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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

XI

PACIFISMO Y COMUNISMO

 

(Battaglia Comunista, nº 13 del 30 marzo – 6 abril de 1949)

Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 

 

 

AYER

En la tradición de los marxistas revolucionarios es muy sólida la oposición al nacionalismo y al militarismo, a cualquier guerrerismo basado en la solidaridad obrera con el estado burgués en guerra por los tres famosos motivos truhanescos: la defensa contra el agresor – la liberación de los pueblos gobernados por estados de otra nacionalidad – la defensa de la civilización liberal y democrática.

Pero una tradición no menos sólida de la doctrina y de la lucha marxista es la oposición al pacifismo, idea y programa poco definible, pero que, cuando no es una máscara hipócrita de los preparativos de guerra, se presenta como la vana ilusión de que con carácter previo al definirse y al desarrollarse de los contrastes sociales y de las luchas de clase se deba desde opuestas orillas de opiniones y encuadramientos clasistas llegar a un entendimiento para el objetivo de la “abolición de la guerra”, de la “paz universal”.

Los socialistas han sostenido siempre que el capitalismo determina inevitablemente las guerras tanto en la fase histórica en la cual la burguesía establece su dominio construyendo los estados nacionales centralizados, como en la imperialista moderna en la que se dirige a la conquista de los continentes atrasados y los distintos Estados históricos compiten para distribuirse su dominio. Quien quiera abolir la guerra debe abolir el capitalismo y, por lo tanto, si existen pacifistas no socialistas es necesario considerarlos como adversarios, pues aunque actúen de buena o mala fe (el peor en todos estos problemas de nuestro movimiento y comportamiento es el primer caso) nos inducirían a ralentizar la implantación clasista de nuestra acción y la lucha contra el capitalismo, sin llegar al objetivo ilusorio de un periodo capitalista sin guerras, que en cualquier caso no es nuestro objetivo.

Para decirlo brevemente: será no obstante útil establecer que el análisis de las guerras entre los estados dado por la escuela marxista no se ha reducido nunca (ver Marx, Engels, Lenin) a un simplicismo que diga que no hay repercusiones sustanciales de la marcha y del éxito de las guerras sobre los desarrollos y sobre las posibilidades del socialismo revolucionario, y si nos referimos a la modernísima fase actual capitalista, el análisis completo no nos lleva de ningún modo a descartar la posibilidad después de ulteriores desarrollos, de un sistema capitalista organizado en todo el mundo en un complejo unitario, ya sea estado, superestado o federación capaz de mantener la paz por doquier. Este aparece hoy cada vez más el ideal de los grupos super filibusteros del capital y de sus mantenidos como los Truman, los Churchill y jenízaros menores. No excluimos esta eventualidad de la paz-burguesa que antes de 1914 era pintada por los distintos Norman Angell[1] con colores idílicos, pero admitiéndola, la consideramos una eventualidad peor que la del capitalismo generador de guerras en serie hasta su hundimiento final; vemos en ella la expresión más contrarrevolucionaria y antiproletaria, aquella que, lo que es todo menos sorprendente para la visión teórica marxista, mayormente concentra al servicio de la opresión capitalista, en una policía mundial de hierro con un mando único y con el monopolio de todos los medios de destrucción y de ataque, el medio de estrangular cualquier rebelión de los explotados.

El pacifismo como renuncia genérica al empleo de los medios violentos de estado contra estado, de pueblo contra pueblo y de hombre contra hombre, es una de las tantas ideologías vacías, sin fundamento histórico, de las que el marxismo ha hecho justicia. Las doctrinas de la no resistencia al mal, aparte de ser irreales y sin ejemplos históricos, no pueden servir más que para destruir en el seno de la clase obrera la preparación para levantarse mediante el uso de la fuerza para derrocar al régimen burgués, el cual los marxistas no admiten que pueda caer de otra forma; son, por lo tanto, doctrinas antirrevolucionarias.

El mismo cristianismo, que es hoy un medio puntero de adormecer a los oprimidos y de aceptación de la injusticia social con el horror hacia la violencia, que hipócritamente no impide a los curas de todas las iglesias bendecir las guerras y las represiones de la policía, como hecho histórico fue un hecho de lucha e incluso Cristo dijo que no había venido a traer la paz sino la guerra.

La tesis, en definitiva, de que la guerra fuese inevitable en las sociedades antiguas y medievales pero que una vez afirmada por doquier la revolución burguesa y liberal sería posible dirimir los conflictos entre los estados con medios incruentos, ha sido siempre considerada por los fundadores del marxismo como una de las más asquerosas y estúpidas apologías del sistema capitalista. Carlos Marx que siempre debió enfrentarse a estos ideólogos desgañitados del civismo burgués no se calló su infinito fastidio y acabó blandiendo su infalible látigo sobre sus divagaciones, y en la ruptura con el falso revolucionarismo anarquista bakuninista una de las razones de principio fue el frecuentar por los libertarios estos ambientes a la suiza y de carácter cuáquero.

Toda la poderosa campaña contra los socialpatriotas de 1914, que no será nunca suficientemente recordada e ilustrada en el duro trabajo para reconducir sobre la vía correcta el movimiento proletario, los marcó al mismo tiempo como renegados en cuanto que eran siervos del militarismo, y en cuanto siervos de la correlativa dirección burguesa de solidaridad jurídica internacional y ginebrista, en lo que consistía para Lenin la verdadera Internacional capitalista para la contrarrevolución.

 

HOY

En vísperas de cualquier guerra el reclutamiento de las milicias se hace hoy con medios más complejos que en los siglos pasados. En la sociedad greco-romana combatían los ciudadanos libres y los esclavos se quedaban en casa. En la época feudal la aristocracia tenía como función suya la guerra y completaba sus ejércitos con voluntarios: voluntario y mercenario son la misma cosa, quien decide por iniciativa propia ser soldado, aprende dicho arte y busca un puesto. La burguesía capitalista introdujo la guerra a la fuerza; pretendiendo haber dado a todos la libertad cívica abolió la de no ir a hacerte matar, quiso de esta forma que se hiciese gratis o sólo por el rancho. Un viejo melodrama decía en tiempos del absolutismo: vendió la libertad, se hizo soldado. El censor se alarmó de la terrible palabra libertad y la quiso cambiar por lealtad. En cualquier caso, el nuevo régimen burgués consideró a la libertad personal como algo demasiado noble como para pagarla, y la tomó sin contraprestación.

El Estado dispone hoy, por lo tanto, de mercenarios, de voluntarios y de soldados forzosos, pero la guerra ha llegado a ser un hecho tan vasto que todo esto no es todavía suficiente. Los efectos de la guerra pueden suscitar el descontento de toda la población militar o no y para frenarlo además de las distintas policías del frente externo e interno se despliega toda una movilización de propaganda a favor de la guerra misma, la colosal charlatanería de mentiras a la cual la historia de los últimos decenios nos hace asistir por oleadas, y que ha rehabilitado todos los tipos de embaucadores que registra la vida de los pueblos, del hechicero de la tribu al augur romano, al cura católico, al candidato al parlamento.

Ahora en esta preparación de la masacre, en esta fábrica de entusiasmos por la carnicería general, una conocidísima personaja está a la cabeza de todo este carnaval macabro, la gran Idea, la noble Causa de la Paz, la cándida paloma reducida a desplumadísima señorita.

En la cacharrería de la ideología burguesa, los jefes traidores han conducido a la clase obrera mundial a recogerlo todo, y la han desviado tras todos estos fantoches, entregándola extraviada y pasiva a la voluntad de su enemigo de clase.

Le han dado la consigna de combatir por todas las finalidades propias de sus opresores, la han puesto a disposición para la patria, la nación, la democracia, el progreso, la civilización, para todo menos para la revolución socialista. Son capaces de ponerla a disposición para tumultos, para algaradas y para revoluciones, pero sólo cuando son las revoluciones de los otros.

Mientras que en Rusia había que hacer aún dos revoluciones y según la visión marxista no era posible hacer sólo una de ellas, se debieron combatir dos tipos de oportunistas (los mismos que fueron batidos por Marx en el ‘48 europeo): los que querían injertar un economismo socialistoide al régimen zarista y los que querían servirse de los obreros para una revolución burguesa, sosteniendo que era necesario dejar vivir por mucho tiempo el régimen capitalista para una posterior evolución. Lenin esculpió la posición revolucionaria en una frase muy simple: la revolución debe servir al proletariado, no el proletariado a la revolución. Es decir: nosotros no estamos aquí para poner al movimiento obrero que sigue a nuestro partido al servicio de reclamaciones y reivindicaciones o incluso de revoluciones de otras clases, sino que queremos mandarlo a la lucha por los objetivos autónomos y originales de nuestra clase y sólo de ella.

El actual movimiento de los partidos llamados comunistas no encuadra a los trabajadores más que para mandarles detrás de todos los fantoches de la cacharrería burguesa, para quemar sus energías al servicio de todos los objetivos no obreros y no clasistas.

A la campaña por la democracia y el liberalismo parlamentario y burgués amenazado por los fascismos, a la lucha por las vergonzosas consignas del resurgimiento nacional, de la nueva revolución democrática, consignas cien veces más insensatas que las que daban los antibolcheviques en tiempos de los zares, sigue ahora una nueva y más innoble fase de charlatanería mundial: la batalla con la consigna del pacifismo.

Éste es un nuevo y mayor capítulo de la renegación y abjuración del comunismo marxista. La cruzada contra el capitalismo imperialista de América y de occidente sería una consigna proletaria, pero en tal caso – aparte de que no puede ser dada por quién les ha extendido los puentes de desembarque cobrándose los estipendios correspondientes – se presentaría como una consigna no de paz sino de guerra, guerra de clase en todos los países.

La campaña por la paz y los congresos con invitación de todos los pensadores no comunistas, no sólo son el mayor derrotismo hacia el planteamiento de clase del movimiento obrero, que dignamente corona a todos los demás, no sólo son un servicio de primer orden que se hace al capitalismo en general, sino que conducirán, como la gran cruzada democrática llevada a cabo asquerosamente de 1941 a 1945, a reforzar las grandes estructuras estatales atlánticas, que sucumbirán sólo cuando el sistema burgués sea atacado de frente ridiculizando las embusteras banderas de Libertad y de Paz para aplastarlo declaradamente con la dictadura y la guerra de clase.

 

[1] N.d.T. Escritor inglés, pemio Nobel de la paz en 1933.

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