de posponer la liquidación no digamos de la clase dominante, sino de la monarquía extrafascista (fue más bien el fascismo que se hacía más mugriento convirtiéndose en regio) sin esperar la democracia de la Asamblea Constituyente. Alguno estaba inquieto, pero el que llegó del mar, o sea Palmiro, aclaró leninísticamente todo esto e hizo respetar a quien llamaba en los artículos Umberto tout court.[11]

A Umberto lo habíamos creído un flojo y un tonto, pero no lo era. Buen político el padre, él aprendió que los estómagos dinásticos digieren con impasible etiqueta para el caso a los Turati, los Mussolini y los Togliatti. Reducida la lucha a las papeletas del 2 de junio con tanto ministro socialista en los interiores, por poco la tesis monárquica no ganó. Por poca estima que pueda tenerse a Peppino Romita[12] el cuerpo electoral debía ser saboyano por un cincuenta y cinco por ciento.

Fue una verdadera lástima que no fuera así. Por dos motivos. Los proletarios que con buena fe siguen el marxismo “centrista” hubieran entendido qué tontería es someterse, aunque sea en un asunto no muy importante, al método democrático. Los “trotskistas” – y los dos colosos de quien han tomado los adjetivos reciben en el otro mundo nuestras disculpas – habrían visto que nadie se movía. ¿Se mueve alguien por el papismo triunfante?

La discusión de hoy es pues divertida: los residuos de laicismo ideológico en los burgueses italianos, un poco trastornados por el sacristanismo de la república del dos de junio, son invitados por los monárquicos a pensar que sólo una monarquía puede en Italia equilibrar la influencia vaticana. No somos relativistas, sólo nos divierte pensar que tenemos una república tal, que la monarquía restaurada sería “de izquierda”.

¿Nuestra opinión? Que en cuanto a nosotros respeta, Umberto Biancamano y San Pedro no tienen influencia alguna. Muchísima por contra el capitalismo occidental moderno y el modernísimo derrotismo revolucionario moscovita, doublé[13] con el tradicional europeo.

¿Una consigna nuestra? ¡Dinastías, sacerdotes, magistraturas republicanas, podéis ir pronto al infierno cogidos del brazo!

 

[1] N.d.T. En francés en el original.

[2] N.d.T. Luis Felipe II de Orleans, padre del rey Luis Felipe.

[3] N.d.T. “non si è ancora sbirrificato”, en el original italiano.

[4] N.d.T En francés en el original.

[5] N.d.T. Se refiere a la destitución y arresto de Mussolini el 25 de julio de 1943 a raíz del desembarco aliado en el sur de Italia y a la consiguiente instauración del Reino de Italia con el Rey Víctor Manuel III como Jefe de Estado y el general Badoglio como Jefe de Gobierno.

[6] N.d.T. Se refiere a los collares llevados por el Orden Supremo de la Santissima Annunziata, otorgados por la casa de Saboya, o sea, a partidarios de la monarquía.

[7] N.d.T. Víctor Manuel III era llamado despectivamente Pippetto o Pipetto.

[8] N.d.T. Partidarios de la República Social Italiana de Mussolini.

[9] N.d.T. Lugar en el que fue colgado el cadáver de Mussolini.

[10] N.d.T. Localidad de la provincia de Como donde fue fusilado Mussolini.

[11] N.d.T. Umberto I. Sucesor en el trono de Víctor Manuel III antes del referéndum monarquía-república del 2 de junio de 1946, apoyado también por los estalinistas de Palmiro Togliatti.

[12] N.d.T. Giuseppe Romita, miembro del PSI y fundador del PSU en 1949.

[13] N.d.T. En francés en el original. En el sentido de recubierto o forrado.

 

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