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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

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(Battaglia Comunista, nº 12 del 23- 30 de marzo 1949)

Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 


AYER

Una cosa que siempre ha seducido al gran público son los incidentes clamorosos en las asambleas parlamentarias. Los liberales ortodoxos, en base al modelo inglés, verdadero primado mundial de insuperada hipocresía, se tomaban muy en serio la dignidad de las cámaras electivas y mantenían infinitamente el decoro y la compostura en los debates, la caballería en el choque entre los partidos adversarios, el empalagoso y conformista fair play británico, antigua máscara de la política burguesa nutrida en sustancia de opresión, de pillaje y de saqueo.

Pero en las sesiones serenas y cívicas sin gritos, interrupciones e incidentes el público se aburría, y los informes de la prensa no los leía nadie. Cuando en cambio olía a riña las invitaciones se disputaban, las tribunas regurgitaban, los periódicos se agotaban de punta a punta del país, vociferados con varias voces dialectales entusiastas, como ésa: “e’ mazzate da’ Cammera!…”[1].

A finales de siglo el grueso de los honorables estaba aún constituido por comedidos sabiondos y los exponentes de los “partidos avanzados” aparecían como incorregibles gamberros capaces de cualquier travesura. El buen burgués temblaba con los arrebatos de los Cavallotti, de los Pantano, de los De Felice y se encomendaba a Cristo y a la Mesa del Parlamento. Eco inmenso tuvo entre los subversivos de tipo estudiantil la gesta de Enrico Ferri, el de la pajarita y la melena de león. Provocada por las irrupciones del hirviente diputado socialista la censura y la expulsión de la cámara, él tuvo un gesto histórico: rompió el cristal de una ventanita que daba a la gris y sorda aula de Montecitorio y gritó dentro: “¡Continúa la camorra parlamentaria!”. Entonces el beato mundo se emocionaba por poca cosa: Roma, según la prensa del momento, no se estremeció tanto por el vae victis de Breno. 

La burguesía italiana en su historia política ha quemado muchas etapas, y rápido se cansó de imitar los desfiles conformistas y pelucones – en sentido no figurado – de los Comunes. Espoleada por un subversionismo extremista solamente en los gestos se sacudió los miedos decenales, se liberó de los escrúpulos democráticos, como hoy van haciendo las burguesías de todos los otros países, e hizo la prueba de pasar de las palabras a los hechos, de las chácharas vacías a las palizas.

Mientras demasiados socialistas deformaban el marxismo renegando de la función histórica de la violencia en la sucia caricatura que quería hacer surgir el socialismo de una confrontación pacifista de opiniones y de votos electorales, los fascistas, cantando “¡pelea, pelea!” y teorizando abiertamente la contraviolencia burguesa, comenzaron dentro y fuera de Montecitorio la caza física a los parlamentarios adversarios.

Esta nueva y moderna versión del método político capitalista y de la praxis antisocialista suscitó la oposición de los vejestorios del método democrático. No es que éstos fuesen más blandos que los fascistas con el socialismo y el proletariado, sino que consideraban aún útil y adecuado por un largo periodo la aplicación del fraude electoral y de la burla de las garantías legales. Por eso los fascistas fueron a golpear sin miramientos también a éstos para sacarles de en medio y asumir ellos el gobierno y el poder.

El principal éxito del fascismo no fue el de haber triunfado, conservándolo veinte años y machacando las organizaciones rojas que no fueron capaces de recoger el desafío sobre el mismo terreno, o mejor de tener fe en el desafío que durante tantos años habíamos lanzado a los burgueses para la lucha en las plazas. Este éxito, que data de agosto de 1922 y no de octubre, no tuvo por autores esos cuatros apestosos en camisa negra, sino todas las fuerzas del Estado tradicional capitalista, burocracia, magistratura, policía, ejército con la solidaridad de monarquía, iglesia, industria, agrarios, comerciantes y el conjunto de secuaces bajos y viles fornido por el despreciable estrato medio, que durante varios años después se paseó con los ornamentos de la “revolución” fascista como se pasea ahora con aquellos de la lucha partisana, no habiendo hecho un carajo en ninguna de las dos. El éxito del fascismo fue otro, y dura aún en sus efectos contrarrevolucionarios varios años después de Piazzale Loreto[2]. Éste es constituido por el retroceso histórico y político del movimiento obrero sobre posiciones inconsistentes y débiles, por el pacto de alianza que en el terror de la porra y del aceite de ricino agrupó los dirigentes de los partidos proletarios y a aquellos, ya caporales sin soldados, de los demócratas y de los liberales de varios tipos, uno más tonto que el otro.

Todo fue puesto en el caldero: comunismo, socialismo, anarquismo, sindicalismo, república, monarquía, cristianismo, masonería, sobre la base de una común condición previa: sacar de en medio al fascismo el cual impedía que la lucha política retomase las formas electorales y constitucionales. Obtenido esto, se habría jurado el nuevo pacto legal y después cada partido habría retomado la propaganda por sus ideales en la nueva atmosfera de cívica y pacífica competición. Una perspectiva en la cual cada término debería suscitar en los marxistas la indignación y el vómito, mientras que la fascista contenía en edición burguesa la dialéctica afirmación de nuestra visión de la historia y la realización del encuadramiento antagonista de las clases sociales en dos frentes unitarios, afirmación que se remacha cada día, a pesar del espejismo del abatimiento del fascismo en la derrota de Roma y Berlín, en todo el encuadramiento de las fuerzas capitalistas mundiales faltando desafortunadamente, por efecto de la peste frenteunionista, la réplica del encuadramiento proletario.

 

HOY

Se juró el gran pacto: los he visto en Salerno llegados solamente por el mar. Quien derribó a Mussolini no fue el frente unitario, el haz de varas utilizado en el primer apólogo filisteo contra la lucha de clase, haz acertadamente tomado como símbolo precisamente por él. Fueron los aeroplanos y las flotas de ultramar, las nubes de vehículos y de cañones, las latas de conserva y los caramelos con los que nos tomaron por el cuello, por la garganta y por el resto.

Quitados de en medio los fascistas con vario procedimientos desde los más drásticos a los más tontos parecía seguro que el retorno de los medios civiles, parlamentarios y pacíficos no habría corrido otros peligros. Promesas, felicitaciones y sonrisas corrieron entre los seis, entre los tres, entre los treinta y cinco partidos surgidos de la cepa común de la libertad. Loretizando al único aguafiestas, era seguro para la fortuna de Italia que no se habría hablado más no sólo de porrazos y de palizas, sino ni siquiera de injurias, groserías y malas palabras. La obra culminante de la carta constitucional, sagrada para todos, codificó este idilio. Después de la pérgola de Milán y las horcas de Alemania y Japón, parecía asegurada por al menos una generación esta praxis de respeto, de serenidad y de miramiento entre los coaligados del mejunje antifascista, sobre la tumba del ferocísimo dragón de la dictadura.

No nos referimos aquí a la cuestión de contenido sino a la de método, para seguir de manera polémica todos aquellos que hicieron del método y de la praxis política, sobre la base de la panacea democrática, una condición previa a las sustanciales discrepancias de los intereses y de las fuerzas.

Nos hace reír con gran gusto cuando vemos que el gran objetivo hipócrita del bloque antidictatorial naufraga en el ridículo, y en la asamblea de la redimida y resucitada democracia estallan el lenguaje soez, el vituperio, el alboroto, el tumulto y la graciosísima pelea a puñetazos final entre los honorables.

Desde hace tiempo nuestra crítica ha desenmascarado y deshonrado la máquina parlamentaria, y en bonanza o en tempestad nuestro desprecio le ha sido declarado desde hace al menos diez decenios a esta parte.

No hemos sentido un ápice de compasión cuando el duce la ha amenazado con el campamento de soldados[3], aunque nos preocupase gravemente el peligro de la nostalgia que la ingenua, generosa clase obrera habría albergado por el restablecimiento de los “juegos de papeletas”[4].

Estamos encantados ahora de que los antifascistas ya amos de la situación acaben de deshonrar el parlamento y escriban sus páginas más vergonzosas en medio del morboso interés de los snobs de las tribunas. 

Si el público italiano ha sido deseducado, según el lugar común, por Mussolini, aquello eran rosas y flores con respecto a hoy. En estos días, por un lector que se haya sorbido las cláusulas del tan discutido Pacto Atlántico, miles han degustado con voluptuosidad de tipo erotizante la narrativa de los lanzamientos de Pajetta y de los puños de Tomba, publicada el mismo día por centenares de periódicos de los tantísimos de más que tiene la península.

Legalidad, civilidad, libertad, gritan los dos bandos opuestos de mantenidos por el acta de diputado, y pasan a los puñetazos hoy, al resto mañana.

Neutralidad, paz, colaboración entre capital y socialismo, se grita por las dos partes del frente internacional, detrás del cual ambas partes forjan a más no poder armas feroces.

Nosotros estamos seguros que se reconstruirá el partido de la clase trabajadora, que rechazando esconder los propios objetivos tanto en la teoría como en la acción provocará a la lucha abierta a las fuerzas siniestras del capital mundial, dando a esos gritos mentirosos la respuesta revolucionaria: violencia, dictadura, guerra social.

 

[1]. NdT: En dialecto napolitano: ¡Hay mazazos en la Cámara!...

[2]. NdT: Plaza de Milán donde colgaron el cadáver de B. Mussolini en 1945 de una pérgola.

[3]. NdT: Referencia a un discurso de B. Mussolini (bivacco di manipoli, 16 de noviembre de 1922) con el que amenazaba a la máquina parlamentaria con convertirla en un campamento de soldados.

[4]. NdT: Ludi cartacei en italiano. Juego de palabras que hace referencia a los ludi romani (juegos romanos) acuñada por B. Mussolini (en un discurso de 10 de marzo de 1927) para definir el sistema electoral y parlamentario.

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