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   EL PELIGRO OPORTUNISTA Y LA INTERNACIONAL

 Premisa explicativa de 1958

[Il Programma Comunista, nº 11, 1958]

 

El artículo que sigue apareció en julio de 1925 (en el periódico) “Stato Operaio”, en la discusión que precedía al III Congreso del Partido Comunista de Italia en enero de 1926 en Lyon.

Desde 1923, la dirección del Partido, por decisión de la internacional había pasado a la corriente del centro, aunque la mayoría, como se demostró en la Conferencia del Partido de 1924, estuviese con gran preponderancia sobre las directrices de la Izquierda, que había guiado al Partido desde su constitución en Livorno en 1921.

La Izquierda se oponía a la directriz táctica y política de la Internacional Comunista, y este escrito confirma que se trataba de una lucha contra el resurgir del peligro revisionista, o sea, del mismo que había infectado a la II Internacional.

Hoy es fácil ver como las previsiones de entonces en el partido italiano, se habían verificado con gravedad mucho mayor de la temida, y esto a través de la victoria del centro, sometido a los estalinistas de Rusia y la sofocación de la voz de la Izquierda, acontecida con despreciables arbitrariedades en el Congreso de Lyon, una vez más contra la línea prevaleciente entre las filas del partido italiano.

No queremos rellenar el escrito de entonces con notas que fragmentarían la comprensión, pero dado que será probablemente leído por jóvenes que no han vivido aquel período y no pueden conocer toda la historia, nos limitamos como premisa a la republicación después de 32 años a algunas indicaciones explicativas, muy sobrias.

Las discusiones entre la Izquierda Italiana y la Internacional Comunista, de las que esperamos dentro de poco publicar la documentación original, se desarrollaron en el II, III, IV y V Congresos de Moscú y en el “Plenum” del Ejecutivo. El último Congreso había tenido lugar en 1924, y la mayoría había admitido, entre las acciones tácticas que los comunistas debían adoptar, las del “frente único” y del “gobierno obrero”. En 1925 estaba en pleno apogeo la lucha contra la oposición de Trotski, que, como la nuestra, y mejor después que la nuestra, denunciaba el peligro de degeneración dentro del mismo partido ruso; además se puso al orden del día otra cuestión, la de la “bolchevización” que afectaba a la vida interna del partido tanto a la organización de base como a la discusión de las directrices políticas de la central dirigente.

Diremos unas breves palabras sobre el contenido de estas cuestiones y sobre el contenido de la situación propiamente italiana, en la que desde 1922 estaba en el poder el fascismo habiendo aplastado la oposición de partidos burgueses y socialdemócratas; tratándose pues de resolver el problema de las relaciones del partido comunista con tales partidos. En la época de las luchas que siguieron al asesinato del diputado Matteoti, la oposición había abandonado el Parlamento formando un antiparlamento, en el llamado Aventino. Los comunistas italianos dirigidos por los centristas habían seguido a ese movimiento de estilo liberal-democrático, pero después, estigmatizados por la Izquierda y por todo el Partido, habían abandonado el Aventino, haciendo que volvieran a entrar en el Parlamento los diputados comunistas, que los fascistas expulsaron con violencia.

Frente único. Los partidos de la III Internacional surgieron de escisiones de los viejos partidos socialistas que habían traicionado a la clase obrera. En los primeros años de la posguerra, parecía que el conjunto de las masas siguiese a la Internacional de Moscú, pero las derrotas revolucionarias en muchos países hicieron, es verdad, que una parte de los trabajadores permaneciesen bajo la influencia oportunista. La Izquierda se opuso a la propuesta de invitar a una acción común a aquellos partidos, con el fin ilusorio de separar de ellos a las masas, y sostuvo que se debiese actuar sobre éstas con una clara denuncia como traidores contra los socialdemócratas, que no tenía necesidad de otras pruebas.

Como es recordado en el artículo, el “Frente Único” generó el “gobierno obrero”. Este saltó a la escena cuando la situación menos favorable excluyó la posibilidad de que los partidos comunistas pudiesen conquistar el poder, o sea, poner en práctica la dictadura proletaria, y se pretendió que convenía favorecer la formación (con base parlamentaria, dijeran lo que dijeran Zinóviev y los centristas) de un gobierno de bloque de socialistas y comunistas, considerándolo un puente de pasaje útil, lo que fue contestado por la Izquierda fieramente.

La “bolchevización”, ya no es la organización del partido por secciones territoriales, sino sobre la base de las “células de empresa”, para acallar las oposiciones contra estas tácticas dudosas, y en Rusia contra la oposición a la directriz de renunciar al contenido clasista e internacionalista de la Revolución de Octubre.

En la célula de empresa el comunista encuentra sólo y siempre compañeros con los que tiene en común sólo el interés particularista de categoría y de empresa; horizonte cerrado del que destierra toda visión de clase y de lucha revolucionaria. La política deviene así monopolio del aparato y la vida del partido permanece anquilosada.

La posición de la Izquierda es la de que el partido constituye el elemento motor y activo, no pasivo, en la clase y en sus organismos económico-sindicales o de empresa, como en el Estado revolucionario, porque sólo en el partido se superan los particularismos de lugar y de tiempo, en cuya práctica está la virulencia del mal oportunista. Los hechos han justificado esta visión dialéctica de la función del partido, que está por encima de la propuesta “trotskista” de la violada democracia y que reivindica la preeminencia del partido y la orgánica centralidad de su organización y acción, como su gestión de la dictadura revolucionaria. Precisamente en Italia las tres formas de desviaciones antedichas generaron anticipadamente la corrupción de los principios. Las posiciones del centro se orientaban hacia el bloque burgués, que después se consumaron en los Comités de Liberación Nacional, de los que los Comités Obreros y Campesinos de 1925 eran su taparrabos.

El oportunismo de la fase estalinista ya no quiere proclamar, que la guerra sólo se destruye con la revolución, que la dictadura burguesa no tiene más alternativa que la dictadura comunista. El oportunismo deja a un lado revolución y comunismo y se vende a quien se conforma con una paz capitalista.

La Izquierda comunista, que entonces pareció batida para todos, hace treinta años ya lo había avergonzado.

En el III Congreso de Moscú en 1921, en la delegación (italiana) estaba Terracini y Grieco, entonces fervientes izquierdosos, que defendieron de modo verdaderamente pueril la “acción violenta, directa y frontal”, ganándose la reprimenda más que justa de Lenin, y rindiendo un flaco servicio a la causa de la Izquierda. En el momento de esta polémica ya se habían cambiado de chaqueta, y es a esto a lo que el texto alude.

 

 EL PELIGRO OPORTUNISTA Y LA INTERNACIONAL

 (De Stato Operaio, julio-1925)

  

Creemos en la posibilidad de que la Internacional caiga en el oportunismo. Velemos para no traducir posibilidad en certeza, o incluso en probabilidad mayor o menor. Consideramos absurdo suponer que “cualquier” Internacional, incluso constituida según nuestras “recetas”, objeto de tanta ironía, pueda por virtud misteriosa, por garantías fijadas a PRIORI, formarse un seguro especial contra el peligro de desviaciones oportunistas. No pueden bastar los precedentes históricos más gloriosos y brillantes para garantizar un movimiento, aún y sobre todo un movimiento de vanguardia revolucionaria, contra la eventualidad de un revisionismo interno. Las garantías contra el oportunismo, no pueden consistir en el pasado, sino que deben estar presentes y actuales en todo momento. No vemos pues graves inconvenientes en una exagerada preocupación hacia el peligro oportunista. El criticismo y el alarmismo realizados por deporte son ciertamente deplorabilísimos; pero dado incluso que ellos sean, en vez del preciso reflejo de “algo que no marcha bien” y la intuición de desviaciones graves que se preparan, puro producto de elucubraciones de militantes, es cierto que no tendrán el modo de debilitar mínimamente al movimiento y serán fácilmente superadas. Mientras el peligro es grandísimo si, por el contrario, como lamentablemente ha sucedido tantas veces, la enfermedad oportunista descolla antes de que se haya osado, desde cualquier parte, dar vigorosamente la alarma. La crítica sin error no daña ni siquiera la milésima parte de cuanto daña el error sin crítica.

Nos parece que la actitud y la mentalidad con la que se acogen las objeciones de la Izquierda italiana a las directrices adoptadas por los dirigentes de la Internacional, revelan una contradicción extrañísima con la negación de la presencia de un peligro oportunista, que nos debe preocupar.

Se polemiza de este modo: la Izquierda dice que la Internacional se equivoca. La Internacional no puede equivocarse; por tanto, la Izquierda no tiene razón.

Entre buenos marxistas, no filisteos, no boncificados o que se boncifican, la cuestión se plantearía así: la Izquierda dice que la Internacional se equivoca.

Por las razones a, b, c, inherentes al problema en discusión, demostramos que la Izquierda misma por el contrario está en un error. Esto prueba que una vez más la Internacional no ha cometido errores, y está sobre el buen camino.

Por el contrario, ninguno de los pretendidos defensores a capa y espada de la Internacional, que sistemáticamente confunden a ésta con su comité dirigente, quiere realizar el esfuerzo de dar esta aportación positiva y activa a la elaboración de las directrices de las que defiende su justeza. En lugar de sostener a la Internacional, los pretendidos ortodoxos se hacen sostener por la misma, la cargan con todo el peso de las propias responsabilidades y de los propios errores; la invocan y la “comprometen” sin dudar, cada vez que se hallan en dificultades. Esto es internacionalismo a la inversa. Este método está diáfanamente justificado por la mayor facilidad y comodidad que presenta, a los efectos del éxito inmediato, la utilización de las simpatías por algunos entes y nombres, empleado de un modo exento de toda vitalidad, de una verdadera y generosa solidaridad que quiera dar, y no recibir, aumentar y no consumir la potencia de lo que dice defender.

Y así escuchamos a cada momento como lanzan sobre nosotros la Internacional, la revolución rusa, el leninismo y el bolchevismo, por parte de muchos que no tienen, con este conjunto de fuerzas históricas, otra relación que la de remolque a su motor, para no adoptar la imagen de parasitismo.

 

UN SISTEMA INCOMPATIBLE CON EL MÉTODO REVOLUCIONARIO

 

No hacemos de este sistema una crítica “moral”. Indicamos solamente que nos parece incompatible con un método revolucionario. Y en efecto, si es verdad que existe un cierto extracto de compañeros y seguidores sólidamente adquiridos a los que un modo similar de razonar les “cierra la boca” -aun empujándoles, cada vez que es empleado, un pequeño paso más al escepticismo de mañana-, más allá de estos elementos ya nuestros, se trata por el contrario de atraer, convencer, movilizar a aquellos para los cuales no representa ninguna autoridad el recurso a nuestros textos y a nuestras deliberaciones y tradiciones internas, sino que nos miran con desconfianza y que con argumentos y medios positivos debemos hacer pasar de la desconfianza a la confianza. Esta es la tarea fundamental de un partido revolucionario, y más aún para aquellos que oigo gritar que quieren “conquistar las masas”. Entonces, el mismo modo con el que los elementos del actual estado mayor internacional y nacional quieren desembarazarse sin más de nuestras opiniones, nos conduce a dudar de su capacidad para difundir fuera del partido el programa y las directrices comunistas. Un movimiento revolucionario debe día a día desplazar de su opinión a masas estancadas, y por este motivo debe cotidianamente, por así decir, sacar a la calle sus tesis, para demostrar la verdad.

Sólo un partido conservador puede hacer lo contrario y vivir celosamente de su patrimonio de principios, en el sentido de espectador; pero al mismo tiempo considerarse exonerado de discutirlos en confrontación con quien sea. Los ejemplos históricos son tan evidentes como para no dejar de citarlos: una feroz autocrítica ha distinguido a todos los partidos que atraviesan el verdadero período de fecundidad revolucionaria y expansión de potencia.

Esto es pues verdad, sobre todo para el marxismo revolucionario, que rechaza toda metafísica y todo apriorismo, para basar la verdad de sus principios en la dialéctica de una verdadera demostración permanente a través de la historia y la acción.

Cuando luego se jactan de leninismo, como de un sistema del que nosotros seríamos por definición los adversarios y se quiere ahogarnos bajo la indiscutibilidad de los Nombres de este sistema, la contradicción llega a ser aún más escandalosa. En realidad, aquello que alarma más en el leninismo de algunos es la tendencia a la mutabilidad, a las audaces evoluciones, la facilidad para decir: “es lícito dudar siempre de todo aquello que ayer dimos por cierto”. En este debate somos nosotros los llamados dogmáticos, nosotros que pedimos una -racional y dialéctica- custodia de ciertos puntos fijos en el método, y se nos responde por el contrario desde hace años, siguiendo muy a lo lejos cuanto en efecto era propio de la mentalidad de Lenin (pero con muy distintas garantías contra toda mutación que empeore), o sea, el precepto: mañana por la mañana nada está excluido que pueda ser justo decir o hacer. Pues bien, precisamente aquellos que se reclaman de Lenin y que le han querido fabricar un sistema póstumo propio, quieren erigir este sistema en dogma intangible e inmutable. En realidad, estos continúan con el método de improvisar y zigzaguear, pero sólo quieren asegurarse contra toda objeción y crítica; monopolizando el derecho de decir que actúan así, porque son seguidores fieles del pensamiento del leninismo auténtico, bajo cuya bandera quién sabe lo que deberemos ver transitar. Su rigidez en el “sistema” leninista es un artículo de uso interno. Lenin se liberaba de sus contradictores con un método opuesto, hecho de realidades y no de autoridad, de vida vivida y no de reclamos a ningún evangelio. El compañero Perrone plantea la cuestión en modo simple y claro cuando dice que todo cuanto los dirigentes de la Internacional dicen y hacen, es materia de la que reivindicamos el derecho a discutir, y discutir significa poder dudar de que se haya dicho y hecho mal, independientemente de toda prerrogativa atribuida a grupos, hombres y partidos. ¿Se trata de repetir la santa apología de la libertad de pensamiento y de crítica como derecho del individuo? Ciertamente no, se trata de establecer el modo fisiológico de funcionar y trabajar de un partido revolucionario, que debe conquistar y no custodiar conquistas del pasado, invadir el territorio del adversario y no cerrar los propios con trincheras y cordones sanitarios.

En la mentalidad que se va abriendo camino entre los elementos dirigentes de nuestro movimiento, nosotros comenzamos a ver el verdadero peligro de derrotismo y del pesimismo latentes. En lugar de mover virilmente la acción comunista contra las dificultades que la circundan en este período, de discutir abiertamente los multiformes peligros y de reconstituir frente a ellos las RAZONES vitales de nuestra doctrina y de nuestro método, ellos se quieren refugiar en un sistema intangible. Su gran satisfacción es la de establecer, apoyándose ampliamente en “ha hablado mal de Garibaldi”, con indagaciones sobre las supuestas ideas e intenciones íntimas no manifestadas todavía, que fulano y zutano han contravenido al recetario escrito en su agenda, para gritar después: están contra la Internacional, contra el leninismo. Un gracioso ejemplo está en el modo con que se ha fabricado un artículo-diálogo sobre lo que yo habría dicho en una reunión de partido, referido y entrecomillado por el escritor como mejor le convenía. Pero digamos también esto; lo extraño es que el punto de partida se transforma en el punto de llegada: si yo estoy también contra el leninismo, ¡por defender el leninismo! Por el contrario, para los contradictores todo ha acabado: han adoptado una vez más las grandes alas del nombre de Lenin para refugiarse bajo su propia pobreza y están contentos. Ahora bien: ¿Qué deberíamos decir si tal método se generalizase?

Deberíamos decir esto: que entre tanto charlatanear de estrategia, de maniobra y de conquista de las masas, en realidad no se siente la fuerza para ampliar nuestra influencia y que reducimos nuestro objetivo a mantener unidos a nosotros a los seguidores ya conquistados, no vacilando en desmembrar el movimiento donde surgen iniciativas de discusión y de crítica.

Este sería el verdadero, el peor liquidacionismo del partido y de la Internacional, acompañado de todos los fenómenos característicos y bien conocidos del filisteismo burocrático. El síntoma de esto es el ciego optimismo de oficina: todo marcha bien y quien se permite dudar no es más que un saboteador que debe ser expulsado lo antes posible. Nosotros nos oponemos a esta rutina, precisamente porque, confiados en la causa comunista y en la Internacional, negamos que ésta deba reducirse a consumir vulgarmente “su patrimonio” de potencia y de influencia política.

A cuanto hemos dicho se puede hacer una objeción de carácter organizativo: está bien que discutiendo con los adversarios o los no convencidos todavía por nuestra fe política, debemos como base de discusión poner todo nuestro bagaje de ideas sobre la mesa anatómica de la duda, pero si quisiésemos hacer esto en todo el trabajo interno de partido se iría al diablo su solidez organizativa y disciplinaria. La objeción no tiene ninguna consistencia. Ante todo, nosotros no decimos que siempre y en todas partes se deban hacer discusiones como la actual precongresual. Es admisibilísimo que en un partido como el nuestro durante períodos más o menos amplios, sea suspendida toda facultad de crítica, y además siempre es necesaria la disciplina ejecutiva en la acción. Pero si la discusión se hace tan frecuentemente como se hace en todas las secciones de la Internacional, y mucho más frecuente que en nuestro partido como todos saben, nosotros sostenemos que para que sea útil y no envenene el ambiente debe desarrollarse con el criterio por nosotros defendido. Y finalmente no se puede hacer, tanto más por parte de aquellos que quieren tan amplias las bases organizativas del partido, una distinción rígida del trabajo de propaganda entre los compañeros y entre las masas: es una idiotez habituar al compañero que queremos mandar a la fábrica o a otro lugar a convencer a los obreros de otros partidos o sin partido, a liquidar todas las discusiones, para las que se debe entrenar a través del trabajo político interno de partido, con un “así lo ha dicho nuestro ejecutivo” o “así está escrito en el programa de mi  partido”. Toda propaganda y agitación serían frustradas con una educación similar de nuestros compañeros.

 

 LA “BOLCHEVIZACIÓN”

 

Ha despertado un enorme ruido nuestra toma de posición contra la “bolchevización” y contra las células. Podemos considerar fracasado, bajo las precisas respuestas de nuestros compañeros de la Izquierda, el intento exagerado de atribuirnos escandalosas opiniones sobre la cuestión de la naturaleza del partido y de la función de los intelectuales. Aunque acerca de las células la cosa ha sido precisada; nuestra posición se puede esquematizar así: El tipo de organización del partido no puede por sí mismo asegurarle el carácter político o garantizarle contra las degeneraciones oportunistas. Por tanto, no es exacto decir que la base territorial define al partido socialdemócrata, y que la base de fábrica es la comunista. La base de las células de fábrica, útil en Rusia en el período zarista y no abandonada después, no la encontramos oportuna en los países de capitalismo avanzado con régimen político democrático-burgués (el viejo y repescado estudio mío, no sé por quién, sobre las fuerzas sociales y políticas en Italia, significa el por qué para nosotros el fascismo no se exceptúa del régimen democrático burgués). Otra cosa son las células de fábrica de las que hablan las tesis del II Congreso; de las que hablan los documentos de la fracción Comunista antes de Livorno, redactados por los ordinovistas y por nosotros concordemente; de los que sólo se habló en las polémicas contra la táctica sindical del maximalismo, que fueron realizadas por todo nuestro partido en el primer período, que respondieron óptimamente y a las cuales se debe atribuir, incluso hoy, lo que tienen de bueno las famosas células allí donde existen. Los más modestos militantes del partido han visto el truco intentado a propósito por nuestros contradictores.

Nosotros no estamos contra las células, ni siquiera como grupos de inscritos al Partido en las fábricas con funciones dadas; sólo pedimos que no se suprima la red territorial y que se la considere como red fundamental para la actividad política del partido; como encuadramiento organizativo e instrumento de maniobra en los movimientos proletarios, junto a los de fábrica, sindicales, corporativos, etc.

Pero vayamos un poco más allá en este caso de la bolchevización, y precisemos nuestra desconfianza abierta hacia ella. En cuanto se concreta en la organización por células, sobre la que está omnipotente la red de funcionarios, seleccionados con el criterio de la obediencia ciega a un recetario que querría ser el leninismo; en un método táctico y de trabajo político que se ilusiona de realizar el máximo de correspondencia ejecutiva con las disposiciones más inesperadas, y en un planteamiento histórico de la acción comunista mundial, en el que la última palabra deba hallarse siempre en los precedentes del partido ruso interpretados por un grupo privilegiado de compañeros; nosotros consideramos que ella no alcanzará sus mismos objetivos y debilitará al movimiento, y la juzgamos como una reacción desacertada al éxito poco favorable de muchos experimentos tácticos del método dominante, contra nuestras críticas, en la Internacional. En lugar de utilizar remedios más valientes nos parece que quiera cubrirse con esta bolchevización, que sin ser un reforzamiento se quedará en una especie de cristalización y de “inmovilización” del movimiento revolucionario comunista y de sus espontáneas iniciativas y energías. El proceso está invertido, la “síntesis” (¡A las armas…!) precede a sus elementos, la pirámide en lugar de erigirse segura sobre la base se da la vuelta y su equilibrio inestabilísimo se apoya sobre su vértice.

El contacto con las masas y el lanzamiento intensivo de las consignas, asegurado por el nuevo sistema, sólo son frases, a las que más que una disertación puede responder la experiencia de los compañeros en la periferia. La mayor parte de las veces el partido gira en torno a la propia cola sin poner nada en práctica; todo esto pasa como un éxito desde el punto de vista de la oficina de funcionario y basta. Por ejemplo, nosotros no estamos contra la constitución de los comités obreros y campesinos, si estos no son un bloque de partidos ni pretenden ser los Soviets, sino que sean una iniciativa del frente único de la clase obrera hecho desde abajo, y sobre la base de organismos económicos y “naturales” del proletariado. Estamos por el contrario contra su constitución, acompañada de un abuso increíble de literatura en el vacío en torno a ellos, si es una maniobra entre partidos políticos.

Todo cuanto precede puede ser considerado muy genérico. Yendo a lo concreto intentaremos dar una versión auténtica del alcance de nuestro desacuerdo con la Internacional. Nosotros no tenemos ningún desacuerdo con el programa de la Internacional, entendido no sólo en el sentido histórico y teórico, sino incluso como documento preciso elaborado por Bujarin y aprobado por el V Congreso. De tal documento ponderoso habríamos querido ver eliminados sólo dos o tres renglones sobre la cuestión de las maniobras tácticas contingentes, sólo porque nos parecía algo a liquidar “en otro lugar”.

Se nos dice que el cuerpo de doctrina de la Internacional sería el “leninismo”, y que éste es un sistema del que nosotros nos desviamos fundamentalmente.

Graciosa ante todo la admisión ordinovista de que el leninismo es una completa concepción del mundo y no sólo del proceso de la revolución proletaria. Muy bien: Pero, ¿cómo conciliar con esto la adhesión de los líderes ordinovistas a la filosofía idealista, a la concepción del mundo propia no de Marx o de Lenin sino de los neohegelianos y de Benedetto Croce? ¿Será verdad que los desacuerdos con la Internacional son culpables sólo cuando se proclaman lealmente, y tolerables cuando se mantienen encubiertos? A nosotros nos parece que precisamente de los desacuerdos conscientemente encubiertos, pero no liquidados con el jactado “reconocimiento del error”, surja el peligro, la incubación propia y verdadera del oportunismo de mañana. Lenin ha escrito obras fundamentales contra el pretendido comunismo con base idealista; de la boca del mismo Zinóviev han salido recientes excomuniones contra tentativas modernas del género, señaladas como seguro indicio de peligro oportunista (según Zinóviev el oportunismo es siempre posible y cuando se dé, él vendrá conmigo a la... fracción de Izquierda. Es polémica: pero polémica un poquito más... bolchevique). Pero el ordinovismo continúa impertérrito en adoptar a Croce, en constituir una verdadera “escuela (atentos) napolitana” en materia filosófica, y en defender el leninismo como sistema y concepción del mundo. Y decir que uno de nuestros contradictores pasó decidido al ordinovismo al mismo tiempo que, como nos dijo, se “adhería a Croce”. Punto de llegada B. Croce, punto de partida Andria, gran centro del Valle de Aosta: ¿Se puede estar más cualificados para tronar contra el comunismo a la napolitana? ¿Demostraremos nosotros ser el comunismo a la antinapolitana, como el comunismo de Lenin era el comunismo a la antirrusa?

En la base de nuestro movimiento está un sistema teórico que es una completa concepción del mundo: se trata del marxismo, del materialismo histórico, que en Lenin tuvo el más poderoso de los defensores. No es necesario, y aun menos le parecería necesario a Lenin, llamarlo leninismo. ¿Pero cuáles fueron las relaciones de Lenin con aquel sistema? Si él hubiese sido un revisionista, se explicaría el termino de leninismo, pero él luchó fieramente contra los revisionistas de las diversas escuelas, impidiéndoles con golpes formidables el derecho de usar el nombre y la tradición marxista. Defendió su ortodoxia con argumentos de la historia viva y conjuntamente con un poderoso comentario de la obra de los maestros empujada hasta la minucia, penetrando en lo más íntimo de cada matiz, hasta de las últimas líneas de los textos, el contenido de la confirmación aportado por la historia a la visión precedente.

 

 EL LLAMADO “LENINISMO”

 

En mi conferencia sobre Lenin (por otra parte no publicada en Rusia, donde parece que se considera a Lenin no lo bastante grande como para impedir una revisión preventiva de aquello que no sea un “reclamo”) he precisado el juicio sobre su obra. Ante todo, él se presenta como el “restaurador del marxismo” en el campo de la teoría y del programa político, o sea, de la concepción del proceso emancipador del proletariado. Por tanto, como el reorganizador del movimiento internacional proletario, sobre bases revolucionarias y el realizador grandioso de la primera gran victoria revolucionaria en Rusia, en cuya acción se verifica un encuadramiento completo de las concepciones del marxismo por él restauradas.

Tenemos después en Lenin al completador de partes importantísimas del marxismo. Su interpretación de la fase imperialista del capitalismo, su formulación de la cuestión agraria y nacional, por nosotros aceptadas (y si se quiere precisión en la letra del programa Bujarin, como he dicho ya) son contribuciones fundamentales al desarrollo del método y del sistema marxista, que él mantiene firme uniéndole paso a paso a las explícitas declaraciones de Marx y de Engels en la materia, verificadas e integradas por la suma de los acontecimientos posteriores. Quien cree necesario llamarla no ya marxismo, sino leninismo a la crítica, por ejemplo, de las más recientes fases del capitalismo, deja entender que Lenin haya modificado en ella algunas tesis históricas y económicas de Marx, y no puede llamar revisionista a Graziadei cuando éste por los caracteres de la nueva fase pretende deducir un desmentido a teorías económicas fundamentales contenidas en EL CAPITAL.

Nosotros no vemos pues la necesidad de cambiar el nombre de nuestro sistema doctrinal y político de marxismo a leninismo, pero no haremos ciertamente una cuestión de palabras, y establecida la identidad entre ellas -sobre la fe del mismo Lenin y no de otro- podemos usarlas indiferentemente.

Si por leninismo se entiende admitir por verdadero todo aquello que plazca afirmar a aquellos que se proclaman los verdaderos y los mayores leninistas, entonces no nos quedaría más que sonreír. Nos reservamos el derecho de considerar y probar que muchas opiniones de los leninistas etiquetados son más que nada antileninistas y antimarxistas.

Si por leninismo se entiende jurar sobre cada y cualquier afirmación de Lenin durante su vida, entonces ni siquiera podemos estar de acuerdo. En muchos casos nos mostraríais textos literales de Lenin y nosotros tranquilamente enunciaríamos opiniones distintas. Esto lo he reivindicado solamente para responder la idiota afirmación de que nosotros los de la Izquierda habríamos esperado a la muerte de Lenin para abrir la ofensiva crítica contra la Internacional. Hemos discutido y criticado a Lenin cuando vivía y hablaba, y de muchas de sus contradeducciones, en efecto, no estamos todavía convencidos. Pero esto no nos quita el derecho de decir que aún con estos desacuerdos leales, consideremos lejano del pensamiento de Lenin y de su método, muchas iniciativas y directrices de la Internacional después de su muerte, y sobre todo afirmamos el derecho de rechazar que se digan leninistas la mayor parte de las elucubraciones de nuestro centrismo ordinovista. Lenin aceptó las tesis del “Ordine Nuovo” de 1920 en cuanto en la substancia contenían la crítica común al maximalismo oportunista y fueron adoptadas por la sección de Turín con mayoría compuesta de abstencionistas, y fue sólo a fuerza de nuestros empujones como los ordinovistas comprendieron las tesis leninistas, de la escisión del partido italiano de los reformistas: hasta después de Bologna (Octubre de 1919) el ordinovismo ensalzaba la unidad del partido socialista con “Bordiga y Turati”. No nosotros rechazamos acciones comunes, a las que todo sacrificamos; sino los centristas actuales en Bologna (Octubre de 1919) rechazaron nuestra concesión de abandonar la prejudicial abstencionista a condición de que ellos planteasen la cuestión de la expulsión del partido de los reformistas. Lenin reconoció -aun condenando nuestro abstencionismo- en las tesis de los ordinovistas lo que nosotros les habíamos obligado a aprender, y que, aunque sea con mucho retraso, habían repetido.

Aclarado que el ordinovismo es un sistema no marxista ni leninista, y que contiene no pocos peligros de desviaciones de las directrices del partido, permanecemos con el argumento de los desacuerdos efectivos entre nosotros y Lenin.

Su posición táctica esclarecida en el libro sobre la enfermedad infantil del comunismo, es substancialmente compartida por nosotros. Nosotros no fuimos nunca blanquistas ni putchistas, o seguidores de actitudes estéticas para resolver los problemas de acción marxistas. Esto está dicho claramente en los artículos de 1922. En la actitud de nuestra delegación en el III Congreso existió en parte una desentonación debida a la gran facilidad de improvisación de uno de los actuales centristas, que hará bien asumiendo finalmente la responsabilidad. En las tesis de Roma no hay traza de la teoría de la ofensiva sobre la que se batalló en el III Congreso siendo combatida por Lenin a cepillazos. Esto por pura verdad porque cepillazos de Lenin también los he recibido, y no me han convertido.

Nosotros consideramos el método táctico de Lenin como no completamente exacto, en cuanto no contiene las garantías contra las posibilidades de aplicación que, siendo superficialmente fieles, pierden la profunda finalidad revolucionaria que siempre animó cuanto Lenin defendió e hizo. Consideramos como demasiado universales ciertas extensiones de experiencias tácticas rusas, a situaciones que añaden dificultades que en aquellas no existían: como el régimen democrático y el amplío envenenamiento democrático del proletariado. En la Conferencia dije que Lenin no nos dejaba resuelto y consolidado el problema de la táctica en modo igual al de la doctrina: tal problema está todavía abierto, lo que quiere decir que pasará a través de ulteriores experiencias y errores. Sin embargo, nosotros afirmamos que la solución táctica de Lenin como él la observaba siempre, aun cumpliendo evoluciones que nos parecían arriesgadas, no se salía jamás del terreno de los principios, lo que quiere decir que no entraba en contradicción con las finalidades revolucionarias últimas del movimiento.

Un estudio atento, si fuese posible hacerlo en los originales de las últimas manifestaciones de Lenin quizás nos permitiría concluir, que tendía a estrechar poco a poco el gran portón de la libertad de táctica. Repetidamente escribió haberse equivocado en el III Congreso, en golpear más sobre la izquierda que sobre la derecha, peligro presente todavía para él. La táctica mantenida en la Conferencia de las tres Internacionales le hizo enojarse un tanto. Me resulta de testimonio indiscutible que no fuese favorable a la fusión con el partido maximalista preconizada por el IV Congreso. Pero estos particulares podrían parecer especulaciones, y los abandono para afirmar que después de Lenin ha habido una desviación de la sana línea táctica comunista; y esto demuestra que existía un error parcial inicial en las mismas directrices tácticas que Lenin quiso experimentar a escala internacional.

 

 NUESTRO DESACUERDO CON LA I.C.

 

¿Hasta dónde llega pues nuestro desacuerdo sobre la táctica actual de los dirigentes de la Internacional?  En la época de los artículos de principios de 1922 yo afirmaba contundentemente que las disposiciones sobre la táctica permanecían dentro de los límites de los principios comunistas y marxistas. Sucesivamente, sobre otros puntos precisos, la izquierda había tenido que, aun en los límites de una finalidad revolucionaria común, impulsar más profundamente su crítica.

Alguno que quiere generalizar la afirmación de entonces estuvo conmigo, y más áspero que yo en el pesimismo de épocas posteriores. No quiero hacer cuestión de nombres o divertirme confundiendo personalmente a ciertos contradictores. Voy más allá; cierto que cuando estuvimos en presencia de la fórmula del gobierno obrero afirmamos netamente que no se trataba ya solamente de una solución táctica inoportuna y de poco rendimiento, sino de una verdadera y propia contradicción con nuestro cuerpo de doctrina, marxista y leninista; y precisamente con la concepción del proceso de liberación del proletariado, en este se venía a introducir la posibilidad ilusoria de soluciones, aunque sea parcialmente, pacíficas y democráticas. Se nos respondió que estábamos equivocados, que ya no se trataba de una posibilidad histórica distinta, o solución política fundamental del problema del Estado, del poder, sino sólo de una consigna de “agitación” del famoso sinónimo de la dictadura del proletariado. Después de las bien conocidas desventuras alemanas de la táctica del gobierno  obrero y del frente único político, que se reveló en la concepción de aquellos que la aplicaron -desde Berlín a Moscú- como una verdadera ilusión de modificar los términos del problema central revolucionario a través de una colaboración con la izquierda socialdemócrata, estuvo claro, que es peligroso dejar sobrevivir ciertas fórmulas incluso cuando se presentan con el disfraz inocente de reivindicaciones lanzadas con un fin propagandístico. La cuestión era y siguió siendo grave a través de las formulaciones del IV y V Congresos. Los acontecimientos posteriores han confirmado la legitimidad de nuestro antagonismo sobre este punto, no accesorio, sino fundamental. El modo con el que ha sido liquidada la cuestión alemana es totalmente insatisfactorio. Estas son enunciaciones sumarias, pero a mí me urge una vez más definir la extensión y los límites del desacuerdo. Hoy nos encontramos en presencia de una nueva táctica. El último Ejecutivo Ampliado ha proporcionado un nuevo análisis de la situación. Es innegable que ésta se presenta menos favorable que en los años transcurridos, pero el diagnóstico de la “estabilización”, aunque sólo sea relativa (se pueden hallar cien formulaciones que dan un golpe al aro y otro a la cuba), es preocupante en cuanto viene de aquellos elementos que atribuyen al examen de las situaciones, a nuestro entender y por sus mismas afirmaciones, un valor decisivo al establecer la línea táctica.

  

LA NUEVA “TÁCTICA”

 

La nueva táctica se presenta como un repliegue en cuanto dice: no planteándose ya, de modo inmediato, la cuestión de la conquista del poder, aun manteniéndose íntegros los puntos cardinales de nuestro programa político, nosotros debemos enfocar la acción hacia resultados más modestos, y se presentan éstos en la preponderancia de regímenes de “izquierda” en los distintos países. Reaparece con palabras nuevas la viejísima tesis de que un régimen con libertad política sea la condición indispensable para el ulterior avance de la clase obrera. Esta tesis es objetivamente falsa al menos en tres cuartas partes, y para la parte que es verdadera es tremendamente peligrosa. En ciertas situaciones, la lucha del proletariado puede ser favorecida por la presencia de un gobierno democrático -en otras puede ser lo contrario-, pero SIEMPRE existe otra condición para el éxito de la lucha revolucionaria: la independencia y la autonomía de la política desarrollada por el partido proletario de clase.

Este problema ha sido planteado como de costumbre -esto se adjunta a nuestra crítica al modo de trabajar de los órganos de la Internacional, sobre todo por cuanto se refiere a la preparación y resolución de las cuestiones a someter al debate internacional-, casi de improviso y con inadecuada preparación.

Nosotros estamos alarmados ante este modo de proceder, de los escenarios que se plantean presentando nuevas perspectivas, que examinadas detenidamente habrían sido rechazadas, mientras con tal sistema acaban por imponerse a través de un falso enfoque. No identificamos este proceso con el del oportunismo de los viejos partidos socialdemócratas, como se pretenderá hacernos decir, pero revelamos que existe un parentesco, aunque sea lejano, y debe sugerirnos cambiar de vía seriamente. Pocas semanas después del complejo debate del III Congreso, se lanzó la consigna del “frente único”, del que en las deliberaciones de aquél nada se decía. El “gobierno obrero” apareció sólo después de las decisiones del Ampliado de febrero de 1922; desaparece o se atenuó en parte con las decisiones del IV Congreso, para servir de base en lo sucesivo a la táctica en Alemania. Sólo al final del V Congreso y con mucha resistencia transcendió algo del otro grave paso de la propuesta de unidad con Amsterdam. La nueva táctica, como de costumbre, se presenta como un hecho acabado, antes que ningún órgano internacional la haya examinado. Pero nosotros hemos pedido siempre que en materia de táctica las decisiones sean taxativas, y... preventivas, no póstumas.

 

LOS “FRENTES”

 

Por ejemplo, se escucha con gran estupor la justificación sobre la propuesta del antiparlamento hecha por nuestro partido en el Aventino. Esta propuesta de descarado sabor democrático, para nosotros no tiene derecho de ciudadanía en el campo del comunismo, no sólo viola las normas tácticas, sino nuestros mismos principios. Cuando nos disponemos a probar que apenas se ha tolerado excepcionalmente en las tesis tácticas el frente único “desde arriba”, o sea con el acostumbrado método de las propuestas a los dirigentes de otros partidos, solo para los llamados partidos obreros, y que es inaudito dar pasos del género directamente hacia partidos oficialmente defensores del orden burgués. ¿Sabéis cómo se responde? Vuestro error, oh izquierdistas, es el de tomar la propuesta del antiparlamento por un caso de aplicación de la táctica del frente único. ¡Accidente! ¿Y entonces de qué clase de táctica se trata? De una táctica que no ha previsto ninguna decisión, en ningún Congreso, sino que la improvisáis de golpe. Y de forma similar improvisáis tesis sobre las que nunca se discutió y se votó; porque es evidente, incluso para los que ignoran nuestras posiciones de principio, que es deber del partido comunista maniobrar de modo que no salga Hindenburg, o no venza Poincaré en las elecciones. No para identificar las dos situaciones, los dos procesos, sino para definir el problema, nosotros negamos que sea posible llegar a tanto relajamiento en los métodos de acción; así como afirmar que todas las finalidades contingentes son admisibles para la actividad del partido comunista, y todos los medios utilizables, con tal que quede un reconocimiento abstracto y teórico de las tesis comunistas sobre la dictadura del proletariado y la insurrección; también el oportunismo triunfó incluso en sus métodos perniciosos, aun proclamando que se trataba de operaciones contingentes y transitorias que no excluían el objetivo de alcanzar el socialismo y del triunfo de la revolución. No se trata de sospechar de partido casi revisionista a los dirigentes del movimiento, sino de establecer de acuerdo las garantías para que la acción de todos no resbale por la pendiente de viejos y tremendos errores. Nosotros preguntamos cuáles serán las medidas para que una táctica, tan similar en los aspectos y en muchos argumentos a la del posibilismo, conserve una dirección y un desarrollo que deban ser diametralmente opuestos. Puesto que estas medidas, ni las vemos puestas en práctica, ni creemos que puedan ser así, pedimos la expresa exclusión de maniobras y acciones tácticas que no pueden más que llevar al proletariado por una vía distinta de la de los fines comunistas.

Sumariamente establecidos y delineados así nuestros desacuerdos, nulos hacia la doctrina y el programa de la Internacional, de Marx y de Lenin,  limitados hacia métodos tácticos por Lenin preconizados, serios hacia las degeneraciones, no marxistas ni leninistas, a las que parece prestarse la táctica hoy adoptada por los dirigentes de la Internacional; nosotros esperamos no el acostumbrado grito: aquí están, acusan a la Internacional Comunista de oportunismo y merecen sin más la cruz, sino la demostración seria de las garantías que pueden valer para separar insuperablemente la práctica del oportunismo del experimento de maniobras estratégicas como las indicadas por el gobierno obrero. Para nosotros la conclusión es negativa. Es necesario condenar y abandonar tales métodos. Donde la situación no permita la lucha por el poder, no por esto el partido comunista deja de tener una tarea política y de acción que transcienda la de una escuela de propaganda. La actitud que asume el partido públicamente en el desarrollo de la lucha, incluso en la fase de retirada, tendrá su indispensable juego sobre el éxito o el fracaso que le estará reservado en el período de reanudación futuro, en el vencer o no todas las complejas resistencias contrarrevolucionarias. Brillante ejemplo de estas posibilidades era la última situación italiana en la que ante un poder no derrocable tanto podía hacerse, mientras se ha hecho tan poco. 

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“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

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