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POR LA INTRANSIGENCIA DE PENSAMIENTO

“L’ Avanguardia”, n. 269 del 5-1-1913.

 

 

El artículo que citamos se conecta de nuevo claramente al tema del congreso juvenil de Bolonia de 1912. Éste parte de la posición de que la actividad básica del partido no son las elecciones (supremo espejismo de los “adultos”) sino la propaganda y la agitación entre las masas, y pone de relieve que éstas se hacen siempre mal con la norma detestable de tomar la vía más breve para obtener el mayor éxito con el mínimo de fatiga.

Tal es la consigna, a través de cincuenta años inalterada, de los burgueses, de los pequeños burgueses y de los oportunistas. Para los revolucionarios va bien el camino más arduo y duro. Quien en cambio tiene delante a un auditorio, difícilmente se resiste a la tentación de conquistarlo con golpes de efecto banal, incluso engañándolo. Es natural que el ánimo de los jóvenes reaccione ante este método deterior, y a ellos quisieran hablarles estas viejas páginas.

Por brevedad práctica se han elegido aquí tres ejemplos: la lucha contra el cura; la lucha contra el militarista; la lucha contra el demócrata masón.

Se estigmatiza en el artículo la manía de sustraerle seguidores al cura diciendo: ¡Él no cree en Dios, el verdadero cristiano soy yo! De sustraérselos al militarista llamándolo falso patriota y presentándonos nosotros como los verdaderos. De reaccionar a la corrupción de la peste masónica y aliancista protestando: ¡Sois falsos demócratas, los verdaderos demócratas son los socialistas!

El texto, aunque parezca ingenuo, está claro. La norma no es de fácil aceptación, ni siquiera hoy; para una buena agitación revolucionaria hay que combatir al adversario dándole polémicamente cartas en regla: un burgués en toda regla con su código civil y penal, un sacerdote que sinceramente cree en su teología, un patriota que no escupe encima de su patria y un demócrata que no convierte en paja su filosofía; limpia, pero para nosotros equivocada...

 

Los jóvenes, y en general todos aquellos compañeros que trabajan para la propaganda socialista, deberían añadir a su espíritu de sacrificio un sentido más exacto de su responsabilidad frente al movimiento. Demasiado a menudo sucede sentir a oradores y conferenciantes, que se llaman socialistas y hablan en nombre del socialismo, plantear sus demostraciones sobre bases equívocas y que nada tienen que ver con la idea socialista, tratando de llegar a ésta por vías más o menos enrevesadas, o ensayar efectos con los motivos más agradables al ambiente a los que hablan, incluso si estos motivos están fuera del pensamiento socialista, haciendo casi siempre concesiones por miedo a chocar con la muchedumbre a causa de afirmaciones demasiado decididas.

La causa de este error común no es en general la falta de cultura, sino más bien el desorden de ésta y la influencia que ejercen sobre la mentalidad del propagandista teorías e ideas del pensamiento burgués no bien confutadas por la misma crítica socialista. Pero la mayoría de las veces la causa es, como hemos señalado, el temor de chocar con el sentimiento de la masa, el deseo de insinuarse en el ánimo de los oyentes, de vencer sus desconfianzas; en suma, todo un oportunismo que transforma lo que debería ser un apostolado en algo que recuerda demasiado el oficio de charlatán.

Nosotros creemos que el socialista no debe esconder parte alguna de su pensamiento, visto que él sostiene que sus teorías son el reflejo de las condiciones reales de existencia del proletariado. Si las cosas que el propagandista dice no encuentran simpatía en la masa, quiere decir que él no tiene la noción exacta de los intereses de ésta o que la masa ha sido impresionada e impregnada de ideas antisocialistas por los partidos políticos burgueses.

Pues bien, nosotros decimos que es un grave error práctico poner remedio a la propia inexperiencia o a la hostilidad del ambiente adaptándose a tocar teclas simpáticas al mismo, atenuando la fisonomía del pensamiento socialista. El  resultado inmediato que se obtiene así del fácil consentimiento del ambiente es siempre vano y pasajero, mientras que un resultado duradero no puede tenerse más que afirmando sencillamente los principios del socialismo y tratando de demostrar a los trabajadores en la trampa que caen escuchando a quien los empuja a desconfiar de él.

Reconocemos sin embargo que los intereses de un determinado ambiente obrero – intereses locales o de categorías – pueden divergir un poco, o incluso mucho, de las tendencias socialistas, o sea de los intereses colectivos de todo el proletariado. Pero tampoco en este caso el propagandista debe ceder. Si el socialismo ha nacido de la suma de las tendencias aisladas de los grupos obreros y de las organizaciones de resistencia, unidos en un intento común – el único que puede resolver definitivamente todos los problemas particulares del proletariado, y que sólo con el acuerdo de todos los trabajadores podrá realizarse – la misión  del partido socialista es precisamente la de combatir el egoísmo que existe en las tendencias particulares de los grupos y de las categorías obreras, y contra estos egoísmos hay que ser despiadados, porque respetarlos y acariciarlos puede ser causa de grandes desilusiones futuras. Valgan como prueba el reformismo monárquico italiano y el estado de nuestras organizaciones obreras.

La objeción reformista es conocida, y en el fondo siempre es la misma: la organización es cuestión de número : o ser muchos o no ser; cualquier división la mata, por lo tanto fuera la política (también los sindicalistas dicen y, sobre todo, hacen lo mismo). El apoliticismo triunfa y se convierte en falta de pensamiento, de conciencia y de norte.

Y el reformismo obrero, reflejándose en la actitud política del partido, lo adapta a sus necesidades particularistas... para las cuales podría ser remedio casi universal un ministro socialista. Nosotros que nos oponemos somos, como de costumbre, visionarios sin experiencia, enemigos de la práctica, etc... Pero, por dios, ¿en el reino de S. M. la Práctica entra o no la posibilidad de abatir, de transformar (si queremos ser más dulces) el régimen burgués? Si se cree en la finalidad revolucionaria – aunque sea lejana – del movimiento proletario, no se la debe disfrazar o negarla por los intereses de cualquier cooperativa o de cualquier liga; si, por el contrario, ya no se cree en ella, entonces es mejor renunciar a etiquetarse de socialismo y confesar que se ha descubierto un nuevo y cómodo oficio: ¡el de abogados o cuidadores de intereses del particularismo obrero!

Los reformistas dirán que ellos quieren llegar al socialismo, pero poco a poco. Quien va despacio... Y, en su teoría del andar despacio, parece que esté comprendido el caminar en sentido contrario.

Pero, volviendo a nuestro argumento de la propaganda sin adentrarnos en otros campos, queremos defender la intransigencia de pensamiento del socialismo, condición necesaria de la intransigencia de acción, de la cual la electoral es un caso específico. Y nos adentraremos, para ser más claros, en el análisis de algunos casos en los que más comúnmente los propagandistas disfrazan nuestra idea, ofreciendo el flanco al equívoco y – mientras creen desconcertar al adversario -  ofreciéndoles a éstos una revancha segura en el futuro.

Nos referimos a la propaganda contra el clericalismo, el nacionalismo y la masonería aliancista.

En el primer caso (del anticlericalismo) podemos hacer esta crítica: la mayor parte, si no todos los propagandistas, atacan al cura diciendo que éste ha falsificado el cristianismo y renegado de sus principios; haciendo una apología implícita y a veces explícita del cristianismo mismo y admitiendo su compatibilidad con el socialismo.

Este modo de salvar el sentimiento religioso es un grave error, porque deja en la conciencia del obrero el substrato al cual el cura podrá apelar para reconducirlo a su  rebaño, mientras en cambio es evidente que nosotros debemos destruir el sentimiento religioso, que no es más que un medio del cual se sirve la clase dominante para justificar su dominio sobre los humildes con la intervención de una voluntad sobrenatural. Cualquier cosa que se diga sobre el comunismo de Cristo, para nosotros es cierto que toda creencia en el mundo del más allá  es un poderoso instrumento para adormecer la lucha de clase, cuyas miras son las de resolver problemas de este mundo. ¿Para qué pues combatir al cura respetando el dogma o, lo que es peor, defendiéndolo, cuando el cura se aleja del mismo? Cuando se hace esto se demuestra que se sufre la influencia del sectarismo masónico que, a pesar de ser ateo, no osa anular el dogma en el pueblo porque especula con el quietismo de las masas, como cualquier movimiento burgués, comprendiendo bien que, si el ateísmo burgués puede ser conservador, el ateísmo proletario se vuelve siempre revolucionario.

Cuando hablamos de destruir el sentimiento religioso, no pensamos que se deba emprender la confutación filosófica de los dogmas o ponerse a demostrar que Dios no existe. Discutir un dogma significa reconocerle algún derecho a la existencia lógica. Esto es metafísica que no tiene sitio en el socialismo. En cambio hay que afrontar el problema en sus valores sociales, y mostrar cómo en la práctica el cura y la religión sirven al juego del capitalismo. Este es el punto de vista, facilísimo de desarrollar y de ser entendido por los obreros del “específico anticlericalismo socialista” que el honorable Podrecca no conoce (Asno del 24 noviembre). Así la masa se vuelve arreligiosa y el cura inocuo. Si el cura es nuestro enemigo, lo es porque sirve a los fines de la burguesía. ¡Si luego éste es también enemigo de cualquier fracción política de la misma burguesía, nosotros nos podemos frotar las manos, viendo la discordia en el campo adversario, pero no aceptar alianzas contra el enemigo común de exageraciones asnales !

En conclusión, no se deben mendigar motivos anticlericales ni al radicalismo masónico ni a la democracia cristiana, los cuales son dos de los serios peligros actuales del socialismo. ¡Éste es por sí mismo anticlerical y ateo, tanto frente a Cristo como frente al gran Arquitecto!

En caso contrario se corre el riesgo de “preparar” el ambiente no para un movimiento socialista y de clase, sino para las astutas maniobras de cualquier represor conservador disfrazado de modernista, o de cualquier demócrata vestido de Arlequín.

Pasando a la cuestión antimilitarista, encontramos un hecho análogo. El clerical es un “falso cristiano” y el nacionalista un “falso patriota”. En términos absolutos puede ser verdad, pero no debe ser dicho de forma que se crea que nosotros aspiramos a ser los “verdaderos” patriotas.

Ciertamente nosotros podemos demostrar – mejor dicho, lo debemos demostrar – que todo “idealismo” burgués sufre de cualquier contradicción profunda entre los principios filosóficos y la acción política, valiéndonos para esto de los resultados de la historia y de la vida cotidiana; pero la verdadera crítica de esos idealismos debemos desarrollarla basándonos exclusivamente en principios socialistas, y demostrando que tanto la acción práctica como las tendencias teóricas de todo partido burgués rebaten las conquistas del proletariado explotado.

Esta contradicción fatal entre la teoría y la acción sirve para demostrar el carácter artificial de la filosofía burguesa, que es el instrumento político de una defensa de clase, pero no para sacar de la madriguera pretendidos casos de mala fe personal en los adversarios, acusándolos de “falso patriotismo” y cosas parecidas.

Así, la propaganda contra la guerra no debe tender a pintar a los imperialistas belicistas como “enemigos de la patria”, sino basarse en el necesario internacionalismo del movimiento obrero; mostrar que el capitalismo se apoya en el militarismo explotando el sentimiento patriótico y nacional de las masas, y que la lucha de clase tiene pues fisonomía antimilitarista y antipatriótica.

El tercer ejemplo nos lo ofrece la lucha contra los llamados partidos afines, contra el aliancismo democrático. La propaganda por la intransigencia socialista a menudo está mal planteada. Se dice que los partidos de la democracia han renegado de sus programas para echarse en brazos de la reacción giolittiana, etc. Se deja así entender que el “verdadero” republicano, el “verdadero” radical podría estar de acuerdo con los socialistas, mientras también en este caso es preciso sostener que aquellos ideales están en profunda antítesis con el nuestro. No se debe decir: rompemos la alianza porque ellos se han convertido en “falsos “ demócratas, sino: lo rompemos porque nosotros somos “verdaderos” socialistas. No es necesario repetir aquí las conocidas razones teóricas y políticas que muestran la discordia de tendencias entre la democracia burguesa y el socialismo.

Hemos citado estas cuestiones no para desarrollarlas completamente, sino como pruebas de lo que hemos dicho al principio: hay que desear que los propagandistas de nuestro partido se esfuercen en adquirir una mayor entereza e independencia de pensamiento y no teman comunicarla lúcida y simplemente a las masas obreras. En caso contrario nosotros le cederemos la gran fuerza ideal del socialismo ( que es la mayor palanca actual de la historia porque refleja las leyes necesarias de ésta) a las actitudes equívocas de los politicones que someten al pueblo haciendo que éste confunda  la noción real de sus intereses. Y quieren confundirla porque en el fondo saben, como sabemos nosotros, que cuando dicha noción se libere de todo prejuicio, entonces se convertirá en acción, en acción revolucionaria.

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“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

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