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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

VIII

 

(Battaglia Comunista, nº 10 del 9 al 16 de marzo de 1949)

Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 

 

AYER

Basta volver atrás una generación para recordar que en la polémica periodística y en las discusiones entre las personas “cultas” o en los salones burgueses se consideraba todavía controvertido el juicio sobre la gran revolución francesa de 1789. En las esferas de los bien pensantes ya nadie se oponía más a sus resultados históricos, sociales y políticos, no habiendo ya más partidos o corrientes que apoyaran la restauración legitimista, que sostuvieran que se debieran abolir las “conquistas” realizadas en el mundo sobre la base de aquellos inmortales principios. (Es cierto, una cosa que no dejaba de sorprender al revolucionario Benito Mussolini en 1912 era que en Nápoles se imprimiera todavía un semanario borbónico, Il Vero Guelfo[1]…).

Sin embargo, todavía era controvertido el juicio de las generaciones posteriores y abierto el debate, al menos a los ojos del hombre de la calle, sobre la grave cuestión de los horrores, de los métodos feroces que la revolución había seguido, en su lucha renovadora y en su avance inexorable. De acuerdo con la libertad, igualdad y fraternidad, de acuerdo con el régimen liberal y parlamentario y con los derechos del hombre y del ciudadano, de acuerdo con la supresión de las monarquías absolutas y de los privilegios nobiliarios y eclesiásticos, pero para obtener todo esto deberían haber reflexionado y tal vez renunciar a ello antes que llegar a las atrocidades del Templo[2], a los legendarios destripamientos de peluqueros - que no habían descubierto todavía la permanente - a las duquesas de pelo rizado.

Por ello el “amarillo”[3] se convertía en argumento social decisivo, aunque no se llamaba todavía así, la crónica novelada y colorida sobre estos acompañamientos al efecto de los hechos históricos, el cuadro de los horrores. Si ya hace tiempo un italiano no tan tonto había explicado que en el proceso político e histórico el fin alcanzado debe ser considerado bastante más importante que el medio usado, los descendientes no podían más que sonrojarse de un antepasado tan cínico e inmoral como Nicolás Maquiavelo.

Destetar todas las propagandas de esta manía del argumento horripilante pareció siempre un cometido imposible desde que éste formó la base de la difusión popular del cristianismo, y si los reaccionarios apuntaban en primer lugar a remover los sentimientos y la peroración de cualquier reproche sobre la Viuda[4] y sobre el Terror, los demócratas radicales, los anticlericales masones no encontraban nada mejor para oponerse que hacer palanca en la Inquisición y en las noches de San Bartolomé[5].

Nunca ha sido posible cerrar con una sentencia aceptada el debate sobre este punto: quién de los dos contendientes fue el más cruel, el más feroz. Siempre hay algo que rebatir, no se aclaran ni siquiera Gandhi y Tolstoi. Pero lo malo es que el mencionado hombre de la calle no se da cuenta de que se trata de una búsqueda inútil y que, admitido que sea posible discriminar entre las patrañas lanzadas y creídas por una parte y por la otra, no se dice de hecho que convenga optar contra quien está de la parte, en el pasado, en el presente y en el futuro, de los medios más duros, y que la cuestión siempre está en otro lado.

En las guerras de una generación atrás, había una carrera por los dos lados por descubrir en las carnes de los propios heridos las balas dum-dum[6]. Los proyectiles admitidos por las convenciones internacionales del civil mundo capitalista tenían que ser cónicos y salir de cañones rayados, no tenían que producir infecciones o devastaciones de los tejidos, bastaba con que enviaran legalmente al otro mundo. Entonces no se hablaba todavía de aviación, gases asfixiantes, bombas atómicas y juguetitos similares.

El punto culminante de la batalla polémica paralela a la de los cañones en la guerra de 1914 fue entorno a las manos cortadas de los niños belgas y a las atrocidades de las hordas cosacas del zar, que no hacían prisioneros.

 

HOY

Bastaría el innoble espectáculo del proceso Kravchenko[7] para establecer que estamos todavía en el mismo punto y que compactas movilizaciones con fines de propaganda apuntan sobre el capital idiota de los horrores. Sobre todo los anglosajones están convencidos de haber vencido con esta treta dos guerras y no están dispuestos a aflojar. Montañas de papel impreso dan vueltas por el mundo, y constituyen también un buen negocio ya que si libros y revistas de ciencia histórica y social son indigestos o de no muy gran demanda, el público se lanza, por el contrario tremendamente “incannarutito”[8] (o sea como el glotón sobre los mejores manjares) sobre las páginas que recaban las leyes de la ciencia histórica de las descripciones hábilmente anatómicas sobre los interrogatorios de tercer grado a base de uñas arrancadas, mutilaciones obscenas y vivisecciones de cobayas humanas.

Desde hace decenios se lleva a cabo la campaña contra la revolución rusa con estas despreciables invenciones y las mismas acusaciones se difundieron indecentemente en la última guerra de un frente al otro. La mitad del mundo jura que los cavadores de fosas de Katyn[9] eran alemanes, la otra mitad los cree rusos. A esta especie de literatura pertenecen en el 90% los libros impresionistas sobre Rusia y sobre los recuerdos de guerra y gazpachos de autobiografías noveladas de maníacos pasivos de la persecución sobre las policías hitleriana y estaliniana.

Muchas de estas infamias pueden no ser inventadas, sea a quien sea que se atribuyan, y es imposible llegar al fondo en estas búsquedas. Pero, más que imposible es inútil, como en ningún caso explicarlas puede servir más que a fines peor que turbios de organizaciones propagandísticas tendenciosas.

Los estalinistas se debaten mal contra la sabionda impostura del libro de Kravchenko y de todo el movimiento de esta naturaleza, después del gozo que han tenido con el método paralelo de propaganda utilizado por la misma organización capitalista contra el nazismo y el fascismo. Ellos serán víctimas de este sucio armamento, y lo serán con justa razón porque han sido los cómplices de ello.

De esta manera han perturbado todo el proceder de la formación de la nueva consciencia histórica en la vanguardia proletaria. Ellos aceptan estúpidamente la discusión de si hay más libertad en Rusia de la que había en Alemania bajo Hitler o de la que pueda haber hoy en América. Ya no están a la altura de la crítica y de la condena de la libertad burguesa que los agentes de policía y los vendidos son muy libres de escoger. No pueden responder que los comunistas, por lo que a ellos respecta, escogen la dictadura revolucionaria, ya que por lo que respecta a ellos han mercadeado e intercambiado de todo, también ellos han mercadeado y especulado con el eslogan imbécil de la lucha por la libertad “tout court” y hoy es la proverbial culebra que muerde al charlatán.

Puede hacer impresión que el comunista alemán de oposición Heinz Neumann[10], un generoso y leal combatiente del proletariado, haya terminado en una supresión silenciosa y que su compañera haya sido rebotada entre la policía soviética y la nazi con tantos otros infelices, pobre resaca humana del oleaje de la política de los grandes poderes. Pero no se piensa en qué más grave problema histórico en el que meditar y estudiar para llevar a cabo la lucha proletaria sea el que emerge de la explicación de la viuda. ¿Por qué la táctica rusa en Italia ya fuera en 1923 como en 1943 fue toda dirigida a la consigna: “luchad por la libertad, escoged la libertad, haced bloque con liberales de todo tipo”? -y ¿por qué por el contrario en Alemania cuando Neumann quería el bloque contra Hitler de todos los antifascistas, el frente único por la libertad, fue desautorizado? – y ¿por qué todavía después en 1941 se volvió a lanzar el grito de la campaña por la libertad y del frente único antinazi con todos los demócratas del mundo?

Son cuestiones mucho más pesantes que la de la duda de si el militante Neumann fue retenido en un albergue, en una cárcel o en una cámara de gas, por mucho que estas imágenes hagan estremecer.

Son cuestiones que atañen al sabotaje y al derrotismo de todos los recursos de la revolución mundial.

Porque sólo los comunistas que no hayan escogido en cada giro algo del campo enemigo, que consideren la libertad burguesa y la opresión burguesa como la mismísima cosa en toda situación, pueden tener hoy el derecho de escupir a la cara a los kravchenkos y a la fábrica que los produce, escondida como la de las bombas atómicas en los desiertos de Nuevo México y de Dakota.

 

[1] N.d.T.: El Verdadero Güelfo. El nombre de la publicación utiliza la palabra Güelfo en referencia a los partidarios de los estados papales en las varias guerras contra los gibelinos.

[2] N.d.T.: Se refiere al Templo de la Razón y al culto al Ser Supremo instigado por Robespierre.

[3] N.d.T. Se refiere a la llamada prensa amarilla o sensacionalista.

[4] N.d.T.: Se refiere a María Antonieta, viuda de Luís XVI.

[5] N.d.T.: Masacre de protestantes realizada por católicos en París y otras ciudades francesas en 1572.

[6] N.d.T.: tipo de bala expansiva.

[7] N.d.T.: Víctor Kravchenko, desertor ucraniano que escribió libros de propaganda antirusa sobre su vida allí desde EE.UU.

[8] N.d.T.: Goloso en napolitano.

[9] N.d.T.: Masacre de prisioneros polacos de la que rusos y alemanes se acusan mutuamente.

[10] N.d.T.: Dirigente del KPD que propuso un frente antinazi al inicio de la década de los 30 y fue desautorizado por el estalinismo y finalmente ejecutado durante las purgas. Su compañera Margarete Buber-Neumann pasó de un gulag a un campo de concentración nazi en 1940. El texto no reivindica como tal la propuesta de Neumann, sino que pretende denunciar en el zigzag de la política estaliniana acerca de la alianza u oposición respecto al socialismo nacional alemán en función de sus intereses contingentes.

 

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