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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

I

(Battaglia Comunista, nº 2 del 12-19 de enero 1949)

Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 

 

AYER

Era habitual – antes de la otra guerra – definir la posición de los partidos obreros en las relaciones internacionales entre los Estados con la frase: “Los socialistas no hacen política exterior”.

Inútil es decir cuan inadecuada fuese tal expresión. Ésta quería referenciar la posición teórica marxista que busca la clave de la historia ya no en los choques entre reyes, generales y potentados sino en las relaciones económicas surgidas en el campo de la producción. Es obvio contraponer al simplismo de ese desinterés los agudos análisis anteriores de Marx y Engels sobre los choques y conflictos entre los diversos estratos de la burguesía, sobre todo en el período que siguió a la aguda guerra civil de 1848, y a las guerras de asentamiento nacional de 1859 y de 1870, y la evidente insuficiencia de la actitud de la Segunda Internacional sobre los problemas del imperialismo, frente a las guerras coloniales y a los conflictos mundiales, con grandiosas e inesperadas convulsiones a las que los partidos socialistas reaccionaron de manera desastrosa y derrotista.

Si entonces los elementos moderados del movimiento proletario se contentaban con esta conveniente norma negativa, los extremistas caían en un simplismo diferente pero igualmente ingenuo predicando un antimilitarismo como fin en sí mismo y ligado al misticismo del sindicalismo soreliano. Hervé (que se volvió en el momento de la prueba aún más patriota y chovinista que los socialistas de derecha) en su Guerre Sociale fijó como programa el rechazo individual del reclutamiento – hecho revolucionario sí, pero no separable del conjunto de la lucha revolucionaria por el poder – y quiso plantar le drapeau tricolore dans le fumier, la bandera tricolor en el estiércol.

Todo el problema se puso por lo demás de manifiesto en la crítica leninista fundamental tanto de los hechos económicos característicos del capitalismo más reciente, como de la traición de los dirigentes parlamentarios y sindicales del proletariado en ambos lados del frente en la guerra de 1914. Las insuficiencias teóricas condujeron a derrotas tácticas irreparables; en todo caso, es mejor decir que no hay que hacer política exterior que prostituir la lucha de clase en la unión sagrada y en la defensa de la patria, mejor el herveísmo ingenuo de la bandera burguesa en el estiércol que las increíbles borracheras de uniformismo, de mariscaladas y generaladas de los recentísimos traîneurs de sabre rojos, desde los Balcanes hasta China.

HOY

Si los viejos partidos, abstencionistas en la diplomacia mundial y en la política exterior, hicieron bancarrota en 1914 con la concordia nacional, los nuevos en la nueva guerra no han sabido, después de haberse vanagloriado de una muy distinta valoración de los verdaderos problemas históricos mundiales, más que acomodarse a su vez a las consignas de tal o cual Estado Mayor militar, y hablar a las masas de nación, de patria, de guerra y de ejército popular.

Después de la Segunda Guerra Mundial el noventa por ciento por decir poco de su atención y de su obra política se centró en el nuevo antagonismo, en la nueva fractura surgida en el seno de ese bloque sagrado que personificaba la salvación no sólo de la "libertad" y de la "democracia" sino del proletariado y del socialismo, hasta el punto de que millones y millones de trabajadores fueron enviados a inmolarse en la guerra oficial o irregular contra el mito de la barbarie fascista.

Hoy los dos grupos en pugna se preparan, donde no consiguen vincularse en un compromiso prolongado, del que la clase trabajadora pagaría todos los costes, para la campaña ideológica para echarse en cara los unos y los otros el crimen de "fascismo", saboreando sádicamente de forma previa el éxito de encuadrar por tercera vez en los frentes de una guerra aún más feroz a las masas proletarias, no menos encuadradas para este fin por un lado y por el otro por sus partidos comunistas y socialistas de etiqueta.

En Italia las dirigencias de los partidos que se reclaman proletarios no se agitan más que en función de las influencias de la política exterior, no se baten sobre el terreno de la prensa, electoral, parlamentario y ni siquiera en las calles más que para hacer propaganda a favor de esta o aquella influencia política exterior sobre el piojoso estado de la burguesía italiana.

Los socialistas de derecha están comprometidos hasta el cuello en el trabajo por los pactos económicos con el capitalismo del otro lado del océano y aplican el marxismo para demostrar que se trata de hacer negocios brillantes hipotecando la industria, el comercio y la agricultura italiana, pero sin dar ninguna garantía de orden político y militar, como si eso no fuera la misma cosa y como si no contaran nada los viajes para recibir órdenes de ministros y jefes de estado mayor.

Los socialistas prorrusos son también en asuntos exteriores verdaderos maestros, y alardean los Nenni de que en las sombras no siempre limpias de la emigración y en las sutilezas de los juegos cuádruples han madurado la preparación para recoger el legado de San Giuliano y Sonnino[1].

Los comunistas mantienen en primer plano la acción de ruptura, cada vez más desafortunada, del servilismo a América de nuestro país, postulado absurdo para empezar porque éstos mismos han escalado en la influencia política y en las porciones de poder que tenían y tienen al paso de los cañones aliados y de los dólares. Consideran cuestiones de primer plano las sustituciones de los Sforza o de los Marshall. Se han entregado éstos también a la diplomacia militante, hecho bastante gracioso, y se ve que, como cada soldado de Napoleón llevaba en el zurrón el bastón de mariscal, los Reale, los Grieco y similares Scoccimarro[2] escondían gorra y espada en el calcetín corto.

Es ciertamente hora de decir "los partidos obreros no hacen política interna". Y de hecho en todas las cuestiones de economía y política interna no sólo no han hecho nada sino que no saben decir nada, más allá de la práctica que querría ser genial pero es sólo vomitiva, de los cambios de rumbo a golpe de escena no en cuarenta años sino en cuarenta días como los que nos han exhibido en la cuestión de la monarquía, de la iglesia, del ordenamiento administrativo y poco a poco hasta los ceros absolutos en materia de "reformas" agrarias, industriales y sociales.

En cuanto al problema central programático del poder que de vez en cuando desempolvan tachando al gobierno (¡aunque para Marx era el estado!) de De Gasperi de ser el comité de negocios de los capitalistas[3], su sueño no es otro que volver a entrar y cubrir parte de los puestos y de los negocios en ese comité; volviendo a hacer, como los scelbistas[4], los prefectos, los cuestores y los funcionarios estatales y comisariales de la nueva Italia, o sea la de Cavour, de Giolitti, de Mussolini, de Badoglio, de Bonomi, la de siempre, a la que un día dijimos ingenuamente: sea cual sea tu compromiso diplomático y de alianza militar, con poniente o con levante, nuestro trabajo es el de ponerte patas arriba.

 

[1] NdT: Marqués de San Giuliano y Sidney Sonnino, ministros en varios gobiernos italianos de principio de siglo XX.

[2] N.d.T.: Se refiere a Eugenio Reale, Ruggiero Grieco y Mauro Scoccimarro.

[3] N.d.T.: Se refiere a la cita del Manifiesto que dice: “El Gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”

[4] N.d.T.: En italiano scelbisti, defensores de Mario Scelba, político del Partido Democracia Cristiana (DC) que fue Primer Ministro italiano desde febrero del 1954 a julio de 1955 y Presidente del Parlamento Europeo del 1969 al 1971.

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