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SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

XVIII

 LAS ESCISIONES SINDICALES EN ITALIA

(Battaglia Comunista, nº 21 del 25 de mayo al 1 de junio de 1949)

Traducido por Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

www.pcielcomunista.org

 

AYER

No es fácil reordenar un poco las nociones y las posiciones sobre las relaciones de los partidos y tendencias políticas con el movimiento obrero económico en Italia, y sus reflejos en el agruparse y disolverse de las confederaciones sindicales sobre base nacional.

En las luchas del resurgimiento nacional burgués los grupos de trabajadores, donde existen embrionariamente están aliados con los patriotas y tienden hacia las posiciones más decididas: garibaldinas, mazzinianas, anticlericales. Conseguida la unidad burguesa liberal se forman, según el desarrollo social en las distintas regiones, asociaciones y sociedades obreras en las que por una parte se confunden con los proletarios los artesanos, y por otra prevalece el paternalismo de los jefes políticos del nuevo régimen parlamentario.

Los grupos más avanzados se despiertan con los primeros adherentes en la Internacional en los años 1867-71, y en las secciones, algunas muy fuertes como en Romagna, Toscana e incluso Campania, se tienen reflejos de las luchas entre Mazzini, Bakunin y Marx, prevaleciendo la tendencia libertaria, a la que se deben efectivamente, cuando comienza a clarificarse la diferencia funcional entre asociaciones políticas y organizaciones económicas, los primeros sindicatos verdaderos y propios, a pesar de que los anarquistas tendientes al individualismo, no pocos en Italia, desconfíen no sólo de la formación de los partidos sino también de la de los órganos sindicales.

Estos son los pocos puntos de prehistoria sindical, cuyo desarrollo sería de máximo interés, que nos permiten llegar a la aportación importantísima del movimiento político y del partido socialista en la organización de las clases trabajadoras italianas de la industria y de la tierra. En efecto, nunca debe olvidarse que si en Italia la difusión de la industria es muy distinta entre región y región y sólo en una pequeña parte del país deviene, más tarde, de peso parangonable al que tiene en otras naciones europeas vecinas, existe distribuido de norte a sur, aunque sea con desuniformidades locales, un proletariado agrícola de puros braceros, cuyas pruebas en las luchas de clase, entendida en el sentido crítico netamente marxista, es decir, como protagonista y no como aliado secundario y transitorio de una clase más revolucionaria, tienen una potente tradición de batalla contra la patronal capitalista y el estado burgués, que solamente la desenfrenada imbécil vileza de los dirigentes actuales degrada a “jacqueries[1]” de siervos de la gleba, hambrientos de propiedad y no de socialismo contra el fantasma de una baronía inexistente, que deberían ser derrotados por alianzas demo-liberales para la conquista de reformas burguesas. Peor padre, cuando este esquema fantasmal de luchas se plantea como revolucionario.

Al lado del partido socialista y por obra de sus propagandistas, que son al mismo tiempo organizadores- todavía no eran funcionarios- sindicales, surgen las primeras ligas. Estas organizan, naturalmente, a trabajadores de todos los partidos y de todas las creencias sobre la base de su actividad laboral en las fábricas y en los predios. No menos naturalmente son, cosa reconocida por amigos y enemigos, ligas rojas y ligas socialistas; en su sede a menudo tiene su domicilio la sede del partido y se convocan las conferencias de propaganda política, de las que sólo es un aspecto ocasional la electoral, sobre todo en cuanto que los compañeros candidatos corren poco peligro de escapar a la derrota.

De hecho, el burgués, el bienpensante y el cura excomulgan al mismo tiempo la pretensión de los trabajadores de obtener con la sola fuerza de su unión un trato económico menos miserable, y todo lo que llegan a entender de la propaganda socialista, que sienten – y es – lanzada contra todas las ortodoxias religiosas nacionales y liberales.

No se trata aquí de apologizar una época romántica de socialismo, sino de alinear contribuciones de hechos para la comprensión de la evolución del régimen capitalista, y de las reacciones del movimiento proletario contra el mismo, el que en sus formas organizativas y en sus tendencias no puede evitar las repercusiones.

Es más tarde, cuando otros partidos, además del socialista, bajan a la arena sindical con propósitos no sólo de concurrencia sino de contraataque social. Sobre todo, en Romagna surgen ligas y Cámaras del Trabajo que llamamos amarillas en contraposición a las rojas socialistas. En la base de la distinta tradición e ideología política hay una diferenciación social: los republicanos organizan a los grandes aparceros de Romagna, que tienen sus carteras con fuelles con treinta y dos compartimentos y que van de mercado en mercado vendiendo y comprando ganado vacuno por mil liras de oro como si fueran cajas de cerillas, consumiendo comidas y bebidas nibelúngicas en las posadas con alojamiento y establo. Los trabajadores deben luchar contra estos aparceros por su miserable salario diario, y contra su Cámara del Trabajo, adornada con el retrato demacrado de Mazzini, dirigen sus huelgas, mientras a menudo las luchas entre los dos partidos se liquidan a leñazos y cosas peores. En vano de hecho, los braceros, por ejemplo, de la rica y roja Imola, irían en busca del literario barón; cuanto más, podrían encontrar en casa al conde Tonino Graziadei, pero por ventura se toparían con uno de los pocos que en Italia hubiesen leído y comprendido a Marx. Comprender no significa seguir, pero siempre es algo raro y simpático.

En el Veneto, por el contrario, domina la propiedad muy fraccionada y prevalecen los curas. Cuando ya no basta el púlpito y el círculo católico está tan oscuro y silencioso como la sacristía, vemos fundar la Cámara del Trabajo blanca. No es fácil demostrar que se reúne a sindicatos, mutuas y consorcios de agricultores para comprar abono, que a veces tiene el escudo común y sin rodeos de la Banca Católica. El buen creyente ahorra para la otra vida, pero también para este valle de lágrimas. Estamos en la época de la Rerum Novarum. La previsión es el punto central de la economía sacerdotal y pequeño burguesa, y es la bestia negra de nuestra economía marxista. ¿No es así, Tonino? Pero las estadísticas de los depósitos de Ivanovo Vossnessensk han batido a las de San Donà del Piave…

En este momento hay en Italia tres Confederaciones sindicales, aunque con distinto peso regional: roja, amarilla y blanca. Continuamos examinando la cuestión con nuestro simplismo de pobres y limitados monocromáticos. Si a la última la queréis llamar negra, la cuestión es la misma.

La tantas veces recordada crisis de la separación del sindicalismo revolucionario en gran parte fue una reacción contra la degeneración de derechas del movimiento socialista. Esta tuvo un doble aspecto: parlamentario y confederal. El partido como tal, con sus mejores militantes y en la misma dirección, era arrastrado por la doble fuerza del grupo parlamentario y de la jerarquía de los dirigentes confederales, dos fuerzas igualmente orientadas hacia una forma legalitaria y conciliadora de la acción, a cuyo fondo era fácil ver la colaboración económica con los patronos y política con los ministerios burgueses. Dirigentes sindicales y diputados afirmaron su autonomía frente al partido por un buen motivo democrático, que los afiliados al partido eran numéricamente muchos menos que los organizados en los sindicatos, por un lado, y que los electores políticos por el otro. El extremo reformismo de los Bonomi y de los Cabrini desarrolló un verdadero “sindicalismo reformista” que aún, considerando su campo de acción no en la calle y en la plaza, sino en la oficina del industrial y en el gabinete del gobernador civil, se consideraba libre de las influencias de partido e incluso de las más derechistas diputaciones socialistas, devaluando por consiguiente – síntoma común a todos los revisionismos del marxismo radical – la acción de partido respecto a la puramente económica.

Los sindicalistas sorelianos o revolucionarios flanqueados por los anarquistas se apoyaron en el descontento de las masas por los excesos del método quietista prevaleciente en las ligas obreras y en el partido, demasiado dedicado a la acción electoral, y pusieron en primera línea sus slogans preferidos de la acción directa, o sea, de la imposición a la patronal, sin intermediarios parlamentarios y funcionarios estatales, y de la huelga general como medio de apoyo entre una y otra categoría. De la Confederación General del Trabajo socialista, pero en sustancia dominada por reformistas, incluso si éstos eran minoría en el partido, se salieron las organizaciones de dicha tendencia y fundaron la combativa Unione Sindicale Italiana, protagonista de inolvidables batallas obreras. El fuerte, y no menos rico de tradiciones clasistas Sindicato Ferroviario, aun reprobando de nuevo el reformismo confederal, se mantuvo fuera de las dos organizaciones nacionales.

La ventisca de la guerra. La Confederación del Trabajo, siempre dirigida por elementos de la derecha del partido socialista, resistió sin escisiones en la oposición a la guerra aun rechazando proclamar la huelga general en las jornadas de borrachera patriótica de mayo de 1915. Se rompió malamente la Unione Sindacale y tuvimos dos: la intervencionista de de Ambris, y la contraria a la guerra del libertario Armando Borghi. Los nombres se usan para reducir el caldo.

 

HOY

Cuando apareció el fascismo, que en sustancia era la misma corriente a la que correspondían por una parte los derechistas Bissolatianos y Bonomianos, y por otra parte los pseudo izquierdosos del intervencionismo ya fuera “repunenniano” o “sindadeambrisiano”[2], se probó éste también en el campo sindical, incluso fundó sus sindicatos haciendo entonando el acuerdo nacional como motivo de la lucha contra la patronal, entre otras cosas en el interesante discurso de Dalmine. No por nada, convenció a exponentes no desdeñables de aquellas corrientes, encuadrando a un Michele Bianchi que en el caldo sindicalista italiano tuvo una parte de algo más que perejil, y las zanahorias reformistas de Rigola Calda y los otros de los Problemas del Trabajo. El fascismo era el único verdadero y posible heredero del reformismo, o sea de la bestia negra de nosotros arqueo-marxistas.

Los sindicatos fascistas hicieron su aparición como una de las tantas etiquetas sindicales, tricolor contra las rojas, amarillas y blancas, pero el mundo capitalista ya era el mundo del monopolio, y se desarrollaron como el sindicato de estado, como el sindicato forzado, que encuadra a los trabajadores en la estructura del régimen dominante y destruye de hecho y de derecho toda otra organización.

Este gran hecho nuevo de la época contemporánea no era reversible, es la clave del desarrollo sindical en todos los grandes países capitalistas. Las parlamentarias Inglaterra y América son monosindicales y los sindicatos en sus jerarquías sirven a los gobiernos igual que en Rusia.

La Victoria de las Democracias y el retorno a Italia de los personajes premarcha sobre Roma que usaban el aceite de ricino más que sufrirlo, no ha sido, pues, una reversión del fascismo, mucho menos regresivo que éstos (pero entre tanto, que anote Tonino que nosotros, monomarxistas, etc., cuanto más decimos de uno que es progresista más desearíamos verlo liquidado).

 

Si la situación histórica italiana hubiese sido reversible, o sea si tuviese alguna base la necia posición del segundo Resurgimiento y de la nueva lucha por la Nación y la Independencia, caballo más que nunca montado por los mismos estalinistas, no habría tenido ni un minuto de existencia la táctica de fundar una confederación única de rojos y de amarillos, de blancos y de negros, y sin la influencia de los factores de fuerza histórica, a los que debiéndoles dar un nombre se toma el de Mussolini, las masas no habrían sufrido este orden bestial aportado por la encíclica moscovita en la Pascua de 1944.

Las escisiones sucesivas de la Confederación Italiana General del Trabajo separándose de los demócratacristianos y luego de los republicanos y socialistas de derecha, incluso en cuanto conducen hoy a la formación de distintas confederaciones, y también si la constitución admite la libertad de organización sindical, no interrumpirán el proceder social del sometimiento del sindicato al estado burgués, y no son más que una fase de la lucha capitalista para quitar a los movimientos revolucionarios de clase futuros la sólida base de un encuadramiento sindical obrero verdaderamente autónomo.

Los efectos, en un país vencido y privado de autonomía estatal poseída por la burguesía local, de las influencias de los grandes complejos estatales extranjeros que se pinchan mutuamente en estas tierras de nadie, no pueden enmascarar el hecho de que también la Confederación que se mantiene con los socialcomunistas de Nenni y Togliatti no se basa en una autonomía de clase. No es una organización roja, también ésta es una organización tricolor cosida sobre el modelo de Mussolini.

La historia del “resurgimiento” sindical de 1944 está para demostrarlo, con sus bandas tricolores y sus chorros de agua lustral sobre las banderas obreras, con las bajas consignas de Unión Nacional, de guerra antialemana, de nuevo Resurgimiento Liberal, con la reivindicación, todavía en curso, de un ministerio de concordia nacional, directrices que habrían hecho vomitar a un buen organizador rojo- incluso de tendencia reformista abierta.

[1] N.d.T Revueltas de campesinos que tuvieron lugar en Francia durante la Edad Media. 

[2] N.d.T. Republicanos a la Nenni o sindicalistas a la de Ambris.

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