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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

IX

(Battaglia Comunista, nº 11 del 16 de marzo al 23 de marzo de 1949)

Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 


AYER

Desde 1882 a 1914 Italia estuvo en la Triple Alianza con Austria y Alemania con gran despecho de todos los demócratas italianos. Estos, sin embargo, se las arreglaron para romper el contrato y en el estallido de la primera guerra europea en agosto de 1914 impidieron la intervención en los términos del tratado hasta que en el “radiante mayo” del ’15 las fuerzas populares de la democracia pacifista – con D’Annunzio y Mussolini a la cabeza – consiguieron vencer las resistencias de monarquía, gobierno y parlamento entrando en guerra por la otra parte, al lado de la Entente de Francia e Inglaterra.

De este esquema histórico parte la campaña de la oposición de hoy al Pacto Atlántico, a la alianza de guerra del estado italiano con el capitalismo americano.

Es cómodo para la propaganda, hecha según el fácil arranque improvisado[1] de hoy, tirar de estos paralelismos y lanzarse sobre el slogan de que la historia se repite.

Pero si es indudable que el material de la historia es una guía fundamental para la política del hoy, dos cosas son necesarias, que ambas fastidian a los demagogos de feria: utilizar una historia no falsificada, y encuadrar el desarrollo de las relaciones de su vieja disposición a la nueva.

Que los demócratas italianos acogieran mal la política triplista y la combatieran con un alud de retórica en prosa y versos es verdad y es perfectamente explicable. La unidad nacional, medio para la consolidación en la península del poder de la burguesía liberal, se había hecho con guerras contra Austria y había dejado atrás la reivindicación irredentista de arrancarle aún el Trentino y la Giulia, regiones en parte de lengua italiana. Cierto es que Prusia había ayudado en la tercera guerra a sanar las palizas de Lissa y Custoza[2], cierto es que Francia si no hubiera sido batida por la propia Prusia en Sedán en el ’70 habría impedido la conquista de Roma. Pero todo el armamento político e ideológico de la democracia burguesa confluía siempre por encima de estas contradicciones en las simpatías ardientes por los regímenes y la historia liberal clásica de Francia e Inglaterra sobre el fondo de tintas masónicas y antivaticanas, de humilladas admiraciones parlamentarias.

Las cartas de los demócratas de hace medio siglo están pues en regla. Pero que deban servir de pasaporte a movimientos de hoy que pretenden reclamarse de la clase proletaria y del socialismo, es otra cosa.

Para tal gente es artículo de fe que el socialismo no es otra cosa que una subespecie de la democracia, el proletariado hoy debería actuar según las directivas de las fuerzas democráticas como una fracción de ellas, naturalmente avanzada y progresiva.

Pero esto era ya falso en la situación de la Triple y ya entonces los que planteaban la cuestión movilizando la clase obrera sobre la estela irredentista e intervencionista, después de haber intentado canalizarla con la primera fase de neutralismo y pacifismo, merecen sin apelación la condena de renegados y traidores.

Los que vuelven a calcar este camino en la situación de hoy merecen pues de lleno la definición de discípulos de Mussolini, que ya se han ganado con máxima puntación por la política hecha en la guerra reciente.

En 1914 la clase obrera y el partido socialista lucharon en modo resuelto contra la política burguesa de alianzas, de bloques y de guerra no solamente cuando se trató de impedir que tuviera efecto el compromiso triplista, sino también cuando el gobierno burgués, la monarquía, los mismos nacionalistas de la guerra por la guerra (coherentes éstos también) abrazados a la sombra del tricolor con los demócratas clásicos y con los pocos traidores de nuestras filas, se lanzaron repugnantemente al intervencionismo anglo-francófilo.

Esta decidida oposición del proletariado con sentido de clase a ambos mercados imperialistas de la burguesía, mantenida también durante la guerra, determinó una situación útil y activa para las fuerzas revolucionarias, incluso si no se desarrolló históricamente (por razones objetivas y de dirección insuficiente del movimiento) en la transformación de la guerra de las naciones en guerra civil, como gloriosamente realizaron los bolcheviques. Ésta debía ser el preludio, si otras desviaciones y traiciones no hubieran intoxicado el camino al movimiento de la clase obrera, del abierto planteamiento de estos problemas no según los intereses del País, de la Patria y de la Nación, o sea de la burguesía que nos oprime, sino sobre la única base de las perspectivas revolucionarias internacionales.

HOY

Aparte de la condición desgraciadamente involutiva y degenerativa del movimiento clasista, es notorio que la situación en la cual se encuentra el estado burgués italiano frente a las perspectivas de una guerra general, no tiene nada que ver con la de 1914 y tampoco con la de 1939 porque, incluso remontándose siempre la causa de las guerras a los desarrollos del imperialismo capitalista, bien distinto peso y dinámica tiene el gobierno de Roma en el cuadro mundial.

Este gobierno de servidores y de correveidiles no puede hacer ni intervencionismo ni neutralismo, puede sólo seguir las órdenes y obedecer a las imposiciones y amenazas. No tiene una fuerza de guerra autónoma para poner a la venta especulando con la sangre de los trabajadores, hoy por dólares como ayer por esterlinas y por marcos, ni tampoco puede hacer campañas basadas en fantasías hegemónicas o subhegemónicas conquistadas con aventuras de guerra.

Nada cambiaría, si la oposición estuviera en el poder, en esta condición de impotencia. Todos los partidos del actual parlamento han contribuido a esta situación – y si ésta pudiese tener desarrollos revolucionarios nosotros nos alegraríamos de que pisara el orgullo nacional – con su planteamiento bloquista durante la última guerra, en política interior y exterior. Es inaudito que los charlatanes de la actual oposición osen definir como la tercera agresión de América la que se prepara. Ciertas bocas ensucian la verdad; son las bocas de los que temblaban de alegría con los desembarcos en África y en Francia sólo porque les acercaban a una distribución de ministros burgueses, soñada entre las angustias del exilio y los vetos del duce.

En 1914 los mismos pequeños estados europeos, como consecuencia de las características de la economía y de la misma técnica militar, podían tener un peso para desplazar el equilibrio del conflicto. De todas formas, los Estados Unidos se desinteresaban de la política europea y no tenían peso militar adecuado al económico, Inglaterra vivía el último acto de su función de aislamiento arbitral en el mundo, en las grutas continentales se hacían cálculos tan tontos como los de nuestros oradores parlamentarios de hoy sobre el número de acorazados y de divisiones de por lo menos cinco potencias militares de comparable orden de magnitud, agrupadas dos por aquí y tres por allá en los clásicos bloques. Entonces entre giros de vals, reclutamiento a sueldo de socialista renegados y cruzada ideológica por la civilización democrática, no bastaron la liquidación impúdica del espléndido aislamiento británico y de la doctrina de Monroe e incluso la entrada en el campo de batalla del lejanísimo Japón para echar sin esfuerzos supremos a Alemania.

Salió de ello una situación nueva, y ya entonces se empezaron a formar las regiones de sujeción de los pequeños estados a los grandes poderes sobre todo entre los restos del imperio de Austria (una de las menos indecentes administraciones públicas que haya podido ofrecer la historia del capitalismo). Chocaron, en el plano hegemónico en Europa sobre las varias Checoslovaquias nacidas fantoches, primero Francia e Inglaterra; después sucede lo que sucede y lo saben todos los no lactantes.

La segunda Alemania fue derrocada por una coalición general y la pobre “Italietta” no consiguió poner sobre la buena carta un segundo mercadeo y una mejor edición de la traición. Naturalmente los que han especulado con convertirse en grandes hombres a plena luz de los reflectores amigos o enemigos (no importa mucho) tienen el toupet[3]  de decir que a Hitler lo han vencido ellos con la guerra partisana y después con la leonina declaración post-armisticio.

En la situación que se ha dado a continuación, los mismos centros de París y Londres han trocado influencia y autonomía y están frente a dos únicos colosos. El problema de con quién se alía el gobierno de Roma es un problema subidiota. La gran cuestión es la de establecer si en el posible monstruoso choque deba verse una alternativa histórica en la que se pongan en juego todas las fuerzas del proletariado.

Éste en Italia supo decir que no al señor Mussolini, debería saber decir lo mismo al señor Nenni, bien elegido para poner este puente embrollador entre l’anti-triplismo 1914 y el anti-atlantismo 1949.

Alquilando el proletariado al anti-triplismo burgués se quiso atarlo al yugo del militarismo y de la guerra, aliarlo con nacionalistas y con “fascios” intervencionistas de combate. De este nido de lombrices nacieron los tumores del fascismo y del anti-fascismo pro-Londres y atlántico. El honorable señor Nenni, nunca visto en el camino del socialismo, es un dignísimo símbolo de todos estos equívocos de sucesivo alquiler a bien abastecidos clientes. 

 

[1] N.d.T. “A braccia” en italiano, expresión que se utiliza en la jerga teatral para referirse a una actuación improvisada o sin preparación.

[2] N.d.T. En la batalla de Custoza (1866) el ejército italiano sufrió una derrota frente al austríaco y en la batalla naval de Lissa (1866) también fue derrotada la armada italiana. Sin embargo, Austria, derrotada por Prusia en Königgrätz, tuvo que aceptar ceder Venecia a Francia, que a su vez la cedió a Italia pese a las derrotas de este país.

[3] N.d.T. Descaro, en francés.

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