SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO
XXXV
SOCIALISMO Y GESTIONES COLECTIVAS
(Battaglia Comunista, nº 47 del 14 al 21 diciembre de 1949)
Traducido por Partido Comunista Internacional
“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”
AYER
La base de la perspectiva socialista es la agrupación, la concentración de los medios de producción y, por consecuencia, de los hombres dedicados a la producción. En la complejidad de las situaciones especiales de un país a otro y de una época a otra, y de los efectos de oleadas y contraoleadas de las luchas sociales, este dato técnico económico es la plataforma sobre la que reposa toda la construcción. Cuanto más rápidamente se densifican y concentran las fuerzas de producción, más rápidamente avanzaremos hacia las premisas que nos permitirán alcanzar las reivindicaciones proletarias y socialistas; si ese proceso fuese comprometido, no se podría encontrar remedio ni en la inteligencia, ni en la conciencia ni en la voluntad de los hombres, ni en el compromiso de lucha de los individuos o de los grupos de vanguardia.
Por lo tanto, despedazar y dispersar las fuerzas productivas significa ir en dirección contraria a la revolución y he aquí por qué, aunque está claro que el enemigo histórico del proletariado socialista en el campo abierto de la última guerra social es el gran capitalismo, señor de esas fuerzas concentradas, el peor adversario teórico y práctico de los marxistas se reconoce en aquellas tendencias que defienden el desmenuzamiento de la organización productiva y tienen por ideal la figura del artesano, del pequeño campesino, del pequeño comerciante, como los republicanos y mazzinianos, los radicales pequeñoburgueses, bajo el aspecto propagandístico los fascistas y, sobre todo, los cristiano-sociales que después de cada una de las grandes guerras han prosperado como tendencia general de todos los grandes países, y finalmente el variopinto enjambre de oportunistas y revisionistas del comunismo marxista.
La aversión al empequeñecimiento de la unidad económica se confirma en cada pasaje en los textos marxistas; tomemos como ejemplo uno sobre Rusia. En un escrito de 1894 Acerca de la cuestión social en Rusia Engels cita estas palabras de Marx de una carta de 1877: “Si Rusia tiende a ser una nación capitalista como las de la Europa Occidental —y en los últimos años ha hecho mucho en ese sentido — no lo logrará si no convierte previamente en proletarios a una parte considerable de sus campesinos; y después de eso, una vez en medio del régimen capitalista, se verá sujeta a sus leyes implacables, lo mismo que los otros pueblos profanos”.
La completa evidencia ha hecho ya de dominio común que los productos industriales modernos, que satisfacen una gama infinita de exigencias cada vez más entrelazadas entre sí, no se sabrían obtener sin la producción a gran escala, los medios mecánicos, la intervención subdividida de toda una serie de operarios y de maniobradores de máquinas operadoras. Todavía puede intentarse la apología de la originalidad, de la delicadeza y del valor artístico de algunas manufacturas salidas de la paciente diligencia del individuo, pero el argumento no tiene alcance cuantitativo y social.
Se intenta una defensa menos desesperada de la agricultura a pequeña escala por razones bien conocidas y basadas en las notables dificultades de aplicación de los recursos mecánicos a todos los tipos de gestión agraria.
Nadie discute, en condiciones favorables, el mejor rendimiento de la gran hacienda agraria respecto a la pequeña y la posición de los desmenuzadores se quiere referir, más que a las dimensiones de la gestión a las de la atribución jurídica en propiedad, que puede no acompañar la inmensidad de extensión y de patrimonio con una técnica productiva más desarrollada, y que muchas veces en el funcionamiento efectivo no es más que un conglomerado de pequeñas e incluso mínimas explotaciones arrendadas o aparcerías con grave explotación del trabajador agrícola.
La imposibilidad técnica de dividir las grandes posesiones en pequeñas explotaciones “estables”, sin embargo, existe en la mayor parte de los casos, ya que el colono puede ciertamente gestionar un terreno determinado en el sentido de que lo trabaja por un ciclo entero y recoge los productos, pero no puede permanecer en él y debe vivir en un centro alejado sin ser, por otra parte, autónomo en todas las operaciones de cultivo.
Y así, la propuesta verdaderamente regresiva de la parcelación es sustituida por la de la gestión colectiva de los agricultores en lugar de la del proletario originario, de la división del latifundio en fincas medianas que se confiarán a cooperativas y comunidades agrícolas, de las que hay tipos antiguos y modernos.
Si no tiene ningún parentesco con el socialismo la propuesta de repartir la empresa entre todos los que trabajan en ella, absurda de entrada para los talleres industriales, dura de matar para las tenencias agrarias, ¿qué contenido socialista tiene la otra fórmula de gestión de una sociedad compuesta a igual título por todos los trabajadores? Este es también un punto importantísimo. La propuesta aflora tanto para la fábrica como para la tierra, y encuentra alimento en la existencia, para el mismo campo de la gestión patronal, de las cada vez más numerosas sociedades anónimas, en las que el propietario único de la empresa clásica ha sido sustituido por un conjunto de accionistas incluso para pequeñas fracciones del capital total. Dado que, en general, la fábrica funciona sin que la gran mayoría de los accionistas participe o tenga competencia alguna en la organización técnica y administrativa, es obvio suponer una fábrica que, con sus directores ingenieros y sus contables funcionarios, funcione de maravilla después de que las participaciones del capital se hayan distribuido ya no entre personas ajenas a la empresa, sino entre el propio personal directivo de oficina y los operarios de la empresa. En esto otro no nuevo espejismo y otra dicción cacofónica: el "accionariado social", la participación de los trabajadores en el capital, la figura del trabajador-capitalista, ya sea éste trabajador manual o intelectual, y otros entusiasmos no recientes de demo-republicanos, fascistoides y socialcristianos, con la convergencia en estas posiciones de los varios movimientos de exaltación de los consejos obreros de fábrica que reclaman primero el control de la producción, luego la intervención en la gestión, y finalmente la posesión y el derecho de propiedad de la fábrica: de ahí las fórmulas abusadas de "los ferrocarriles a los ferroviarios", "las minas a los mineros", "los barcos a los marineros", etc.
Desde luego no queremos entrar aquí en el análisis del capitalismo por sociedades anónimas que es capitalismo concentrado y avanzado más que ningún otro en el sentido de una dictadura social burguesa, de la figura de los "administradores", del juego moderno entre grupos capitalistas y sus círculos dirigentes y economía de Estado, en el que la parte de los trabajadores y proveedores de “verdadero” trabajo productivo técnico se vuelve cada vez más baja y aburrida. Tampoco se trata de la tesis marxista general de que la expropiación de los medios productivos de las empresas individuales debe transferirlos no al grupo de trabajadores de las mismas sino "a la sociedad", a la colectividad, lo que sólo significa algo cuando la clase obrera organizada ha tomado firmemente el poder político, totalitariamente. El principio de la concentración del trabajo seguirá aplicándose; al igual que el taller artesanal se disolvió en la vasta forma empresarial de la gran fábrica, la empresa privada y autónoma se disolverá en la máquina productiva unitaria social, toda la sociedad trabajadora será encuadrada y científicamente organizada en una sola empresa. Los hechos son cuantitativamente diferentes, no menos que cualitativamente: si con el reparto del patrimonio entre los trabajadores se obtendría, en general, un rendimiento económico para cada individuo en ciertos casos "menor" que el de partida, siendo la dispersión de esfuerzos más perjudicial que útil el haberse dividido la parte parasitaria retirada por el patrón único; mientras que el reparto a los trabajadores de los dividendos de los accionistas elevaría sus salarios en una pequeña fracción, por ejemplo el diez por cien; la sustitución por el engranaje socialista del desorden de la economía privada, que lo subordina todo al objetivo de extraer una ganancia y perpetuar su extracción, por lo menos decuplicará el rendimiento productivo y el bienestar general.
Se puede ser de otra opinión en economía, sin duda: existen de hecho, y son muchos, los antisocialistas. Y muchos están entre los que se benefician de la ganancia burguesa, o están a sueldo de los burgueses.
Aquí sólo queremos, en materia agraria, echar una ojeada a la propuesta de los que dicen: es cierto que la ulterior fragmentación de la tierra en Italia significa agravar un mal ya tremendo, es cierto que por motivos técnicos el latifundio no es parcelable: pero la reforma agraria es en tiempos burgueses igualmente posible, siempre que se creen explotaciones más grandes y se entreguen a la gestión de la colectividad, a cooperativas de campesinos.
Ahora bien; si en Italia existe de forma generalizada la pequeña propiedad, y los verdaderos expertos, ciertamente muy pocos, en nuestra agricultura describen sus males y le tienen terror, la gestión agrícola colectiva también tiene sus propios ejemplos. Sin embargo, los economistas de orientación moderna, abiertamente liberal burguesa, han jugado bien al demostrar la superioridad del rendimiento de la tierra dada en propiedad individual, en grandes y medianas explotaciones modernas, sobre estos tipos de gestión. El examen interesantísimo de estas formas y de su evolución del norte a sur es casi siempre negativo a los ojos del técnico: éstas se adaptan no a un verdadero cultivo, sino a la explotación común de los bosques de pastos y de las tierras poco cultivadas, en las que los miembros de la comunidad tienden "a sacar del bien común lo máximo posible, sin devolverle nada". En el centro de Italia y en los Estados expontificios, estas instituciones eran numerosísimas, y varias leyes las han liquidado y ordenado. No faltan en el sur, y lo mismo en las islas, y generalmente corresponden a tierras muy mal gestionadas: como toda tierra que no es privada se llama “demanio”[1], que en sentido propio significa propiedad pública, el agricultor del sur "cuando encuentra un terreno muy mermado o esquilmado por un cultivo explotador e irracional, acostumbra a exclamar ¡que es un 'demanio'"!. Una mejor investigación encuentra pocas “participaciones”[2] en la fértil tierra de Emilia, basado en el reparto cada 20 años de pequeñas franjas, que se asignan de forma estable a quienes han sabido hacerse una casita. Pero es aquí donde culmina el balance apologético que un escritor, Niccolini[3], hace de las florecientes participaciones ferraresas de Cento, en la época de la otra guerra: ¡hay que atribuir a las participaciones la mansedumbre de espíritu del pueblo y el hecho de que se haya mantenido refractario a las seducciones del socialismo! De una y de otra parte de la barricada, estamos de acuerdo en que ese no es éste el camino del socialismo y de la lucha de clases.
Si, en lugar de las comunalidades tradicionales, queremos imaginar una gestión cooperativa de la tierra con medios modernos y equipamiento completo, no sólo encontraremos raros ejemplos de ello en la Italia actual, sino que habrá que reconocer que para implantar una organización de este tipo en tierras pobres se requieren grandes inversiones de saneamiento, no menos costosas que las calculables para la soñada parcelación en propiedad. Con la tendencia actual de la burocracia pública y el negocio desenfrenado tutelado por la administración para fines sociales y de partido, es entonces fácil prever que si los medios se encontraran y la organización se implantara, las llaves de todo el movimiento quedarían en manos de unos pocos manipuladores y promotores, hábiles explotadores del clima de "ley especial", es decir de chollo, y los verdaderos trabajadores de la tierra no estarían menos explotados, y tal vez peor que en las empresas capitalistas actuales, donde al menos pueden plantear directamente sus reivindicaciones económicas.
HOY
Al mismo tiempo que las fuerzas internacionales han colocado en Italia a la F.A.O., es decir a la organización que preside la circulación de los productos agrícolas (que el más reciente capitalismo considera con una ternura especulativa cada vez mayor), la prensa extranjera ha hecho fácil fabianismo sobre las deplorables condiciones del campesino italiano y especialmente del meridional, atribuyéndolas generalmente a la insuficiente difusión entre nosotros de la civilización burguesa. Al convocar a los periodistas extranjeros, el Primer Ministro se disculpó y, como de costumbre, le hicieron dar cifras.
El objetivo es demostrar que el Gobierno "no tiene la culpa de ello", y podría pasar, ya que el Gobierno del Estado italiano tendría que subir varios escalones para llegar a la posibilidad de tener la culpa; pero también sostener que las medidas que se prolonguen durante unos años pondrán las cosas en su sitio. Pura charlatanería.
Un vistazo a las cifras. En Italia las hectáreas de terreno agrícola no son 16 millones, sino 28. Se convierten en dieciséis si sólo se consideran las tierras cultivables y los cultivos arbóreos especiales, es decir, las tierras de buena producción en las que será mejor que los colonos no metan las manos. Los otros doce millones que De Gasperi deja fuera son bosques, pastos, prados, barbechos productivos; es decir, que es entre éstas entre las que hay que buscar las tierras no cultivadas condenadas a pasar por una reforma. Hablar por lo tanto de un millón y medio a transformar – don Sturzo ya decía hace tiempo un millón – significa procesar no al diez, sino sólo al cinco por cien de las tierras productivas, y, por lo tanto, incluso si la reforma obtuviera el rendimiento agrícola, la alimentación nacional y las condiciones de los agricultores no cambiarían de la noche a la mañana, como se cacarea.
Las propiedades que son mayores de doscientas hectáreas (esta extensión es la de un cuadrado de 1400 por 1400 metros) ocuparían con 8500 titulares unas tres millones ochocientas mil hectáreas. Pero, una vez más, éstas se encuentran en los 28 millones de tierra cultivable y no sólo en los 16 millones, y prevalentemente en bosques, pastos y tierras cultivables de mala calidad.
En la versión de la prensa extranjera, hay ocho millones y medio de agricultores italianos, de los cuales dos millones y medio son jornaleros. Dado que sólo se trata de individuos aptos para el trabajo, el conjunto de la población agrícola es mucho mayor; este punto siempre da lugar a malentendidos, ya que la forma de registrar la relación entre los individuos profesionales y los habitantes de todas las edades y sexos no es uniforme en las distintas clases, por ejemplo, propietarios y asalariados.
Dos millones y medio es un magnífico bloque proletario que se quisiera mellar. Está poderosamente representado en el sur. El propio Einaudi, reconvertido en profesor durante una hora, de jefe que es del estado, hizo algunas advertencias sobre el uso de las estadísticas, recordando que la propiedad más masiva no prevalece en el sur, sino en la Italia central y en la verde Toscana... Sin embargo, al millón y medio de hectáreas que quiere transformar, De Gasperi atraería con gusto, según él, a 250.000 familias, y por tanto a más de un millón de habitantes, quizás 600.000 trabajadores descontados del bloque de los dos millones y medio… Pero tuvimos ocasión de decir, siguiendo a don Sturzo, que las relativas obras de transformación de la tierra comprometerían a un millón por hectárea o un millón por agricultor, y De Gasperi puede elegir entre mil y mil quinientos millones... Luego habló vagamente, entre los presupuestos ministeriales, los fondos en liras y los fondos en dólares, de pocas decenas de millardos. En un siglo puede pasar por el confesor y lavarse de toda culpa.
Así de erudito, el jefe del gobierno ha sabido afirmar que sería repetir errores antiguos limitarse a simples parcelaciones. All right. ¿Ayudarán a salir del desastre las gestiones colectivas? Para los fines de las jerarquías de correveidiles electorales ministeriales, sin duda, sí. Aplausos en los bancos de la oposición.
[1] N.d.T.: demanio significa en italiano de propiedad pública o estatal.
[2] N.d.T.: partecipanze en itialiano. forma de propiedad colectiva, hoy en declive y muy extendida en el pasado especialmente en Emilia (donde se conserva sólo en algunas zonas), consistente en bienes pertenecientes a un consorcio de sujetos y familias, que se atribuyen para su cultivo y disfrute a los miembros del consorcio de forma periódica con un criterio rotativo.
[3] N.d.T.: Pietro Niccolini, hijo de un terrateniente de Ferrara fue alcalde del mismo municipio del 1897 al 1902. Durante la Primera Guerra Mundial fue presidente de la Confederación Nacional Agrícola y participó en la formación de la Secretaría Nacional de Agricultura que servía para favorecer la movilización militar y civil en favor de los intereses patronales.