Imprimir

versión en pdf

SIGUIENDO EL HILO DEL TIEMPO

XXX

PROLETARIADO Y ALIANZAS

 

(Battaglia Comunista, nº42 del 9-16 noviembre 1949)

Traducido por el Partido Comunista Internacional

“El Comunista” / “Per il Comunismo” / “The Internationalist Proletarian”

 

 

AYER

Para examinar las consecuencias nefastas de la oportunista y derrotista "teoría de la ofensiva", es necesario reordenar las viejas y simples ideas y -mejor dicho- nociones del marxismo sobre la historia de las alianzas entre la clase obrera y sus fuerzas políticas y otras fuerzas sociales o partidos.

Si nosotros enunciásemos como tesis absoluta y fuera del tiempo que, desde el momento en que se ha afirmado el método de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, el dogma "ninguna alianza, ninguna coalición, ningún compromiso" debe estar siempre y en todo lugar vigente, estaríamos derivando nuestras conclusiones no por la vía del determinismo científico, sino por la metafísica que antepone axiomas ideales, morales o estéticos al estudio y constatación de la realidad. Esto es exactamente lo contrario de las posiciones defendidas denodadamente y siempre por los marxistas de izquierda en Italia y en otras partes, y cae justamente bajo los decisivos argumentos críticos de Lenin en Extremismo y comunismo, en el que se ataca ásperamente al extremismo compuesto de actitudes estéticas de grandes palabras de inútiles arrogancias y vacío voluntarismo.

El problema de las posibles alianzas del proletariado en las luchas sociales se plantea en la sucesión de épocas de modos muy distintos; en la sucesión histórica nosotros vemos fundamentalmente la sucesión de las clases en el poder, y esto sucede con distinto ritmo en los varios países del mundo; no se puede excluir, pues, que el problema se resuelva de un modo distinto en los distintos países, a pesar de que nuestra escuela sea internacionalista desde el principio y haya suprimido desde hace tiempo el lema idealista y metafísico "todos los hombres son hermanos" por el histórico "proletarios del mundo, uníos".

El proletariado nació con la gran industria, y ésta está presente antes de que la clase de los patronos de fábrica, la burguesía, le hubiera arrancado el poder a las clases feudales y terratenientes. El dualismo ideológico, político y revolucionario entre feudalismo y capitalismo se entrelaza desde sus orígenes con el moderno dualismo entre industriales y obreros.

Las primeras experiencias tanto del ambiente social de los países donde ha triunfado la burguesía como de las luchas obreras espontáneas ya permiten la aparición de las reivindicaciones socialistas y preparan el pasaje del socialismo de la utopía a la ciencia. Las maldades del sistema del trabajo asalariado y la crítica al mismo, tras haber generado inicialmente vagas reivindicaciones de justicia e igualdad social, en medio del mayor clamor de las reivindicaciones jurídicas y políticas de los programas burgueses, dan lugar a una perspectiva histórica más exacta y fundamentada, al final de la cual se encuentra una nueva lucha por el poder, la toma en custodia de la organización productiva por la clase obrera y la liberación de las fuerzas que preludian una nueva economía no capitalista. Desde entonces el movimiento tiene una meta final, un punto de llegada futuro, despojado de todo valor místico y de todo carácter de fantasía de inspirados, o de evangelio de secta, y busca las soluciones a sus problemas en función de esta desembocadura que corona toda la larga batalla en curso y es común a los revolucionarios de todos los países.

Para el marxismo, el alba de este largo curso, que corresponde para el mundo más avanzado a la época del Manifiesto de los Comunistas, ve en la misma fase histórica aquellos procesos que venimos llamando desde hace un siglo: "desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas" - "carácter político de la lucha del proletariado contra la burguesía" - "constitución del proletariado en clase". Desde este mismo punto se tiene el movimiento comunista moderno, “aquellos [los sociólogos] no tienen ya necesidad de buscar la ciencia en sus cabezas (…)  de construir sistemas (…) la ciencia, producto del movimiento histórico (…), deja de ser doctrinaria para convertirse en revolucionaria.” (Miseria de la Filosofía, Capitulo II, 1847, K. Marx).

Desde entonces, como todo problema, también el de las alianzas, no se puede plantear si no es en relación con los caracteres del estadio del traspaso en que nos encontramos, pues de lo contrario se estaría haciendo puro doctrinarismo; pero desde entonces no puede plantearse más que en relación con el fin último del movimiento general, pues de lo contrario se habría traicionado el pasaje al carácter revolucionario del método.

Un primer aspecto histórico del problema se da en aquellos países donde en la lucha entre la burguesía revolucionaria y el antiguo régimen feudal ya está presente el estrato obrero. Una primera solución falsa al problema ya se presenta, a saber, la propuesta de alianza entre los trabajadores y la contrarrevolución antiburguesa. La breve parte del Manifiesto dedicada a la Literatura Socialista y Comunista, de la que ya en el prefacio del 1872 los autores contemplaban una amplia reelaboración, y que hoy con gran utilidad sería reordenada en una verdadera y propia crítica y condena de las escuelas desviadas (una recopilación marxista, si la expresión disgusta a algún imbécil, en cuanto las pasarelas hacia el futuro en las que la Revolución se apoya con pie seguro no son los "sistemas" constructivos, carrusel de vendehúmos, sino las demoliciones críticas), esa parte del Manifiesto contiene la destrucción decisiva de esta falsa posición. Por infame que sea el nuevo sistema de producción, es una etapa necesaria en nuestro camino hacia el comunismo, ninguna veleidad mística, ningún atletismo volitivo puede saltárselas en virtud de que -contra la apologética liberal burguesa- es feroz, mala, odiosa y sucia por estigmas peores que los de la vieja opresión feudal. La doctrina revolucionaria marxista está pues en condiciones de dar una primera consigna: ningún apoyo a las fuerzas feudales contra los patrones burgueses.

La motivación de esta verdadera y propia "tesis sobre la táctica" no es, sin embargo, que los cánones, los ideales, los principios de la burguesía contengan posiciones comunes a la misma y al naciente proletariado, pilares de una "civilización" democrática y librepensadora común a ambas clases o a todos los estratos no aristocráticos. La motivación es totalmente materialista y es que no puede haber comunismo sin la fase económica capitalista, y el proceso de ésta se acelera decididamente con el traspaso del poder a la burguesía.

En las revoluciones burguesas, los obreros de la industria ya existente luchan en el lado opuesto, es decir, a favor de la burguesía. Pero ya en la época del Manifiesto se analiza este hecho y los primeros movimientos clasistas se dirigen con absoluta claridad de visión de las relaciones entre las clases y de los posteriores desarrollos de la revolución obrera.

Es indudable que el mismo análisis vale para la época del primer capitalismo, tanto en el caso de la ofensiva revolucionaria burguesa para la conquista del poder, como en las defensivas que la burguesía opone a los retornos, "ofensivas" e intentos de restauración absolutista. En estas tormentas el proletariado nunca está ausente, comienza con grandes tributos de sangre a formarse como clase, en un movimiento decisivo hacia su autonomía e independencia y hacia la lucha decisiva por sí solo y para sus fines, corriendo y sufriendo continuos riesgos de caer en la movilización militar e ideológica al servicio de una causa que no es la suya. Tomad la Miseria, el Manifiesto, las Luchas de clases en Francia, cualquier otro texto, la discriminación de este punto es siempre coherente y definitiva.

Las primeras luchas obreras son absolutamente inconscientes y actúan en "contrasentido histórico", como la destrucción de máquinas y similares. Los primeros desheredados proletarios son empujados a reivindicar las marchitas "corporaciones artesanales medievales". "En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros forman masas compactas, esta acción no es todavía consecuencia de su propia unión, sino de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos propios debe -y por ahora aún puede- poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus enemigos, sino contra los ENEMIGOS DE SUS ENEMIGOS, es decir, contra los restos de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses.” (El actual estiércol periodístico diría: los estratos retrógrados. Para esta gente con polarización invertida nunca llegará una fase histórica que no tenga el retrogradismo en el orden del día. De gustibus...).

“Todo el movimiento histórico se concentra, de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía”.

En las primeras décadas de su historia, pues, el proletariado debió fabricar victorias para la burguesía. No tenía otro camino para servir a su propia victoria futura. El marxismo siguió este proceso paso a paso. El Manifiesto contiene en su último párrafo un esquema de normas tácticas y cita los principales países de Europa. Hay que tener en cuenta que entonces sólo había dos países en las que el poder de la burguesía era estable, Inglaterra, del que el Manifiesto no habla, y Francia, en el que, sin embargo, la presión revolucionaria y republicana resonaba contra la monarquía orleanista. El texto se detiene en Alemania, remachando claramente la estrategia de apoyo a la burguesía "en tanto que ésta actúa revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial feudal y la pequeña burguesía reaccionaria”.

La clara posición clasista emerge, sin embargo, de cada renglón del texto, del que se hace un análisis más amplio también para otros países, sin olvidar nunca que estamos en los inicios del traspaso de la investigación científica hacia la dirección de la acción política. Marx y Engels apenas hacía poco que habían podido librarse de la influencia de los demócratas humanitarios y de los filántropos que se adaptaban difícilmente a la nueva concepción. Todavía en 1845 se negaron a unirse a la Liga de los Justos por la "tendencia a convertir el comunismo en cristianismo" (tan bien tragada un siglo después por los partidos "marxistas" (¡¡!!) de Italia).

Esta posición histórica no se opone pues a los pilares firmemente establecidos incluso cuando se habla de las relaciones de los "comunistas" con otros partidos proletarios. Ante todo, se definen como tales los que sostienen: “constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado”. De Lenin en adelante, no se cuestiona que dicha conquista es una conquista armada, no una conquista legal. Además, los comunistas son los queen las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto” y”luchan por alcanzar objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de este movimiento". Una vez que se ha vuelto a este criterio fundamental, es necesario retomar el "hilo" cronológico a grandes saltos.

HOY

Los aliancistas del tipo Primera Guerra Mundial y Segunda Guerra Mundial, para nada quebrantados por el largo curso del desarrollo capitalista que relegaba las posibilidades de las restauraciones feudales y de hundimientos del sistema social y político burgués a las tinieblas del pasado, pusieron las fuerzas proletarias a disposición de partidos, de regímenes y de gobiernos burgueses sin la menor preocupación por los fines de clase del movimiento general. Ni siquiera han intentado demostrar que la alianza era un cauce para el fin revolucionario futuro, o lo han hecho en los primeros pasos de la carrera hacia el retroceso, tímidamente y en círculos restringidos del partido, y cuando tocan esta tecla lo hacen para confundir a los grupos radicales de proletarios que tan desgraciadamente encuadran.

En toda su actitud, agitación y propaganda, abrazaron sin reservas los fines y las consignas de la alianza a la que se habían alquilado sustituyendo totalmente las directivas específicas del partido. Y esto a pesar de que, en uno y otro caso, existían ya partidos consolidados con verdaderas posibilidades de acción y de maniobra táctica, con amplia implantación de prensa y de difusión pública de sus propias directivas.

La Liga de los Comunistas era todavía una criatura en 1850, con pocos adherentes, clandestina y perseguida en todas partes, y ya emitía circulares en las que la táctica de la alianza, todavía referida a Alemania; estaba enfocada de un modo muy distinto. Al prever los movimientos insurreccionales de los demócratas burgueses, subraya que inmediatamente después de éstos la burguesía se volverá contra el proletariado que la ayudó (tema dialéctico también central en todos los estudios de Marx sobre las luchas sociales francesas).

No por eso se prescribe la no participación en la lucha armada contra el absolutismo feudal. Pero recomienda sobre todo la autonomía del movimiento. El partido democrático de burgueses y pequeñoburgueses invita a los trabajadores a unirse para absorber sus fuerzas en un movimiento "en el cual predominen las frases generales social-demócratas". " Semejante unificación debe ser resueltamente rechazada… en caso de un ataque a un común adversario no es necesaria una unión especial...". Los obreros comunistas serán los primeros en combatir, pero se mantendrán en alerta y preparados para un cambio de frente.     " Los trabajadores no deben moverse por el general entusiasmo hacia el nuevo estado de cosas... deben guardar todo su ardor por una fría y desapasionada concepción de las nuevas condiciones... manifestarán abiertamente su desconfianza respecto del nuevo Gobierno... Concretamente: desde el primer momento de la victoria nosotros no debemos mostrar más nuestra desconfianza hacia el reaccionario y vencido enemigo, y sí respecto de nuestros aliados, contra el partido que está ya explotando la victoria común solamente para sus propios y ulteriores fines." Los obreros comunistas impulsarán la lucha aún más hacia adelante. Este es el texto que dio a Trotsky la evocadora palabra de "Revolución Permanente" para Rusia. Fecha: marzo de 1850.

Son demasiados los capítulos del balance del aliancismo, al inicio una útil enfermedad infantil del socialismo, hoy, como venimos sosteniendo los militantes de izquierda desde hace varias décadas, una maldita peste del mismo.

Pero aquella indicación genial al entusiasmo reprimido, que puede parecer de importancia secundaria, arroja un verdadero rayo de luz sobre el asunto.

Los intervencionistas de 1915 se autodenominaron "revolucionarios". Pasaron a la democracia, a la guerra, a la Patria, pretendiendo tomar un camino que los condujera de nuevo a la revolución proletaria; para despejar un obstáculo a la misma. El Popolo d'Italia de Mussolini siguió llamándose socialista. Pero caído el enemigo común, el denostado "militarismo teutónico", la orgía de entusiasmo fue imparable. No podía ser de otro modo, puesto que no se había hecho una diversión táctica con la mirada puesta en el objetivo "del movimiento general", simplemente se había pasado al servicio de los fines burgueses. Y los entusiastas del noviembre victorioso, que ahora se sigue celebrando, como se celebra la entrada en Trieste del cazatorpedero Audace con Vittorio[1] a bordo, aunque ya no existe ni el cazatorpedero ni Trieste ni Vittorio ni la Victoria, se alquilaron para siempre a la patria, a la democracia y por tanto a la burguesía y al Capital.

Ese proceso no de "revolución permanente" sino de "revolución retroflexionada" nos gusta definirlo históricamente "mussolinismo".

Las hazañas de los aliados antifascistas de la segunda guerra renovaron el mismo proceso. Por intercambio dialéctico, era el propio Mussolini el que se encontraba en la clásica posición de enemigo común. Los aliados, los coalicionados, los bloquistas de 1943-45 eran tan poco marxistas que consumían una verdadera e indecente borrachera de entusiasmo, entre los himnos a la renovada revolución burguesa y liberal, a la reconquistada gloriosa patria italiana, a la definitiva plazaloretesca[2] unidad nacional de todas las clases, revoloteando sobre ella el espíritu del Duce a pesar de que el cuerpo colgara de los pies.

Si en el campo de los aliancistas algunos tenían todavía un vago olor de marxismo -no para nosotros ciertamente- la abjuración se hizo definitiva desde la fase de euforia entusiasta, que tanto molestaba al autor de la modesta "circular" comunista de 1850.

Alguna riña se produce hoy entre los jubilosos bailarines de los recientes días dorados. Pero hace falta algo más para esclarecer el tenaz tono negro de la traición.

Cuando quieren atacarse a muerte se intercambian la suprema afrenta de "fascista". Su contienda da asco, porque ninguna de las partes tiene las agallas para "dirigir su desconfianza, no contra el partido vencido, sino contra los aliados de ayer". El planteamiento histórico es muy diferente: aquél no era un partido feudal o reaccionario, era un partido burgués, como lo son estos dos grupos de granujas de hoy.

[1] Rey Víctor Manuel III de Italia

[2] Piazza Loreto, plaza donde se colgó a Mussolini una vez muerto

Anterior hilo del tiempo>>

Siguiente hilo del tiempo>>