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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

XXXIV

CUESTIÓN AGRARIA Y OPORTUNISMO

(Battaglia Comunista, nº 46 del 7-14 diciembre 1949)

Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 


AYER

El esfuerzo por conseguir la parcelación de las tierras y crear una vasta pequeña propiedad jurídica familiar ha sido siempre en la historia y en el sentido preciso de la palabra reaccionario. La defensa de los regímenes contra los esfuerzos de los estratos sociales de vanguardia se ha fundado siempre en las regiones y los estratos sociales de la predominante pequeña propiedad rústica. Esto es tan cierto en la lucha de la burguesía moderna contra el régimen feudal, como en la lucha del proletariado contra el capitalismo.

El problema se hace menos claro cuando se trata de una lucha a tres, en aquellos países en los que las dos revoluciones y los dos conflictos de clase se han solapado cronológicamente.

En Francia las mismas Vandeas[1] fueron utilizadas por los legitimistas contra la revolución del '89-'93 y por la burguesía contra la Comuna de París casi un siglo después.

En Alemania y en Rusia se tuvieron fases más complejas. La opresión de los señores feudales sobre los siervos de la gleba y de los capitalistas sobre los obreros, en pleno régimen absolutista zarista, delineó una alianza entre los campesinos que aspiraban a la propiedad individual de la tierra y los obreros de las fábricas. Al mismo tiempo que en occidente la lucha de clase de los asalariados de la industria, incluida la industria agrícola, era ya abierta y general, en Rusia se estaba todavía en el traspaso desde la agricultura de las comunidades de campesinos a la parcelación individual. Un político zarista de gran fuerza, Stolypin, proyectó y llevó a cabo ampliamente la reforma agraria con vistas a la conservación de su régimen. Del 1905 al 1914 (ya desde 1861 el Estado de Petroburgo había proclamado la emancipación de la servitud de la gleba, pero entonces se creó una especie de propiedad cooperativa que fue un verdadero fracaso, y ¡los campesinos pagaron por el rescate de posesiones que valían 544 millones de rublos oro la suma total de 1500 millones!) surgieron más de un millón de pequeñas empresas privadas y un ministro de agricultura pudo vanagloriarse: treinta años más de paz y seremos un pueblo rico y feliz. Y, sin embargo, boyardos, comunidades religiosas y dinastía no habían sido excesivamente perturbadas.

Lenin era adversario y gran admirador de Stolypin, entendió la fuerza contrarrevolucionaria de sus medidas y escribió, después de 1905, que si el plan hubiera funcionado totalmente toda la estrategia revolucionaria habría, para los bolcheviques, debido cambiar. La perspectiva de una lucha de campesinos del campo colaborando con la de los trabajadores de la ciudad contra el Estado zarista y contra los partidos burgueses habría sido radicalmente modificada.

Se estaba no obstante aún en el cuadro histórico de un poder preburgués, y las relaciones no se repiten ni por ensueño de tal modo en los países de capitalismo estable y de régimen político firmemente pasado a manos de la burguesía. Quien en tales situaciones hace de parcelador es tan reaccionario[2] que no debería llamarse “leninista” sino stolipinista.

Y no es éste el lugar para recordar sistemáticamente toda la posición marxista sobre este problema y sobre las relaciones entre los proletarios de la industria y el campo y los pequeños propietarios, y los estudios de Marx y Engels sobre Rusia que llegaron a esta conclusión: mientras era una cuestión pacífica que la expropiación despiadada del pequeño campesino por parte de el gran capital creaba premisas útiles para el desarrollo socialista, por el contrario, era de esperar, en una cierta época y antes de Stolypin, que el “mir” agrario ruso, al ser más antiguo y primitivo que la pequeña propiedad rural, pudiera ser conservado y utilizado para fines proletarios.

Que en Italia los Sturzo con dignidad y los De Gasperi con estilo de canciller, sí, pero de juzgado de pueblo, quieran stolipinear se entiende perfectamente. Que esto no está en contradicción con el carácter burgués y moderno del Estado de Roma - remachado no tanto en las constituciones de 1848 y 1946, sino en el ser piel y camisa con el industrialismo del norte en relaciones cuya intimidad no ha cambiado con el color de la camisa: tricolor, negra o blanca bajo negra sotana... puesto que barones, caballeros y boyardos no existen desde hace siglos en esta Italieta de tenderos, empleaduchos y picapleitos[3] - es fácil de comprender: en ninguna situación el régimen del Capital gobierna, administra, explota y, si es necesario, guerrea tan bien como cuando puede oponer a las metrópolis rojas el contrapeso de las vastas llanuras de la mísera propiedad individual, estática y frígida en el campo de las fuerzas económicas sociales y políticas.

Pero aquí también stolipinean aquellos que pretenden haber descendido del vientre leninista y ser sus fieles intérpretes. Son sólo los más parceladores de los parceladores, los más pulverizadores de los pulverizadores. Hacen algún aspaviento cuando se aprueban las "leyes especiales" en los círculos charlatanescos del chiringuito parlamentario haciendo de reformistas de la reforma, de enmendadores de los innobles popurrís de la administración y del clan político democristiano. Un gran escándalo, por ejemplo, es que los campesinos tengan que "pagar" por la tierra a los terratenientes expropiados. Aquí se dará toda la batalla, en lugar de poner al desnudo los objetivos de clase de conservación y de guerra mañana, de la sucia maniobra del actual estercolero de partiduchos[4] gobernantes. Todavía más, la propuesta es ésta: estamos con vosotros, estamos con vuestro programa social: todos propietarios; para demostrar que lo lleváis a cabo en serio ¡dadnos la prueba de llamarnos con vosotros a los puestos ministeriales!

Durante decenios y decenios hemos vituperado el reformismo socialista italiano porque en lugar de luchar contra las raíces del régimen social y constitucional, estudiaba - pero entonces estudiaban - soluciones concretas a los problemas contingentes de administración que preocupaban a la burguesía, y también contribuía - pero con conocimiento de causa, seriedad y sobre todo desinterés personal- en las cooperativas, en las mutualidades, en los municipios, en las provincias, y por poner un ejemplo, en la movilización civil en la época de la primera guerra europea, porque hacía de "cruz roja". Los socialistas revolucionarios se opusieron a esta política, considerándola como adormecedora de las fuerzas de clase, pero hay que reconocer que aquellos hombres valientes de la generación pasada sentían la lucha de clases con tanta fuerza que rechazaron las carteras de ministros e incluso el voto parlamentario a los gobiernos. Sobre la cuestión misma del campo estaban mejor encuadrados, y si en ciertos casos su apreciación del problema campesino era inadecuada, tuvieron sin embargo el mérito de fundar una vasta red organizativa de los millones de auténticos proletarios del campo que pueblan Italia de norte a sur, quizás en mayor medida que cualquier otro país de Europa.

HOY

Que los campesinos pagarán la tierra de aquellas pequeñas parcelas que se puedan formar, es inevitable por noventa y nueve razones mientras exista el principio mercantil y la tierra sea comerciable. Cuando ese principio caiga en general, el capitalismo dejará de existir, lo que no se espera que ocurra por ley De Gasperi en el año santo. Si cayera, hagamos la hipótesis, este principio mercantil sólo para la tierra, ya no habría propietarios de ningún tamaño. Pero hoy los campesinos pagarán por la tierra, lo cual sería incluso poco, porque de hecho la pagarán y luego nueve de cada diez veces la verán arrebatada por las cien vías de la acumulación capitalista, sin excluir la reabsorción en el latifundio. En efecto, gran parte del latifundio procede de propiedades colectivas y estatales que fueron parceladas y luego compradas por los grandes terratenientes: los que compran son cerdos burgueses, no "barones".

La misma fórmula Sereni[5] de la enfiteusis perpetua, que tal vez por efectos demagógicos se contrapondrá a la plenísima propiedad democristiana, no quita que el campesino pague poco a poco con su trabajo, con cánones compensatorios de cien amortizaciones, con intereses e impuestos, el valor de la tierra y mucho más. La enfiteusis es un título comercializable tanto como la propiedad y una reforma no puede desvincular este punto: muchos latifundios engloban cuotas enfitéuticas compradas por el gran propietario y vendidas por los campesinos y ahora es el latifundista quien paga los cánones al ayuntamiento u otro organismo. Por otra parte, ¿cómo se impondrá al campesino que se muera de hambre antes que vender su tierra? Seguirá yendo a buscarse un trabajo a jornal y la tierra recaerá en un peor abandono.

El sistema de la pequeña propiedad parcelaria, y, al margen de cualquier embuste legal que pueda insertarse en la reforma por divagaciones parlamentarias, el sistema de la mínima empresa de gestión agraria, tiene unas características insuperables y se rige en unas condiciones prácticas ligadas a unos tipos especiales de terreno: mayoritariamente de ladera media y con ligeros desniveles, de una fertilidad química media si no óptima, que incluya en un radio muy pequeño diversos tipos de complementos, un poco de arboleda, un poco de roca, de guijarros, entre los pedazos de tierra suelta, agua no muy lejos, etc. Y entonces con enormes esfuerzos de trabajo la pequeña familia rural consigue vivir. Lo hace todo, arregla la casa, encuentra in situ, o en todo caso sin dinero, no sólo un máximo de alimentos, sino todo tipo de recursos para refugios, chozas, pajares, etc., que en la explotación de una gran finca aportan cifras muy elevadas a la cuenta del cultivo. Incluso hace innumerables arreglos de ropa y mobiliario, y el secreto es comprar lo menos posible, de ahí la clásica avaricia despiadada desconocida por el trabajador proletario, aunque esté desposeído. No hay fiesta ni horario, se descansa cuando los acontecimientos climáticos lo imponen, en las épocas de siembra, trabajo, cosecha, todos los miembros de la familia se desloman hasta un límite que no se puede considerar de esclavos; por la razón de que al burro, si lo hay, se le perdona hasta el límite perjudicial para su salud, que es su precio. Si por la noche y en la tormenta es necesario, el padre de familia que nunca duerme, teniendo que esperar mil señales de daño, aflojará el proverbial cinturón de sus pantalones y mandará a su hijo o hija a apuntalar el techado o rescatar una gallina del agua…

En pocas áreas, pues, la miserable parcela donde se desarrolla esta miserable vida debe presentar un poco de todo. Donde estas condiciones básicas han sido creadas por la naturaleza y donde debe intervenir el trabajo humano y lo que ahora se llama el capital que se invierte, sería una locura querer construirlas en un terreno llano que es el mismo durante kilómetros y kilómetros cuadrados, donde en algunos casos no se encuentra en horas de camino una piedra, o por el contrario, un tramo de tierra que no sea pedregoso, un hilillo de agua, o por el contrario una zona no pantanosa, donde no se puede vivir a causa del paludismo y cosas así. Nos gastamos un millón en un área y no conseguiremos que no tenga malaria si los de alrededor siguen teniéndola. Será suficiente un millón por hectárea, pero si abordamos toda la cuenca de mil hectáreas, en un plan global. Y entonces si se dan las condiciones históricas y económicas (hoy estamos en las antípodas) se podrá abordar el latifundio: nunca, lo sentimos por Sturzo, para fundar pequeñas explotaciones, en cuyo cerco el campesino tenga su casa, su trabajo y su vida, excepto la misa de todos los domingos y el embarque en el convoy militar. Nadie será tan loco como para albergar en cada media hectárea la piedra, los guijarros, los palos, la paja, el manantial, la acequia, la casa, el establo, el gallinero, el vivero, la hierba, la tierra cultivable y los árboles, etc., etc., etc. La técnica impondrá la vasta parcelación, de dimensiones variables, pero no comparables a la de la familia.

Dando más tierra para una explotación de propietario único, la cosa no cuadra porque se choca con un problema de hacinamiento además del del trabajo multiplicado. Superamos en todas partes y por mucho el hombre por hectárea, incluyendo tierra agraria y no agraria buena y mala. Y es por eso que las cuentas del plan falsamente llamado de la Sila[6] no pueden cuadrar, a falta de emigración, de limitación de la natalidad, no cristiana, de la guerra, ésta sí cristiana, sin despreciar las glorias de los Tito y los Rossovsky.

El desfile demagógico de los titulares de l’Unità sobre 17 mil hectáreas del campo romano ocupadas por 97 mil familias (pero quizá querían decir individuos) conduciría a una explotación de veinte hectáreas. Pero ningún agricultor dejará veinte hectáreas de viñedos en Marino o Grottaferrata para bajar a hectáreas y hectáreas de "campo romano", o cambiará el excelente vino por el agua fétida del litoral de Civitavecchia. ¿Seguimos pues todavía con los motivos en el sentido de que en torno a Roma no se cultiva para que los nobles con frac rojo y las amazonas sentadas de lado vayan a la caza del zorro? Roma ya no nos engaña con los zorros, con los veinte príncipes, y las damas ahora cabalgan con las piernas abiertas: los verdaderos parásitos sobre las espaldas de los trabajadores productivos italianos son cientos de miles de burócratas, decenas de miles de plumíferos y politicastros menores, y un millar de imbéciles con la medallita[7] que cada tarde en el Pincio admiran la roja puesta de sol sobre el Agro.

El juego de la “reforma de estructura” entre el propietario campesino y el Estado no es más que un estúpido lustre. No necesitamos recordar que la reivindicación social proletaria es algo cien veces mayor que el reparto de la “renta nacional” en torno al cual bregan los curanderos de la política concreta. Tal vez respetaríamos a un partido pequeñoburgués que tuviera el valor de moverse dentro de los límites reales de este problema, y no por corporativismo de jerarquitos, que entre otras muchas tonterías estudia de sol a sol que, con el viento que sopla, conviene repartir. Después de toda crisis social y después de toda guerra, la renta nacional, sobre todo en los países hechos papilla, se deprecia, y al depreciarse se distribuye aún más desigualmente que antes. Pero las crisis de guerra, y sobre todo en el caso de una guerra perdida, benefician clásicamente no a los estratos "tradicionales" sino a capas de nuevos ricos, tiburones y contrabandistas, y entre los diversos grupos que componen la clase dominante a aquellos del más moderno mecanismo de hombres de negocios de la industria y del comercio. Aquí es donde tendría que batirse un partido decente de pequeño economicismo, de - pasadnos la palabra - ecodemocracia, porque con el término socialismo no tendría nada que ver.

Si este partido tuviera una docena de estudiosos, que tal vez o no los encontraría en Italia, vería inmediatamente que, por muchas vueltas que le dé, el ciudadano medio libre es siempre el timado. Algo distinto de la revancha de las clases medias reconocida en el fascismo, algo distinto del, con licencia, movimiento del hombre de a pie. No hacemos pagar a los campesinos por la tierra, pero seguimos pagando a los propietarios. Estos se desprenden de lo peor, está claro. Si las indemnizaciones son según el registro de la propiedad, y éste según la base imponible catastral, el grupo parlamentario ecodemocrático empieza diciendo: empecemos por tomar sin indemnización los "baldíos estériles" sin base imponible... Gran negocio para los agricultores, pero no importa. Para el resto hay que pagar: bien, que pague el Estado. Y una, es decir, y cien. Por el saldo del bloqueo de los alquileres y el problema de la vivienda y por los daños de guerra que pague el Estado. Por las industrias improductivas y el bloqueo de los despidos que pague el Estado. Por las minas, por el transporte, por la navegación, por todas las chabolas que andan por ahí, que pague el Estado. Ahora bien, el partido ecodemocrático sabe que cuando paga el Estado, pagan todos: lo que no puede entender es que cuando cobra el Estado, cobran los grandes capitalistas modernos actualizados y progresistas. Pero le bastará la primera tesis para ver que vuelve a caer en el problema del hacinamiento y que los que sudan, con la azada, con el torno o con los remos o los que están en paro no tienen más que la miseria general para repartirse entre ellos; en cuanto a toda reforma de estructura ésta trae de nuevo sólo un engranaje más de parásitos y chupópteros que comen de ella en la cara de los tontos.

A nosotros no nos interesa el problema de si en las cuentas del balance estatal y de sus providencias la “justicia económica", asno de batalla del antimarxismo se aplica más o menos.

Los libros de cuentas del Estado burgués esperamos quemarlos algún día sin haberlos leído antes.

Tendríamos pues compasión de los honestos e ingenuos propugnadores del equilibrio y la filantropía en las medidas de la administración pública.

¡Pero hay que sentir una inmensa repugnancia por los diversos dirigentes de los partidos, cuando al denunciar las idioteces, las contradicciones y las injusticias de los administradores del momento asumen que éstas dependen de no haber observado la línea pura de la democracia postfascista y se horrorizan porque hay "que temer verdaderamente un proceso de desintegración del Estado y de la nación similar al que tuvo lugar en la primera posguerra"!

¿Dónde puede estar la explicación de que se haya llegado a tales cotas de contradicción, de incoherencia, de abjuración, de renegación? ¿De dónde viene semejante epidemia? ¿Se ha encontrado el germen de esta infección purulenta?

No es difícil ver el origen de tan febril e insensato trasiego. Los carnavales electorales no están lejos. Los sueños de los farsantes en jefe se ven demasiado perturbados por el peso reaccionario de los millones de electores del campo pobre del sur, a los que odian y desprecian desde hace décadas, y a los que cortejan en una innoble movilización carnavalesca.

 

[1]  N.d.T.: Entre 1793 y 1796 en la región francesa de Vendée (Vandea en castellano) tuvo lugar una rebelión que llegó a convertirse en una guerra civil que enfrentó a los partidarios de la Revolución francesa y a los contrarrevolucionarios.

[2] N.d.T.: Forcaiolo en el original italiano.

[3] N.d.T.: bottegai, travetti e paglietti en el original italiano.

[4] N.d.T.: Partitame en el original italiano. Juego de palabras entre las palabras partito (partido) y letame (estercolero).

[5] N.d.T.: Emilio Sereni, miembro del falso Partido Comunista Italiano estalinizado. Entre otras cosas fue ministro de Obras Públicas del gobierno de De Gasperi. Escribió y teorizó acerca de la situación del campo meridional italiano.

[6] N.d.T.: Proyecto parlamentario de obras públicas para la roturación y aprovechamiento agrario de los terrenos del altiplano de la Sila en Calabria.

[7] N.d.T.: Se refiere a la medalla honorífica que se da a los miembros del parlamento.

 

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